En un bosque encantado, donde los árboles danzaban con el viento y las estrellas brillaban como pequeños diamantes, vivía un grupo de búhos. Eran búhos muy especiales, porque no solo tenían grandes ojos que brillaban en la oscuridad, sino que también cuidaban una lámpara mágica que iluminaba todo el bosque.
Cada noche, cuando el sol se escondía detrás de las montañas, los búhos se reunían alrededor de la lámpara. Esta lámpara no era como las demás; tenía un cristal que resplandecía con colores que cambiaban según la alegría de los búhos. Si estaban felices, la lámpara brillaba en un hermoso amarillo. Si estaban tristes, se volvía azul.
Una noche, mientras todos los búhos se acomodaban en sus ramas favoritas, la búho más pequeña, llamada Luzia, miró la lámpara con curiosidad.
—¡Miren, amigos! —exclamó Luzia—. ¡La lámpara brilla de color naranja! ¿Qué significa eso?
El búho más sabio, llamado Don Sabio, se acercó y dijo:
—El color naranja significa que hay algo especial en el aire. Quizás deberíamos hacer algo juntos para que brille aún más.
Los otros búhos aplaudieron con sus alas. Tito, un búho travieso, sugirió:
—¡Podríamos contar historias! A mí me gusta mucho contar historias de aventuras.
—¡Sí! —dijo Mara, una búho con plumas suaves como el algodón—. Y después podemos cantar. ¡Cantar siempre hace que la lámpara brille más!
Así que, uno a uno, comenzaron a contar historias. Tito habló sobre un viaje a la luna, donde conoció a una estrella que le enseñó a hacer piruetas en el aire. Mara contó sobre un río que hablaba y le decía a los animales secretos del bosque. Y Luzia, con su voz dulce, narró cómo un pequeño ratón ayudó a un búho a encontrar su camino a casa.
Mientras las historias llenaban el aire, la lámpara brillaba cada vez más intensamente. Pero, de repente, un viento fuerte sopló y apagó la lámpara. Todos los búhos se miraron con preocupación.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Luzia, asustada.
Don Sabio, con su voz tranquila, dijo:
—No debemos rendirnos. La lámpara necesita nuestra luz interior. Debemos unirnos y cuidar de ella juntos.
Los búhos decidieron que, en lugar de contar historias, debían hacer algo más. Tito propuso:
—¡Hagamos un círculo y compartamos nuestros corazones! Cada uno de nosotros puede decir algo que ama.
Así, comenzaron a compartir. Mara dijo que amaba el canto de los pájaros al amanecer. Luzia habló de su amor por las estrellas que brillan en la noche. Tito mencionó que adoraba las aventuras y los juegos.
Cada vez que un búho compartía su amor, la lámpara parpadeaba suavemente. Don Sabio, al final, dijo:
—Ahora, escuchen. El amor que compartimos es como el brillo de esta lámpara. Cuando cuidamos juntos, nuestros corazones se iluminan.
Con esas palabras, todos los búhos se unieron en un abrazo. Luzia dijo:
—¡Vamos a cuidar de la lámpara juntos! ¡Con nuestros corazones!
Y entonces, con un fuerte aleteo, comenzaron a cantar. Sus voces se unieron en una melodía mágica que llenó el bosque. La lámpara, poco a poco, comenzó a brillar de nuevo, primero con un suave destello y luego con un resplandor brillante que iluminó todo a su alrededor.
—¡Miren! —gritó Tito—. ¡Está brillando de nuevo!
La lámpara ahora brillaba en un hermoso color dorado, y el bosque parecía un lugar de ensueño. Los búhos, felices, celebraron su éxito.
—Hoy aprendimos algo muy importante —dijo Don Sabio—. Cuando cuidamos juntos de algo valioso, nuestros corazones se unen y brillamos más.
Luzia sonrió y dijo:
—¡Sí! ¡La lámpara del bosque es especial porque nosotros la cuidamos!
Desde esa noche, los búhos se reunían cada día para cuidar de la lámpara. No solo contaban historias y cantaban, sino que también compartían risas y sueños. La lámpara se convirtió en un símbolo de su amistad, iluminando el bosque y llenando de alegría a todos los animales que pasaban por allí.
Y así, en el bosque encantado, los búhos aprendieron que el verdadero brillo no solo venía de la lámpara, sino de los corazones que se unían para cuidarla.
Y cada vez que la lámpara brillaba, el bosque entero sonreía.