La improbable empresa de los superhéroes retirados

El sol brillaba con una intensidad sospechosa sobre la ciudad de Villalandia, como si supiera que algo absolutamente ridículo estaba a punto de suceder. En una esquina olvidada del centro, un cartel polvoriento anunciaba en letras descoloridas: «Agencia de Detectives: Los Superhéroes Retirados».

Dentro de la oficina, un grupo de ex-superhéroes debatía fervientemente sobre la mejor manera de usar una grapadora. El Capitán Cúrcuma, conocido en sus días de gloria por su capacidad de curar resfriados con solo un estornudo, sostenía el objeto como si fuera un artefacto alienígena.

—¡Te digo que hay que presionar aquí! —gritó, señalando un botón al azar.

—No, no —interrumpió La Mujer Mandarina, cuyo poder había sido lanzar cítricos con precisión letal—. Primero hay que abrirla.

El Hombre Invisible, que en realidad solo era invisible cuando estaba desnudo, decidió intervenir.

¿Por qué no usamos cinta adhesiva y ya? —sugirió, materializándose de repente y causando que todos dieran un respingo.

—¡Por todos los limones! —exclamó La Mujer Mandarina—. ¡No hagas eso!

La situación se calmó cuando se abrió la puerta de la oficina y entró un hombre con una expresión de desesperación absoluta. Llevaba una camiseta que decía «Soy un desastre» y, por la forma en que se tambaleaba, parecía que la camiseta no mentía.

—Necesito ayuda —dijo, y se desplomó en una silla que crujió bajo su peso.

—¿Qué sucede, buen hombre? —preguntó El Capitán Cúrcuma, tratando de sonar profesional mientras guardaba la grapadora en un cajón, como si fuera un arma peligrosa.

Mi gato ha desaparecido —sollozó el hombre—. Se llama Fluffy. Es muy especial.

El Hombre Invisible se rascó la cabeza, pensativo.

—¿Especial cómo? ¿Tiene poderes? ¿Puede volar?

—No, no —respondió el hombre—. Es especial porque… bueno, es un gato con tres patas y un ojo de cristal.

La Mujer Mandarina suspiró.

—Está bien, aceptamos el caso. Pero primero, necesitamos detalles. ¿Cuándo fue la última vez que vio a Fluffy?

—Ayer por la noche. Estaba en la ventana, mirando fijamente al vecino, como siempre.

El Capitán Cúrcuma asintió con seriedad.

—Entiendo. Es un comportamiento típico de los gatos con tres patas y un ojo de cristal.

Decididos a resolver el misterio, los superhéroes retirados se pusieron en marcha. La primera parada fue la casa del cliente, un lugar que parecía haber sido decorado por alguien con una obsesión malsana por los gnomos de jardín. El Hombre Invisible casi se tropezó con uno que llevaba un sombrero de copa.

¡Malditos gnomos! —murmuró, volviéndose invisible por un momento de frustración.

El Capitán Cúrcuma inspeccionó la ventana donde Fluffy había sido visto por última vez.

—Aquí hay algo raro —dijo, señalando una huella de pata en el alféizar—. Esta huella tiene cuatro dedos.

—¡Eso es imposible! —exclamó La Mujer Mandarina—. Fluffy solo tiene tres patas!

—Exacto —respondió el Capitán Cúrcuma—. Eso significa que alguien o algo más estuvo aquí.

La investigación los llevó al vecino, un hombre llamado Don Pepe, conocido en el barrio por su afición a las esculturas de mantequilla. Cuando tocaron a su puerta, Don Pepe los recibió con una sonrisa aceitosa.

—¿En qué puedo ayudarles? —preguntó, mientras moldeaba una réplica de la Torre Eiffel con un bloque de mantequilla.

—Estamos buscando a un gato con tres patas y un ojo de cristal —dijo El Capitán Cúrcuma—. ¿Lo ha visto?

Don Pepe se rascó la barbilla, dejando una mancha de mantequilla en su rostro.

—Ahora que lo mencionan, vi algo extraño anoche. Estaba terminando mi escultura de la Estatua de la Libertad cuando vi una sombra en mi jardín. Pensé que era un gnomo que había cobrado vida, pero ahora que lo pienso, podría haber sido un gato.

La Mujer Mandarina frunció el ceño.

—¿Un gato o un gnomo? Son bastante diferentes.

—¡Lo sé! —respondió Don Pepe, con una expresión de confusión—. Pero en la oscuridad, todo parece un gnomo.

Decidieron investigar el jardín de Don Pepe, que estaba lleno de esculturas de mantequilla en diversas etapas de descomposición. El Hombre Invisible, que había decidido mantenerse visible para evitar más sustos, tropezó con una réplica de la Torre de Pisa.

Esto es ridículo —murmuró, mientras se levantaba.

—¡Aquí! —gritó La Mujer Mandarina, señalando un arbusto—. Hay algo aquí!

Todos se acercaron y descubrieron a Fluffy, el gato con tres patas y un ojo de cristal, sentado tranquilamente sobre una escultura de mantequilla que parecía una mezcla entre un unicornio y un dragón.

—¡Fluffy! —exclamó el dueño del gato, que había llegado corriendo tras ellos—. ¡Estás a salvo!

Fluffy miró a su dueño con desdén felino, como si toda la situación fuera una gran molestia.

—Bueno, caso cerrado —dijo El Capitán Cúrcuma, sintiéndose bastante satisfecho consigo mismo.

Espera un momento —dijo La Mujer Mandarina, mirando más de cerca la escultura sobre la que estaba sentado Fluffy—. Esto no es mantequilla.

Todos se quedaron en silencio, observando cómo la escultura comenzaba a derretirse y revelar algo brillante en su interior.

Es oro —dijo El Hombre Invisible, con los ojos muy abiertos—. ¡Oro sólido!

Don Pepe se rascó la cabeza, aún más confundido.

¿Cómo llegó eso ahí? —preguntó.

El Capitán Cúrcuma sonrió.

Parece que Fluffy no solo es especial, sino también afortunado.

El dueño del gato, ahora completamente aturdido, no sabía si abrazar a su gato o empezar a cavar en su jardín en busca de más tesoros.

Supongo que no hay que juzgar a un gato por su número de patas —dijo La Mujer Mandarina, riendo.

Y así, los superhéroes retirados regresaron a su oficina, satisfechos con el resultado de su primer caso. Mientras se acomodaban en sus sillas y discutían sobre la mejor manera de celebrar, el Hombre Invisible tuvo una idea.

¿Qué tal si hacemos una fiesta de gnomos? —sugirió.

Todos se quedaron en silencio por un momento, y luego estallaron en carcajadas.

¡Claro! ¿Por qué no? —dijo El Capitán Cúrcuma, levantando su taza de café—. Después de todo, en esta ciudad, cualquier cosa es posible.

Y así, en la improbable empresa de los superhéroes retirados, cada día prometía ser más extraño y divertido que el anterior.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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