La niebla se cernía sobre el pequeño pueblo de San Lorenzo como una pesada manta, ocultando secretos que habían permanecido dormidos por años. Las calles, antes llenas de vida, ahora parecían un eco de lo que una vez fueron. El sonido de las hojas secas crujía bajo los pasos de Martín, un detective retirado que había dejado atrás su vida de investigación, pero que nunca pudo escapar de los fantasmas que lo atormentaban.
Desde que se retiró, Martín había intentado olvidar el caso que lo había marcado para siempre: una serie de misteriosas desapariciones que habían sacudido a la comunidad, atribuidas a una leyenda local sobre hombres lobo. En su mente, los aullidos aún resonaban, un recordatorio constante de su fracaso. “No pude salvarlos”, murmuraba para sí mismo mientras caminaba por el parque, donde los niños solían jugar.
Esa tarde, mientras se sentaba en un banco desgastado, recibió una llamada que cambiaría su vida. La voz al otro lado era familiar, pero también inquietante. Era Clara, su antigua compañera de trabajo.
—Martín, necesitamos tu ayuda. Ha vuelto a suceder —dijo Clara, con un tono que le heló la sangre.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Martín, intentando mantener la calma.
—Otra desaparición. Y esta vez, hay testigos que afirman haber visto algo… algo que no debería existir.
Martín sintió un escalofrío recorrer su espalda. “No, no otra vez”, pensó. Pero sabía que no podía ignorar la llamada. A pesar de sus temores, el instinto del detective aún ardía en su interior.
Al llegar a la comisaría, el ambiente era tenso. Los rostros de sus antiguos colegas estaban marcados por la preocupación y el miedo. Clara lo recibió en la entrada, con una expresión grave.
—La víctima es un joven de diecinueve años. Se llama David. Desapareció anoche. Sus amigos dicen que escucharon aullidos y luego… nada.
—¿Aullidos? —repitió Martín, sintiendo cómo el pasado lo atrapaba de nuevo.
—Sí. Y hay algo más. Encontramos huellas… huellas grandes, que no parecen humanas.
Martín sintió que su corazón se aceleraba. “No puede ser”, pensó. “No puede ser real”. Sin embargo, sabía que debía investigar. La leyenda de los hombres lobo había sido un tema tabú en San Lorenzo, pero ahora, parecía cobrar vida.
Esa misma noche, Martín y Clara se dirigieron al bosque donde David había sido visto por última vez. La luna llena brillaba intensamente, iluminando el camino, pero también proyectando sombras inquietantes. Cada crujido de las ramas parecía un susurro del pasado.
—¿Crees que realmente hay algo ahí fuera? —preguntó Clara, rompiendo el silencio.
—No lo sé. Pero si hay algo, tenemos que encontrarlo antes de que sea demasiado tarde —respondió Martín, su voz tensa.
Mientras avanzaban, el aire se volvió más frío y denso. De repente, un aullido resonó en la distancia, un sonido desgarrador que hizo que ambos se detuvieran en seco.
—Eso… eso no puede ser —susurró Clara, asustada.
Martín sintió que el miedo se apoderaba de él, pero también una determinación. “Debemos seguir”, dijo, mientras se adentraban más en el bosque.
Cada paso que daban parecía llevarlos más cerca de algo oscuro. Las sombras danzaban a su alrededor, y el aullido se repetía, más cerca esta vez.
—Martín, creo que deberíamos regresar —sugirió Clara, con voz temblorosa.
—No podemos. Debemos encontrar a David —respondió él, aunque en el fondo sabía que su propio pasado lo arrastraba hacia una trampa mortal.
De repente, el suelo tembló ligeramente, y una figura apareció entre los árboles. Era alta, con una pelaje oscuro que brillaba bajo la luz de la luna. Sus ojos amarillos brillaban como dos faros en la oscuridad.
—¡Martín! —gritó Clara, retrocediendo.
—No te acerques —ordenó Martín, aunque su voz sonaba más como una súplica. La figura se abalanzó hacia ellos con una velocidad sobrenatural, y Martín sintió que el tiempo se detenía.
Fue un caos. Clara gritó y Martín se lanzó hacia adelante, intentando protegerla. Pero el ser era más rápido. En un instante, Clara fue arrastrada hacia la oscuridad, su grito resonando en el aire como un eco de desesperación.
