En un pequeño y colorido pueblo, vivían dos amigos inseparables: Lucas y Sofía. Les encantaba explorar los bosques y praderas cercanas, siempre en busca de aventuras. Un día, mientras jugaban cerca de un arroyo, encontraron un viejo mapa que parecía haber sido olvidado hace mucho tiempo.
—¡Mira, Lucas! —exclamó Sofía, sosteniendo el mapa con manos temblorosas—. ¡Es un mapa del tesoro!
Lucas se acercó rápidamente y observó el mapa con ojos brillantes. En el centro había un dibujo de un arco iris y, al final de él, un cofre dorado.
—¡Es el Tesoro del Arco Iris Perdido! —dijo Lucas emocionado—. He oído historias sobre él. Dicen que está custodiado por los duendes más astutos del bosque.
—¡Tenemos que encontrarlo! —respondió Sofía, decidida—. Será nuestra mayor aventura.
Así que, con el mapa en manos, los dos amigos se adentraron en el bosque. Caminaron durante horas, siguiendo las indicaciones del mapa. Pasaron por árboles altos, ríos cristalinos y prados llenos de flores de todos los colores. Finalmente, llegaron a un claro donde el arco iris parecía tocar el suelo.
—¡Allí está! —gritó Lucas, señalando el final del arco iris—. ¡Vamos!
Pero antes de que pudieran dar un paso más, aparecieron tres duendes delante de ellos. Eran pequeños, con orejas puntiagudas y ojos brillantes. Llevaban ropas verdes y sombreros rojos.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el primer duende, con una voz aguda.
—Somos Lucas y Sofía —respondió Sofía, con valentía—. Hemos venido en busca del Tesoro del Arco Iris Perdido.
—¡Ja! —rió el segundo duende—. Muchos han intentado encontrarlo, pero ninguno lo ha conseguido. ¿Qué les hace pensar que ustedes podrán?
Lucas y Sofía se miraron y luego miraron a los duendes con determinación.
—Creemos en la magia de la amistad y en nuestro valor —dijo Lucas—. Y estamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío.
Los duendes se miraron entre sí y asintieron.
—Muy bien —dijo el tercer duende—. Si quieren encontrar el tesoro, deberán superar tres pruebas. Si lo logran, el tesoro será suyo.
La primera prueba consistía en cruzar un puente de cuerdas que colgaba sobre un profundo barranco. Lucas y Sofía se tomaron de la mano y, con mucho cuidado, lograron cruzar el puente sin caerse.
—¡Bien hecho! —dijo el primer duende—. Ahora, para la segunda prueba, deben resolver este acertijo: «Tengo ciudades, pero no casas. Tengo montañas, pero no árboles. Tengo agua, pero no peces. ¿Qué soy?»
Lucas y Sofía pensaron durante un momento y luego Sofía exclamó:
—¡Es un mapa!
—¡Correcto! —dijo el segundo duende, asintiendo—. Ahora, para la tercera y última prueba, deben encontrar la llave dorada que está escondida en algún lugar de este claro.
Lucas y Sofía comenzaron a buscar por todo el claro. Revisaron bajo las piedras, entre las flores y en las ramas de los árboles. Finalmente, Lucas encontró la llave dorada escondida en el hueco de un viejo roble.
—¡La tenemos! —gritó Lucas, sosteniendo la llave en alto.
Los duendes sonrieron y se apartaron, revelando un cofre dorado al final del arco iris. Lucas y Sofía usaron la llave para abrir el cofre y, dentro, encontraron monedas de oro, joyas brillantes y un pequeño libro antiguo.
—Este es el verdadero tesoro —dijo el tercer duende, señalando el libro—. Contiene la sabiduría y los secretos de nuestro mundo mágico. Ahora es suyo.
Lucas y Sofía se abrazaron, emocionados por su éxito. Agradecieron a los duendes y prometieron cuidar bien del tesoro.
—¡Gracias por creer en nosotros! —dijo Sofía, sonriendo.
—Y por enseñarnos que la verdadera magia está en la amistad y el valor —añadió Lucas.
Los duendes asintieron y desaparecieron en un destello de luz. Lucas y Sofía regresaron a su pueblo, llevando consigo no solo el tesoro, sino también una aventura inolvidable y la certeza de que, juntos, podían lograr cualquier cosa.
Y así, vivieron felices, siempre listos para la próxima gran aventura.