El viento susurraba entre los árboles del bosque de los sacrificios, llevando consigo ecos de risas y lamentos. Ana y Luis, atraídos por las leyendas urbanas que hablaban de visiones y sombras, decidieron aventurarse en su interior.
—¿Estás seguro de que deberíamos estar aquí? —preguntó Ana, con un ligero temblor en la voz.
—Vamos, solo son cuentos —respondió Luis, aunque su mirada delataba una inquietud creciente—. Dicen que si te quedas lo suficiente, puedes ver lo que ocurrió realmente.
Mientras avanzaban, una niebla espesa comenzó a rodearlos. Las sombras danzaban y susurros ininteligibles llenaban el aire.
—¿Escuchas eso? —dijo Ana, deteniéndose en seco.
Luis asintió, pero su corazón latía con fuerza. Las voces parecían llamarlas, prometiendo secretos olvidados.
—Vayamos un poco más adentro —insistió él, sintiendo que algo los guiaba.
De repente, una figura apareció entre los árboles. Era una mujer de rostro pálido, con ojos vacíos.
—No deberían estar aquí… —susurró, su voz como un eco del pasado—. El bosque necesita sangre.
Ana retrocedió, pero Luis, hipnotizado, dio un paso adelante.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él, su curiosidad superando el miedo.
—El sacrificio nunca se detiene. Una vida por otra —respondió la mujer, señalando un altar cubierto de hojas muertas.
Ana gritó, pero Luis la ignoró. En su mente, la promesa de poder y conocimiento se entrelazaba con la locura.
—Luis, ¡regresa! —imploró Ana, pero él ya estaba atrapado en la visión.
La mujer sonrió, y en un instante, el bosque resonó con un grito desgarrador. Ana se dio la vuelta, corriendo, pero el eco de la risa de Luis la siguió.
Las leyendas eran ciertas. El bosque había reclamado otra víctima, y ahora, era ella quien debía decidir: ¿sacrificar a alguien o convertirse en parte de la oscuridad?