El Espejo de los Reflejos Oscuros

En un pequeño pueblo, donde las sombras se alargaban con el ocaso y el viento susurraba secretos olvidados, había una tienda de antigüedades que pocos se atrevían a visitar. La tienda pertenecía a un anciano llamado Don Elías, un hombre de mirada profunda y manos arrugadas que parecían contar historias de tiempos pasados. En el rincón más oscuro de su establecimiento, un espejo antiguo aguardaba, cubierto por una tela polvorienta que lo protegía del paso del tiempo.

Una tarde, Clara, una joven artista en busca de inspiración, decidió entrar en la tienda. La campanita sobre la puerta sonó con un tintineo melancólico.

—¿Buscas algo en particular? —preguntó Don Elías, mientras sus ojos brillaban con una chispa de curiosidad.

—No estoy segura. Solo quería ver qué tesoros guarda este lugar —respondió Clara, observando las estanterías llenas de objetos extraños.

El anciano sonrió, como si conociera los secretos que cada objeto escondía.

—A veces, los tesoros más valiosos son los que menos se esperan. Ven, te mostraré algo especial.

Don Elías la condujo hasta el espejo, retirando la tela con un gesto reverente. El cristal, en lugar de reflejar la habitación, parecía pulsar con una vida propia, mostrando imágenes distorsionadas de un mundo alternativo. Clara se acercó, fascinada.

—¿Qué es esto? —preguntó, con la voz apenas un susurro.

—Es un espejo de los reflejos oscuros. Muestra lo que podría ser si las decisiones que tomamos fueran diferentes. Pero ten cuidado, lo que ves puede no ser lo que deseas.

Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. La curiosidad es un veneno dulce, pensó, mientras sus ojos se perdían en las visiones que danzaban en el cristal.

—¿Puedo tocarlo? —preguntó, casi sin darse cuenta.

—No lo hagas —advirtió Don Elías, su voz grave resonando en el aire. —Una vez que lo tocas, no hay vuelta atrás.

Pero Clara, embriagada por la tentación, extendió su mano. Al contacto, una corriente eléctrica la recorrió, y el espejo brilló intensamente. Las imágenes se intensificaron, mostrando un paisaje que parecía familiar, pero distorsionado. Una versión de ella misma, pero con una mirada fría y vacía, caminaba por un sendero cubierto de sombras.

—¿Qué es esto? —exclamó Clara, retrocediendo.

—Es solo un reflejo —dijo Don Elías—. Pero recuerda, cada decisión tiene su precio.

Clara, intrigada y aterrorizada a la vez, decidió que debía explorar más. ¿Y si pudiera ver lo que podría haber sido? pensó. Se sentó frente al espejo, dispuesta a sumergirse en las visiones.

Las imágenes comenzaron a girar, llevándola a un mundo donde sus decisiones habían tomado caminos oscuros. Vio un futuro en el que había abandonado su pasión por la pintura, eligiendo un trabajo monótono y sin alma. La Clara en el espejo era una sombra de sí misma, atrapada en un ciclo de insatisfacción.

—Esto no es lo que quiero —murmuró, sintiendo el peso de la tristeza.

—Pero es lo que elegiste —dijo una voz suave, que resonó en su mente. Era la Clara del espejo, con una sonrisa amarga.

—No, no elegí esto. Solo… dejé que las cosas sucedieran.

—A veces, la inacción es una elección en sí misma —replicó la figura. —¿Te gustaría cambiarlo?

Clara sintió una punzada de desesperación. ¿Cambiarlo? ¿Cómo?

—Debes tomar decisiones, pero ten cuidado. Cada una tiene su consecuencia.

Las imágenes comenzaron a cambiar de nuevo, mostrándole otras versiones de su vida. Vio un amor que nunca llegó a ser, un viaje que nunca emprendió y amistades que se desvanecieron en el aire. Cada visión era más dolorosa que la anterior, y Clara sintió que el espejo la absorbía, atrapándola en una red de posibilidades y arrepentimientos.

