Era una vez un grupo de ardillas que vivían en un hermoso bosque lleno de árboles altos y frondosos. Cada año, cuando llegaba la primavera, las ardillas se reunían para planear un festival muy especial: el Festival de Luces del Bosque. Este año, las ardillas estaban más emocionadas que nunca.
—¡Vamos a hacer el festival más brillante de todos! —dijo Clara, la ardilla más pequeña del grupo, moviendo su cola con entusiasmo.
—Sí, sí, ¡luces por todas partes! —gritó Tito, el ardilla más travieso, saltando de rama en rama.
Las ardillas se reunieron en el claro del bosque, donde podían ver el cielo despejado y las estrellas brillantes. Allí, decidieron que cada una debía aportar algo especial para hacer del festival un evento inolvidable.
—Yo puedo recoger nueces y bellotas para hacer una merienda deliciosa —propuso Lía, la ardilla más organizada.
—Y yo puedo buscar flores que brillen en la oscuridad —añadió Bruno, el ardilla soñador.
—¡Yo puedo hacer las decoraciones con hojas y ramitas! —dijo Clara, saltando de emoción.
—¡Y yo puedo encender las luces! —exclamó Tito, con una sonrisa traviesa.
Las ardillas se pusieron a trabajar. Lía fue al campo a recoger nueces y bellotas. Bruno buscó flores que brillaban en la oscuridad, mientras que Clara y Tito se encargaron de las decoraciones. Pero, a medida que pasaban los días, comenzaron a darse cuenta de que no era tan fácil como pensaban.
—Oh, no puedo encontrar suficientes flores brillantes —se quejó Bruno, mirando al suelo con tristeza.
—Y yo no puedo alcanzar las ramas más altas para colgar las decoraciones —suspiró Clara, mirando hacia arriba.
—¡No se preocupen! —dijo Tito, tratando de animar a sus amigos—. ¡Podemos hacerlo juntos! Si cada uno ayuda al otro, ¡será más fácil!
Las ardillas se miraron entre sí y asintieron. Decidieron que trabajar en equipo era la mejor manera de hacer que el festival fuera un éxito. Así que, juntos, se pusieron manos a la obra.
Lía ayudó a Bruno a encontrar flores brillantes, y Bruno le mostró a Clara cómo hacer guirnaldas con hojas y flores. Tito, que era muy ágil, subió a las ramas más altas y decoró el árbol más grande del bosque con luces mágicas que había encontrado en su rincón secreto.
—¡Mira cómo brillan! —gritó Tito, mientras las luces parpadeaban en el árbol.
—¡Es hermoso! —exclamó Clara, con los ojos llenos de asombro.
Los días pasaron volando, y las ardillas trabajaron codo a codo. Cuando llegó el día del festival, el bosque estaba lleno de luces brillantes y colores deslumbrantes. Las ardillas estaban tan emocionadas que no podían dejar de saltar y reír.
—¡Es hora de celebrar! —dijo Lía, mientras preparaba la merienda.
—Y yo tengo una sorpresa para todos —dijo Bruno, con una sonrisa traviesa.
Cuando llegó la noche, las ardillas se reunieron en el claro del bosque. Las luces parpadeaban como estrellas, y el aire estaba lleno de risas y alegría. Tito encendió las luces mágicas, y el bosque se iluminó como nunca antes.
—¡Miren! ¡Es como si el cielo estuviera en el suelo! —gritó Clara, saltando de felicidad.
—¡Es el mejor festival de luces del bosque! —dijo Lía, mientras todos disfrutaban de la merienda.
De repente, se escuchó un ruido. Las ardillas se giraron y vieron a sus amigos del bosque: los conejos, los pájaros y hasta un ciervo curioso que se acercó a ver qué pasaba.
—¿Podemos unirnos a la fiesta? —preguntó un pequeño conejo, con ojos brillantes.
—¡Sí, claro! ¡Cuantos más, mejor! —respondió Tito, invitando a todos a unirse.
Así que, el festival se convirtió en una gran celebración. Todos los animales del bosque llegaron para disfrutar de las luces, la música y la deliciosa merienda que Lía había preparado. Se contaron historias, se bailó y se rieron juntos bajo el brillo de las luces.
—¡Gracias por invitarnos! —dijo el ciervo, con una gran sonrisa—. Este festival es mágico.
—Y todo gracias a que trabajamos juntos —dijo Bruno, mirando a sus amigos con orgullo.
Las ardillas se sintieron felices y satisfechas. Habían logrado hacer del festival un evento inolvidable, no solo por las luces, sino por la alegría de compartirlo con todos sus amigos.
Cuando la fiesta terminó y las luces comenzaron a apagarse, Clara miró a sus amigos y dijo:
—Este ha sido el mejor día de todos. ¡No puedo esperar a que llegue el próximo festival!
—¡Sí! Y la próxima vez, ¡podemos planearlo aún mejor! —exclamó Lía, sonriendo.
—¡Y más luces! —gritó Tito, mientras todos reían.
Así, las ardillas aprendieron que trabajar juntas no solo hacía las cosas más fáciles, sino que también creaba momentos mágicos que recordarían para siempre. Y así, el bosque se llenó de luz, risas y amistad, y cada año, el Festival de Luces del Bosque se volvía más especial, porque siempre había algo nuevo que celebrar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.