El tren de medianoche hacia el infierno

Era la noche de Halloween, y la luna llena iluminaba el cielo con un brillo espectral. Tres adolescentes, Valeria, Tomás y Raúl, se aventuraron más allá de los límites de su pequeño pueblo, en busca de emociones y un par de fotos espeluznantes para sus redes sociales. Habían oído rumores sobre un tren abandonado, decorado con telarañas y calaveras, que supuestamente aparecía en esta época del año.

—¿Estás seguro de que esto es real? —preguntó Valeria, mirando a su alrededor con desconfianza.

—Vamos, Valeria, solo es un tren viejo. ¿Qué puede pasar? —respondió Tomás, tratando de sonar convencido mientras su voz temblaba levemente.

Raúl, el más aventurero del grupo, avanzó un paso más hacia el camino oscuro que conducía al tren. La curiosidad brillaba en sus ojos.

—¡Miren! —gritó, señalando algo en la distancia. A medida que se acercaban, el tren apareció ante ellos, cubierto de telarañas y adornos de Halloween. Las ventanas estaban oscuras, pero un aire de misterio lo rodeaba.

—Esto es increíble —dijo Raúl, sacando su cámara—. ¡Vamos a tomar algunas fotos!

Mientras se acercaban al tren, una brisa helada sopló, haciendo que Valeria se estremeciera.

—¿No les parece extraño que esté aquí? —murmuró, su voz apenas audible.

—Solo es un tren viejo, Valeria. ¡Subamos! —replicó Tomás, empujando la puerta que chirrió ominosamente al abrirse.

El interior del tren estaba decorado con calaveras de plástico y luces parpadeantes, pero había un aire de abandono que lo hacía aún más inquietante.

—Es como una fiesta de Halloween en ruinas —bromeó Raúl, mientras capturaba imágenes de cada rincón.

De repente, un sonido sordo resonó. La puerta se cerró de golpe tras ellos, y el tren comenzó a moverse, lentamente al principio, pero luego con una velocidad inquietante.

—¡¿Qué demonios?! —gritó Tomás, corriendo hacia la puerta.

—¡Está cerrada! —respondió Valeria, golpeando el vidrio con desesperación—. ¡Ayuda!

El tren continuó su marcha, y las luces comenzaron a parpadear, creando sombras danzantes que parecían cobrar vida. En el aire había un olor a metal oxidado y algo más, algo que hacía que sus estómagos se revuelvan.

—Esto no es un juego, ¿verdad? —dijo Raúl, mirando a sus amigos con ojos desorbitados.

—No, definitivamente no —respondió Valeria, su voz temblando.

—¿Adónde nos lleva? —preguntó Tomás, tratando de mantener la calma.

—No lo sé, pero debemos encontrar una salida —dijo Raúl, buscando en los compartimentos.

Mientras exploraban, comenzaron a notar que las decoraciones no eran solo adornos de Halloween. Había fotos de personas desaparecidas, sus rostros distorsionados por el miedo y la desesperación.

—Esto es… perturbador —murmuró Valeria, mirando una imagen en particular. Era una niña con una sonrisa que parecía burlarse de ellos.

—¡Miren! —gritó Raúl, señalando una puerta al final del vagón—. ¡Quizás ahí haya una salida!

Corrieron hacia la puerta, pero cuando la abrieron, se encontraron con un oscuro túnel que parecía no tener fin. La oscuridad era abrumadora.

—No, no, no… —dijo Tomás, retrocediendo—. No podemos entrar ahí.

—Pero no tenemos otra opción —respondió Valeria, su voz apenas un susurro.

—¡Esperen! —gritó Raúl, mirando hacia atrás. Un grupo de sombras se acercaba por el pasillo del tren, figuras indistintas que parecían moverse con una intención siniestra.

—¡Rápido! —gritó Valeria, empujando a Tomás hacia el túnel.

Sin pensarlo dos veces, se lanzaron al túnel, el aire frío envolviéndolos. Corrieron, sintiendo que algo los seguía, algo que respiraba con dificultad.

—¿Qué es eso? —preguntó Tomás, mirando hacia atrás.

—No lo sé, pero debemos seguir corriendo —respondió Raúl, sus piernas ardiendo por el esfuerzo.

El túnel parecía interminable, y la desesperación comenzó a apoderarse de ellos. Las sombras resonaban detrás, cada vez más cerca.

—¡No puedo más! —gritó Valeria, cayendo de rodillas.

—¡Levántate! —gritó Raúl, intentando ayudarla—. ¡No podemos quedarnos aquí!

En ese momento, una risa escalofriante resonó en el aire, un eco que parecía venir de todas partes. Las sombras se materializaron, revelando rostros demacrados y ojos vacíos.

—Bienvenidos… al tren de medianoche —susurró una de las sombras, su voz un eco de sufrimiento.

—¡No! —gritó Tomás, pero el sonido fue ahogado por la risa macabra que los rodeaba.

De repente, el túnel se iluminó, revelando una estación de tren abandonada, llena de figuras espectrales que danzaban en un macabro festejo. Las paredes estaban cubiertas de nombres, y Valeria se dio cuenta de que uno de ellos era el suyo.

—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, pero su voz se desvaneció entre las carcajadas.

El tren se detuvo abruptamente, y la puerta se abrió, revelando una salida hacia la oscuridad. Sin pensarlo, los tres amigos corrieron hacia la puerta, pero el aire se volvió denso y pesado, como si algo los retuviera.

—¡No! —gritó Raúl, pero ya era demasiado tarde. Las sombras los rodearon, y uno a uno, comenzaron a desvanecerse, tragados por la oscuridad.

Valeria, Tomás y Raúl se dieron cuenta de que no escaparían. El tren de medianoche hacia el infierno había cumplido su misión.

Mientras la risa espectral se desvanecía, el tren volvió a ponerse en marcha, dejando atrás un silencio inquietante en la estación. Nadie regresaría nunca de ese viaje.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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