Había una vez, en un pequeño pueblo, dos hermanos llamados Hansel y Gretel. Eran muy felices, pero un día, su familia pasó por una mala racha. Su papá, preocupado, dijo: “No podemos seguir así, necesitamos encontrar una solución”. La mamá, triste, propuso llevar a los niños al bosque y dejarlos allí para que pudieran sobrevivir mejor.
Hansel, que siempre estaba atento, escuchó el plan y le dijo a Gretel: “No te preocupes, tengo un plan”. Esa noche, mientras todos dormían, Hansel salió al jardín y recogió algunas piedras brillantes que encontró en el suelo. Al día siguiente, cuando sus padres los llevaron al bosque, Hansel dejó caer las piedras para marcar el camino de regreso.
Después de caminar un buen rato, sus padres los dejaron solos. “¿Dónde están?”, preguntó Gretel, asustada. “No te preocupes, Gretel. Solo sigue las piedras”, respondió Hansel. Pero, al final, las piedras no fueron suficientes. Se perdieron y no pudieron encontrar el camino de vuelta.
Mientras caminaban, comenzaron a sentir hambre. De repente, vieron algo increíble: una casa hecha de dulces. “¡Mira, Gretel! ¡Una casa de caramelos!”, exclamó Hansel con los ojos brillantes. No podían resistirlo. Se acercaron y empezaron a comer los dulces de las paredes.
De pronto, la puerta se abrió y apareció una anciana. “¡Hola, pequeños! ¡Bienvenidos a mi casa! Pueden comer todo lo que quieran”, dijo la bruja con una sonrisa. Pero Hansel y Gretel, aunque estaban hambrientos, sintieron un escalofrío. “Gracias, señora, pero estamos un poco cansados. ¿Podemos descansar un momento?”, preguntó Gretel.
“Claro, claro, pasen adentro”, dijo la bruja, mientras los guiaba. Una vez dentro, los hermanos se dieron cuenta de que la casa estaba llena de trampas y cosas extrañas. La bruja los miraba con ojos brillantes. “Voy a hacer de ustedes mis ayudantes”, dijo. “¡Serán muy útiles!”
Hansel y Gretel se miraron preocupados. “No podemos quedarnos aquí”, susurró Hansel. “Debemos encontrar una forma de escapar”. Gretel asintió y recordó algo que había visto en la casa: una ventana abierta. “¡Vamos hacia la ventana!”, dijo.
Mientras la bruja se distraía, los hermanos corrieron hacia la ventana. “¡Ayúdame, Gretel!”, gritó Hansel. “¡No dejes que nos atrape!” Justo cuando estaban a punto de salir, la bruja se dio cuenta. “¡Regresen aquí, pequeños traviesos!”, gritó.
Pero Hansel y Gretel ya estaban fuera. Corrieron tan rápido como pudieron, siguiendo un camino de flores que los llevó de vuelta al bosque. “¡Lo logramos!”, exclamó Gretel. “¡Estamos libres!”.
Finalmente, encontraron el camino de regreso a casa, gracias a las piedras que Hansel había dejado. Cuando llegaron, su papá y su mamá estaban muy preocupados. “¡Nos perdimos, pero estamos bien!”, dijeron los hermanos al unísono.
Desde ese día, Hansel y Gretel nunca olvidaron su aventura y aprendieron a ser más cuidadosos. Y así, vivieron felices y llenos de dulces, sin olvidar el valor de la familia.