—¡Clara! —gritó Martín, pero ya era demasiado tarde. La criatura desapareció en la penumbra, llevándose consigo su último rayo de esperanza.
Desesperado, Martín corrió en dirección a la casa de David, donde había sido visto por última vez. La puerta estaba entreabierta, y un silencio inquietante lo envolvía. “¿Qué demonios está pasando aquí?” se preguntó, sintiendo que el horror del pasado se cernía sobre él.
Al entrar, el lugar estaba desordenado, como si alguien hubiera luchado por escapar. En la mesa, encontró un diario. Abriéndolo, leyó las últimas entradas, que hablaban de sueños oscuros y de un aullido que lo llamaba. “No puedo escapar”, decía una de las páginas, “él vendrá por mí”.
Martín sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. “Esto no puede estar pasando”, pensó, mientras el recuerdo de las víctimas del pasado lo atormentaba.
Decidió salir y buscar respuestas. En el camino, se encontró con un anciano que conocía desde su juventud. El hombre, con ojos cansados y una voz temblorosa, lo miró con preocupación.
—Martín, no deberías estar aquí. La leyenda… está despertando de nuevo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Martín, sintiendo que el miedo se apoderaba de él.
—Los hombres lobo no son solo cuentos. Hay un antiguo pacto en este pueblo. Si se rompe, ellos regresan.
—¿Qué pacto? —insistió Martín.
—No puedo decirlo. Solo recuerda que el pasado siempre vuelve, y a veces, lo que se despierta no es perdonable.
Martín sintió que la oscuridad lo rodeaba. “¿Qué he hecho?” se preguntó, mientras el anciano se alejaba, dejando tras de sí un aire de desesperanza.
Sin más opciones, Martín decidió enfrentarse a la criatura que había tomado a Clara. Regresó al bosque, armado solo con una linterna y su determinación. El aullido resonaba más fuerte, como un canto de sirena que lo llamaba a adentrarse en la oscuridad.
Finalmente, llegó a un claro. Allí, se encontraba la criatura, con Clara atrapada en sus garras, inconsciente.
—¡Suéltala! —gritó Martín, aunque sabía que su voz no era más que un susurro en la tormenta.
La criatura se volvió hacia él, con una mirada que congeló su sangre. “¿Por qué has vuelto?” resonó en su mente, una voz profunda y resonante que parecía provenir de las profundidades de su ser.
—¡No te tengo miedo! —gritó Martín, aunque su corazón latía con fuerza.
—El miedo es lo que te trajo aquí. El miedo y el pasado.
Martín sintió que el suelo temblaba nuevamente, y en un instante, la criatura se transformó en una figura familiar. Era él mismo, pero más joven, con una mirada llena de desesperación.
—¿Qué… qué está pasando? —preguntó, sintiendo que su mente se fragmentaba.
—Eres tú, Martín. Eres el que no pudo salvar. Eres el aullido del pasado.
La revelación lo golpeó como un rayo. Todo lo que había hecho, todas las decisiones que había tomado, lo habían llevado a este momento. La culpa y el miedo lo habían consumido, y ahora, debía enfrentar su propia oscuridad.
—¡No! —gritó, pero la figura se acercó, extendiendo una mano que parecía querer absorberlo.
—No puedes escapar de ti mismo. Nunca podrás.
Martín sintió que el terror lo envolvía, y en un último intento de salvar a Clara, se lanzó hacia la criatura. Pero todo se volvió negro.
Despertó en el claro, el sol brillando intensamente. La niebla se había disipado, y no había rastro de la criatura ni de Clara. Solo el eco de su grito resonaba en su mente.
Se levantó, temblando, y miró a su alrededor. El bosque parecía normal, pero algo había cambiado en él. “Esto no puede ser real”, pensó, mientras el aullido del pasado resonaba en su corazón.
Regresó a San Lorenzo, donde la vida continuaba como si nada hubiera sucedido. Pero él sabía que todo había cambiado. La culpa lo consumía, y el eco de los aullidos lo perseguiría por siempre.
Al mirar por la ventana de su casa, vio a los niños jugar en el parque, ajenos al horror que había acechado a su comunidad. “No puedo dejar que esto vuelva a suceder”, murmuró, sintiendo que la sombra de su pasado lo seguía.
La leyenda de los hombres lobo nunca se iría. Y él, el detective que no pudo salvar, se convertiría en parte de ella.