Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de frondosos bosques. Una noche, mientras observaba las estrellas desde su ventana, vio una extraña luz que parpadeaba en el bosque. Intrigado, decidió seguirla.
Con su linterna en mano y su gorro de lana bien ajustado, Tomás se adentró en el bosque. Caminó y caminó, siguiendo el rastro de luz que parecía danzar entre los árboles. A medida que avanzaba, el bosque se volvía más y más misterioso. De repente, la luz se detuvo frente a una gran roca cubierta de musgo.
Tomás se acercó con cuidado y, para su sorpresa, la roca se abrió como una puerta secreta. Al otro lado, encontró un mundo mágico lleno de colores brillantes y sonidos encantadores. En el centro de este mágico lugar, había una hermosa fuente de cristal que brillaba con una luz deslumbrante.
«¡Wow! ¿Qué es esto?» exclamó Tomás, maravillado.
De repente, un pequeño duende con un sombrero puntiagudo y orejas grandes apareció ante él. «¡Hola! Soy Dinky, el guardián de la Fuente de Cristal,» dijo el duende con una sonrisa.
Tomás estaba tan sorprendido que apenas pudo hablar. «Hola, Dinky. Soy Tomás. ¿Qué es esta fuente?»
Dinky se rascó la barbilla y dijo: «Esta es la Fuente de Cristal. Tiene el poder de conceder deseos, pero solo a aquellos que son puros de corazón.»
Tomás miró la fuente con asombro. «¿De verdad? ¿Puedo pedir un deseo?»
Dinky asintió con una sonrisa. «Sí, pero primero debes pasar una prueba. Debes encontrar el Cristal del Valor que está escondido en el bosque. Solo entonces podrás pedir tu deseo.»
Tomás aceptó el desafío y se adentró nuevamente en el bosque. Caminó durante horas, buscando el Cristal del Valor. En su camino, encontró varios obstáculos, como un río caudaloso y un puente de ramas frágiles. Pero recordó las palabras de Dinky y no se dio por vencido.
Finalmente, llegó a un claro donde vio un destello de luz. Se acercó y encontró un pequeño cristal azul brillante. «¡Lo encontré!» exclamó con alegría.
De regreso a la fuente, Dinky lo recibió con una gran sonrisa. «¡Bien hecho, Tomás! Has demostrado ser valiente y puro de corazón.»
Tomás entregó el cristal a Dinky, quien lo colocó en la fuente. La fuente comenzó a brillar aún más intensamente, y una voz suave y melodiosa se escuchó. «Tomás, has demostrado tu valor. Puedes pedir tu deseo.»
Tomás cerró los ojos y pensó en su deseo más profundo. «Deseo que todos en mi pueblo sean felices y que nunca falte la alegría.»
La fuente brilló con una luz cegadora y, de repente, todo el lugar se llenó de risas y música. Dinky sonrió y dijo: «Tu deseo es muy noble, Tomás. La Fuente de Cristal siempre estará aquí para aquellos que son puros de corazón.»
Tomás se sintió muy feliz y agradeció a Dinky. «Gracias, Dinky. Nunca olvidaré esta aventura.»
Dinky asintió y dijo: «Recuerda siempre ser valiente y puro de corazón, Tomás. Ahora es hora de que regreses a casa.»
Tomás siguió el rastro de luz de regreso al pueblo, sintiéndose más feliz y valiente que nunca. Al llegar a su casa, miró al bosque y susurró: «Gracias, Dinky. Hasta pronto.»
Y así, Tomás vivió muchas más aventuras, siempre recordando la lección que aprendió en el bosque mágico. La valentía y la pureza de corazón pueden hacer realidad los deseos más maravillosos.
Fin.