La Mansión de los Susurros


La mansión se alzaba imponente al final del sendero, sus ventanas rotas y paredes desconchadas parecían ojos vigilantes y piel agrietada. El viento susurraba a través de las grietas, portador de secretos olvidados por el tiempo.

Carlos y Ana, una pareja de investigadores paranormales, habían oído historias sobre la Mansión de los Susurros desde su juventud. Decidieron que era hora de enfrentarse a los rumores y descubrir la verdad detrás de las leyendas.

—¿Estás segura de esto, Ana? —preguntó Carlos mientras estacionaban el auto frente a la entrada principal.

—Sí, Carlos. Hemos investigado lugares peores. Además, esta mansión tiene un pasado fascinante. —Ana sonrió, aunque sus ojos mostraban una pizca de duda.

La puerta principal crujió al abrirse, y un aire frío y húmedo los envolvió. La luz de sus linternas revelaba muebles cubiertos de polvo y telas de araña que colgaban como cortinas olvidadas. Avanzaron con cautela, escuchando los ecos de sus propios pasos.

—Dicen que los susurros aquí no son cualquier tipo de susurros —dijo Carlos en voz baja—. Se dice que revelan secretos oscuros, cosas que nadie debería saber.

—Eso es lo que estamos aquí para averiguar —respondió Ana con determinación.

Subieron las escaleras, cada peldaño resonando como un tambor en el silencio de la mansión. Al llegar al segundo piso, un susurro apenas audible llegó a sus oídos.

¿Por qué estás aquí? —murmuró una voz etérea.

Carlos y Ana se miraron, sus corazones latiendo con fuerza. Decidieron seguir el sonido, que los condujo a una habitación al final del pasillo. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla, encontraron una biblioteca abandonada. Los libros estaban esparcidos por el suelo, sus páginas amarillentas y quebradizas.

No deberías estar aquí —dijo otra voz, más clara esta vez.

—¿Quién eres? —preguntó Ana, tratando de mantener la calma.

No importa quién soy. Lo que importa es lo que sucedió aquí.

Las linternas parpadearon, y una figura fantasmal apareció ante ellos. Era una mujer de aspecto triste, con un vestido antiguo y ojos llenos de dolor.

Me llamo Isabel —dijo la figura—. Fui la última en habitar esta mansión antes de que el mal se apoderara de ella.

Carlos tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

—¿Qué sucedió aquí, Isabel? —preguntó.

Mi familia y yo fuimos víctimas de una maldición. Los susurros que escuchan son las voces de aquellos que sufrieron y murieron en esta casa. Sus secretos oscuros nos atormentan incluso en la muerte.

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda. La figura de Isabel comenzó a desvanecerse, pero no antes de dejarles una advertencia final.

Váyanse antes de que sea demasiado tarde. Los secretos de esta mansión no deben ser revelados.

La figura desapareció, y el silencio se hizo aún más pesado. Carlos y Ana se miraron, sabiendo que no podían ignorar la advertencia.

—Deberíamos irnos, Ana. Esto es más de lo que esperábamos —dijo Carlos, su voz temblando.

—No, Carlos. Hemos llegado hasta aquí. Debemos descubrir la verdad. —Ana apretó los dientes, decidida a continuar.

Exploraron más habitaciones, cada una revelando más susurros y secretos oscuros. Descubrieron que la familia de Isabel había practicado rituales oscuros, tratando de invocar poderes más allá de la comprensión humana. Los susurros eran las voces de las víctimas de esos rituales, atrapadas en un ciclo eterno de sufrimiento.

Finalmente, llegaron al sótano, donde encontraron un altar antiguo y símbolos grabados en las paredes. Un susurro más fuerte que los anteriores llenó la habitación.

Han cometido un error al venir aquí. Ahora, ustedes también están atrapados.

Ana sintió una mano fría en su hombro y se giró para ver a Carlos con una expresión de horror absoluto. Sus ojos estaban vacíos, y un susurro interminable emanaba de sus labios.

—¡Carlos! —gritó Ana, tratando de sacudirlo, pero era como si él ya no estuviera allí.

El susurro se intensificó, llenando la mente de Ana con imágenes de dolor y sufrimiento. Sintió que su propia voluntad se desvanecía, y antes de perderse en la oscuridad, entendió la verdad: la mansión no solo revelaba secretos, sino que también los devoraba.

Los cuerpos de Carlos y Ana fueron encontrados semanas después, sus rostros congelados en una expresión de terror. La mansión, sin embargo, permaneció imperturbable, esperando a sus próximas víctimas, dispuesta a susurrar sus oscuros secretos a cualquiera lo suficientemente valiente —o insensato— para escuchar.


La Mansión de los Susurros continuó siendo un enigma, un lugar donde los secretos oscuros y los susurros fantasmales se entrelazaban en un ciclo eterno de horror. Y así, la mansión aguardaba, con sus ventanas vigilantes y sus paredes agrietadas, lista para revelar sus secretos a aquellos que se atrevieran a entrar.

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Doctor Tenebroso

Santi es el Doctor Tenebroso, un narrador maestro del terror literario. Con una pluma afilada y una habilidad magistral para crear atmósferas inquietantes, sus cuentos exploran los rincones más oscuros de la mente humana. El doctor transporta a sus lectores a mundos donde lo sobrenatural se entrelaza con lo cotidiano, dejando una estela de suspense y horror que perdura mucho después de haber pasado la última página. Sus relatos desafían convenciones y llevan a los lectores a un viaje emocionante y aterrador hacia lo desconocido.

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