Había una vez, en un bosque lleno de árboles altos y flores de colores, un grupo de aves que vivían felices. Cada mañana, cuando el sol comenzaba a asomarse, ellas se reunían en la gran rama del roble más viejo. Allí, decidieron organizar un concierto muy especial para dar la bienvenida al nuevo día.
Una mañana, la pequeña gorrioncita llamada Lila dijo emocionada: “¡Chicos, chicos! ¿Qué tal si hacemos un concierto para celebrar el amanecer?”
“¡Sí, sí! ¡Me encanta la idea!” gritó el canario amarillo, que se llamaba Tito. “Podemos cantar juntos y hacer que el sol se sienta bienvenido.”
El bienteveo, que siempre estaba un poco más serio, frunció el ceño. “Pero, ¿y si no sabemos cantar bien? No quiero que el sol se ría de nosotros.”
Lila, con su voz suave, le respondió: “No te preocupes, Bienteveo. Cada uno de nosotros tiene una voz única. ¡Eso es lo que hace que nuestro canto sea especial!”
Los demás pájaros se miraron y empezaron a animarse. “¡Sí! Cada uno de nosotros puede aportar algo diferente”, dijo la paloma blanca llamada Pía.
Así que, después de mucho hablar y reír, decidieron que cada ave elegiría una canción que le gustara. Al día siguiente, se reunirían para practicar.
Cuando llegó el nuevo día, el cielo estaba pintado de rosa y naranja. Lila llegó primero, moviendo sus alas con alegría. “¡Buenos días, amigos! ¡Estoy lista para cantar!”
Poco a poco, los demás pájaros fueron llegando. Tito estaba muy emocionado y comenzó a cantar su canción favorita: “¡La, la, la! ¡El sol ya viene, el sol ya viene!”
“¡Qué bonito, Tito!” exclamó Pía. “Ahora es mi turno.” Y empezó a cantar una melodía suave que hacía sonreír a todos.
Pero cuando llegó el Bienteveo, no se sentía seguro. “Yo… no sé si puedo cantar como ustedes. Mi voz es diferente.”
“¡Vamos, Bienteveo!” animó Lila. “Queremos escucharte. Tu voz también es importante.”
El Bienteveo respiró hondo y comenzó a cantar. Al principio, su canto era un poco tembloroso, pero poco a poco se fue soltando. “¡Canto al sol, canto al sol, que ilumina mi corazón!”
Todos aplaudieron con sus alas. “¡Bravo, Bienteveo! ¡Eso fue genial!” gritaron al unísono.
Después de practicar, decidieron que el concierto sería al amanecer del día siguiente. Todos estaban muy emocionados y se fueron a dormir soñando con su gran actuación.
Cuando el sol comenzó a asomarse, el cielo se llenó de colores. Las aves se reunieron en la rama del roble, listas para su concierto. “¡Es hora de cantar!” dijo Lila.
“¡Sí! ¡Que comience la sinfonía del amanecer!” gritó Tito.
Y así, comenzaron a cantar. Lila comenzó con su dulce melodía, seguida por Tito que llenó el aire con su alegría. Luego llegó el turno de Pía, que trajo una canción suave como el viento. Finalmente, el Bienteveo dejó que su voz resonara en el bosque.
“¡Canto al sol, canto al sol, que ilumina mi corazón!” repitió, y todos se unieron a él.
Los árboles comenzaron a mecerse con la música, y las flores parecían bailar. Todos los animales del bosque se acercaron a escuchar. Los conejos, las ardillas y hasta los ciervos se detuvieron a disfrutar de la sinfonía.
“¡Qué hermoso es escucharles!” dijo una ardilla emocionada. “¿De dónde viene esa música?”
“¡Es el concierto de las aves!” respondió un conejo saltarín.
Cuando terminaron de cantar, el sol brillaba con fuerza y todos aplaudieron. “¡Bravo! ¡Bravo!” gritó el Bienteveo, sintiéndose muy feliz.
“¡Lo hicimos, amigos! ¡Cantar juntos fue lo mejor!” dijo Lila, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
“Sí, cada uno de nosotros hizo su parte. ¡Cada voz es importante!” agregó Tito.
Y así, en ese hermoso día, las aves aprendieron que unidas son más fuertes. Desde entonces, cada mañana se reunían para cantar y dar la bienvenida al nuevo día, recordando siempre que sus voces, aunque diferentes, eran parte de una hermosa sinfonía.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.