En un hermoso estanque rodeado de altos juncos y flores de colores, vivía una rana llamada Ricky. Ricky no era una rana común; ¡él era un músico! Tenía una pequeña guitarra que siempre llevaba consigo. Cada mañana, cuando el sol salía y los pájaros comenzaban a cantar, Ricky se sentaba en una hoja grande y empezaba a tocar.
«¡Ribbit, ribbit! ¡Escuchen mi música!», decía Ricky mientras acariciaba las cuerdas de su guitarra.
Un día, mientras tocaba una melodía alegre, se acercó su amiga Lola, la mariposa. Sus alas brillaban con todos los colores del arcoíris.
«¡Hola, Ricky! ¿Qué canción estás tocando hoy?», preguntó Lola, dando vueltas en el aire.
«¡Hola, Lola! Estoy creando una nueva canción sobre la amistad», respondió Ricky emocionado. «¿Quieres escucharla?»
«¡Claro que sí!», dijo Lola, aterrizando suavemente al lado de Ricky.
Ricky comenzó a tocar una melodía suave y alegre. Las notas danzaban en el aire, llenando el bosque de felicidad. Los árboles se movían al ritmo de la música, y hasta las flores parecían sonreír.
«¡Eres un gran músico, Ricky! Tu música hace que todo se sienta mejor», exclamó Lola.
«¡Gracias, Lola! Pero creo que la música es aún más mágica si la compartimos con otros», dijo Ricky pensativo.
«¡Vamos a invitar a nuestros amigos!», sugirió Lola con entusiasmo. «¡Hagamos una gran fiesta de música!»
Así que Ricky y Lola comenzaron a invitar a todos los animales del bosque. Primero fue el pato Pablo, que siempre estaba buscando algo divertido que hacer.
«¡Hola, Pablo! ¡Ven a la fiesta de música que estamos organizando!», gritó Lola.
«¡Claro! ¡Me encanta la música!», respondió Pablo, moviendo su cabeza de un lado a otro.
Luego fueron a buscar a Tina, la tortuga. Ella era un poco tímida, pero le encantaba escuchar canciones.
«Tina, ven a escuchar a Ricky tocar su guitarra», dijo Lola suavemente.
«¿Yo? ¿A una fiesta? No sé si debería…,» murmuró Tina.
«¡Por favor! Tu presencia hará que todo sea más especial», insistió Ricky con una sonrisa.
Tina sonrió tímidamente. «Está bien, iré. Pero solo si hay algo rico para comer».
«¡Habrá muchas delicias! Prometido», dijo Ricky.
Así, poco a poco, los animales fueron llegando al estanque. El conejo Ramón, la ardilla Sofía y hasta el viejo búho Don Manuel se unieron a la fiesta. Todos estaban emocionados y listos para disfrutar de la música.
«¡Ya estamos listos! ¡Vamos a empezar!», gritó Ricky, mientras se acomodaba en su hoja favorita.
Ricky comenzó a tocar su guitarra. Las notas llenaban el aire, y los animales comenzaron a bailar. Pablo hacía piruetas en el agua, mientras Tina movía su cabeza al ritmo de la música. Sofía saltaba de un lado a otro, y Ramón corría en círculos, ¡todos estaban felices!
«¡Esto es increíble, Ricky!», gritó Pablo mientras chapoteaba con alegría.
«¡Sí, gracias por compartir tu música con nosotros!», agregó Sofía, dando vueltas en el aire.
Ricky sonrió y siguió tocando. Pero de repente, notó que Don Manuel el búho no estaba bailando.
«¿Por qué no te unes a nosotros, Don Manuel?», le preguntó Ricky.
«Soy un búho viejo, y no sé bailar como ustedes. Pero me encanta escuchar», respondió el búho con voz profunda.
«¡No importa! ¡Puedes bailar a tu manera!», dijo Lola, volando hacia él. «¡Solo disfruta de la música!»
Don Manuel sonrió y, aunque no podía bailar, empezó a mover su cabeza al ritmo de la canción. Eso hizo que todos se rieran y aplaudieran.
La fiesta continuó, y Ricky tocó canción tras canción. Todos los animales se unieron, cada uno a su manera, y la música llenó el bosque de alegría y amor.
Al final de la fiesta, Ricky se sintió muy feliz. «¡Gracias a todos por venir! La música es más hermosa cuando la compartimos», dijo con una gran sonrisa.
«¡Sí! ¡Eres el mejor músico, Ricky!», gritaron todos al unísono.
Y así, en aquel mágico estanque, Ricky aprendió que la música no solo alegra el corazón, sino que también une a los amigos. Desde ese día, cada vez que tocaba su guitarra, sabía que estaba creando momentos especiales para todos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.