—¡Basta! —gritó, intentando alejarse del cristal. Pero las imágenes se volvieron más intensas, más vívidas.

—No puedes escapar de lo que eres —dijo la Clara del espejo, su voz resonando como un eco en su mente. —Tienes que enfrentar tus decisiones.

Don Elías observaba en silencio, como un guardián de secretos.

—El espejo no es tu enemigo, Clara. Te muestra lo que eres capaz de cambiar. Pero debes estar lista para enfrentar las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? —preguntó, sintiendo que el miedo la invadía.

—Cada decisión que tomes en este mundo tiene un eco en el otro. Si decides cambiar algo, algo más deberá ser sacrificado.

Clara se sintió atrapada entre el deseo de cambiar su vida y el miedo a lo desconocido. ¿Valía la pena arriesgar lo que tenía por un futuro incierto?

—¿Y si elijo no hacer nada? —preguntó, su voz temblorosa.

—Entonces seguirás viviendo en el reflejo de lo que podría haber sido, siempre preguntándote qué pasaría si hubieras tomado otro camino.

Las imágenes se detuvieron, y Clara se encontró de nuevo en la tienda, respirando con dificultad.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, sintiendo que el peso de la decisión la aplastaba.

—Solo tú puedes responder eso —dijo Don Elías, su mirada profunda y comprensiva. —Pero recuerda, el espejo no es solo un objeto. Es un portal a tu propia alma.

Clara sintió que el tiempo se detenía. ¿Qué quería realmente? La respuesta era confusa, como un sueño del que no podía despertar.

—Quiero ser feliz —respondió finalmente, con una determinación que la sorprendió a sí misma.

—Entonces, elige. Pero elige sabiamente.

Con un profundo suspiro, Clara volvió a mirar el espejo. Las imágenes se agitaron como un mar embravecido, y en ese instante, comprendió que el verdadero poder residía en sus manos. Podía cambiar su vida, pero no sin pagar un precio.

—¿Qué debo sacrificar? —preguntó, su voz firme.

—Eso es algo que solo tú puedes descubrir —respondió Don Elías, su tono grave y sereno. —Pero recuerda, cada elección tiene un eco.

Clara se acercó al espejo, sintiendo su corazón latir con fuerza. Las imágenes comenzaron a girar de nuevo, y en un acto de valentía, decidió que no podía dejar que el miedo la controlara.

—Voy a cambiar —dijo, con una determinación renovada. —Voy a elegir.

Con un movimiento decidido, tocó el espejo nuevamente. La luz la envolvió, y en un instante, se sintió transportada a un nuevo mundo. Una brisa suave acarició su rostro, y Clara se dio cuenta de que estaba en un lugar diferente, un paisaje vibrante lleno de colores que nunca había imaginado.

—¿Es esto real? —preguntó, maravillada.

—Es tan real como lo que decides hacer con tu vida —respondió una voz familiar. Era la Clara del espejo, pero esta vez su mirada estaba llena de esperanza.

Clara sonrió, sintiendo que el peso de sus decisiones comenzaba a desvanecerse. Había elegido vivir, y eso era suficiente.

A medida que exploraba este nuevo mundo, comenzó a recordar lo que realmente amaba: la pintura, los viajes, las amistades. Cada paso que daba era un eco de las decisiones que había tomado, y se sintió libre.

—Esto es solo el comienzo —dijo la Clara del espejo, sonriendo con complicidad.

—Sí, es el comienzo de algo nuevo —respondió Clara, sintiendo que su corazón latía con fuerza.

Mientras avanzaba por el sendero, el eco de sus decisiones resonaba en su mente. La vida era un lienzo en blanco, y ella era la artista.

Y así, con cada elección que hacía, se adentraba más en un mundo lleno de posibilidades. El espejo, ahora distante, se convirtió en un recordatorio de que las sombras del pasado no definían su futuro.

Clara había aprendido que, aunque el camino podría ser incierto, la verdadera magia residía en la capacidad de elegir. Y con esa revelación, se sintió más viva que nunca.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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