Había una vez un burro llamado Valiente, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y flores de colores. Valiente era un burro de pelaje gris y orejas largas que siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos. Sin embargo, había algo que le daba un poco de miedo: la montaña azul que se alzaba en el horizonte.
Un día, mientras Valiente pastaba en el campo, escuchó a su amiga la oveja Lía gritar: “¡Ayuda! ¡Ayuda!”.
Valiente corrió hacia el sonido. “¿Qué pasa, Lía?” preguntó con preocupación.
“¡Mis amigos, las cabras, están atrapadas en la montaña azul! No pueden bajar y tienen miedo”, dijo Lía, temblando un poco.
Valiente sintió un cosquilleo en su pancita. La montaña azul siempre le había parecido muy alta y peligrosa. “Pero… yo no sé cómo subir. Es muy empinada”, dijo con voz temblorosa.
“¡Tú puedes, Valiente! Eres el burro más valiente que conozco”, animó Lía.
Valiente respiró hondo. “¿Valiente yo? Pero soy solo un burro.”
Lía le sonrió. “¡Eres un burro especial! Si no vas, las cabras no podrán volver a casa. ¡Tú eres su único amigo que puede ayudar!”
Valiente miró la montaña azul y recordó a sus amigos. “Está bien, iré. ¡Voy a ayudar a las cabras!” gritó, sintiendo su corazón latir más rápido.
Así que Valiente comenzó su aventura. Caminó por el sendero que llevaba a la montaña azul. Mientras subía, pensaba en lo que Lía había dicho. “Soy un burro valiente”, murmuró para sí mismo, tratando de convencerse.
Al llegar a la mitad de la montaña, se encontró con un pequeño arroyo. El agua burbujeaba alegremente, pero el puente que lo cruzaba estaba roto. “Oh no, ¿cómo cruzaré esto?” se preguntó Valiente.
“¡Valiente! ¡Valiente!” escuchó una voz. Era Gigi, una cabra que había estado atrapada en la montaña. “¿Eres tú, Valiente?”
“Sí, soy yo. Estoy aquí para ayudar. Pero no sé cómo cruzar este arroyo”, respondió el burro.
“Podemos saltar juntos. ¡Yo te ayudaré!” dijo Gigi con entusiasmo.
Valiente miró el arroyo y luego a Gigi. “¿De verdad crees que puedo saltar?” preguntó, un poco asustado.
“¡Claro que sí! ¡Eres un burro valiente! Solo confía en ti mismo”, animó Gigi.
Con un gran salto, Valiente y Gigi cruzaron el arroyo. “¡Lo logré!” gritó Valiente, sintiéndose un poco más valiente.
Continuaron subiendo por la montaña. De repente, escucharon un ruido fuerte. “¡Baa, baa! ¡Ayuda!” era Tina, otra cabra que estaba atrapada en un arbusto espinoso.
“¡Vamos, Valiente! ¡Debemos ayudarla!” dijo Gigi.
Valiente se acercó al arbusto. “Tina, no te preocupes, ¡te ayudaremos!” dijo con determinación.
“¡Pero tengo miedo! ¡Es muy espinoso!” respondió Tina, asustada.
“Yo puedo deshacerme de las espinas. Solo quédate quieta”, dijo Valiente, sintiendo que su valentía crecía. Con cuidado, comenzó a quitar las espinas de Tina.
“¡Gracias, Valiente! Eres el mejor!” exclamó Tina al liberarse.
“Ahora, vayamos a buscar a las demás cabras”, dijo Valiente, sintiéndose más fuerte que nunca.
Finalmente, llegaron a la cima de la montaña azul, donde encontraron a las cabras. “¡Hola, amigas! ¡Estamos aquí para ayudarles!” gritó Gigi.
Las cabras miraron a Valiente con asombro. “¿Eres tú, Valiente? ¡Qué valiente eres por venir hasta aquí!” dijeron todas juntas.
Valiente sonrió, sintiéndose orgulloso. “No fue fácil, pero lo hice por ustedes. ¡Ahora podemos bajar juntos!”
Así, Valiente, Gigi, Tina y las demás cabras comenzaron a descender la montaña. Valiente ya no tenía miedo. Había descubierto su valentía.
Cuando llegaron al pueblo, todos los animales salieron a recibirlos. “¡Hurra por Valiente! ¡El burro que subió la montaña azul!” gritaron.
Lía corrió hacia Valiente y lo abrazó. “¡Eres un héroe, Valiente! ¡Gracias por ayudar a tus amigos!”
Valiente sonrió y dijo: “No soy un héroe, solo un burro que quiso ayudar. Y ahora sé que puedo ser valiente.”
Desde ese día, Valiente ya no temía a la montaña azul. Había aprendido que, aunque a veces las cosas parecen difíciles, con valor y amistad, todo es posible. Y así, Valiente siguió ayudando a sus amigos, siempre recordando su gran aventura en la montaña azul.