Había una vez un pequeño príncipe que vivía en un asteroide llamado B-612. Era un lugar diminuto, donde solo había tres volcanes y una rosa muy especial. Cada día, el príncipe cuidaba de su rosa, regándola y protegiéndola del viento.
Un día, mientras miraba las estrellas, decidió que quería conocer otros mundos. “¡Quiero ver más allá de mi asteroide!”, exclamó con entusiasmo. Así que, con un pequeño cohete que había construido, se lanzó al espacio.
Su primer destino fue un planeta lleno de reyes. Al llegar, se encontró con un rey que llevaba una corona dorada. “¡Hola, pequeño príncipe! ¿De dónde vienes?”, preguntó el rey con voz autoritaria.
“Vengo de un asteroide muy pequeño. Solo tengo una rosa”, respondió el príncipe.
“¿Y qué es lo más importante para ti?”, inquirió el rey.
“Mi rosa, porque la cuido y la amo”, contestó el príncipe con una sonrisa.
El rey asintió y le dijo: “El amor es lo más valioso del universo”.
Después de despedirse del rey, el príncipe continuó su viaje y llegó a un planeta lleno de vanidosos. Allí, los habitantes solo se preocupaban por admirarse en espejos. “¡Mírame, soy el más hermoso!”, decía uno.
“¿No hay nada más que hacer aquí?”, preguntó el príncipe, confundido.
“No, solo admirarnos”, respondió uno de ellos.
El príncipe se sintió triste. “El amor y la amistad son más importantes que la belleza”, pensó mientras se alejaba.
Siguió su camino y aterrizó en un planeta donde vivía un zorro. “¿Quieres jugar conmigo?”, preguntó el príncipe, emocionado.
“Primero debes domesticarme”, respondió el zorro con voz suave.
“¿Domesticarte? ¿Qué significa eso?”, preguntó el príncipe.
“Significa crear lazos. Si me domesticás, seré especial para ti”, explicó el zorro.
El príncipe pasó días con el zorro, aprendiendo sobre la amistad. “Eres único en el universo”, dijo el zorro. “Y tú también lo eres para mí”.
Finalmente, el príncipe decidió regresar a su asteroide. En su viaje de vuelta, recordó las lecciones que había aprendido. “El amor, la amistad y cuidar de lo que amas son lo más importante”, pensó.
Cuando llegó a B-612, encontró a su rosa un poco marchita. “¡Oh, mi rosa!”, exclamó el príncipe. La cuidó con esmero, recordando siempre lo que había aprendido.
Y así, el pequeño príncipe comprendió que, aunque había visto muchos mundos, su hogar y su rosa eran lo más valioso de todos. Desde entonces, cada noche miraba las estrellas y sonreía, sabiendo que el amor siempre brilla más que cualquier joya en el universo.