Bajo la luz de la luna roja

El viento aullaba a través de los árboles, como si la naturaleza misma estuviera advirtiendo a Laura y Tomás sobre el peligro que acechaba en el remoto pueblo de San Lúcio. Habían decidido dejar atrás la vida agitada de la ciudad en busca de tranquilidad, pero la atmósfera del lugar era densa, como si el aire estuviera impregnado de secretos oscuros.

—¿No es hermoso? —preguntó Laura, con una sonrisa nerviosa, mientras contemplaba la casa antigua que habían comprado. Era un edificio de madera, con ventanas polvorientas y un jardín desordenado que parecía haber sido olvidado por el tiempo.

—Sí, hermoso… en un sentido extraño —respondió Tomás, frunciendo el ceño. La casa tenía un aire nostálgico, pero algo en su interior lo inquietaba. Se encogió de hombros y trató de ignorar la sensación que le recorría la espalda.

La primera noche, mientras la luna llena se alzaba en el cielo, un tono rojizo comenzó a teñir el paisaje. Laura se asomó a la ventana, fascinada por el espectáculo. Sin embargo, Tomás no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su cuerpo.

—¿Ves eso? —dijo Laura, señalando hacia el bosque que bordeaba la casa—. Es como si la luna estuviera… sangrando.

—Es solo un fenómeno natural —replicó Tomás, aunque sus palabras carecían de convicción. La luz roja iluminaba los árboles, proyectando sombras que parecían cobrar vida propia.

Esa noche, los ruidos del bosque se intensificaron. Aullidos lejanos resonaban, llenando el aire de un terror palpable. Tomás se despertó de un sueño inquieto y encontró a Laura sentada en la cama, con los ojos muy abiertos.

—¿Escuchas eso? —preguntó ella, su voz temblorosa.

—Sí… son solo animales —mintió, intentando calmarla—. Estoy seguro de que no hay nada de qué preocuparse.

Pero en el fondo, ambos sabían que había algo más. Algo que acechaba en la oscuridad.

A la mañana siguiente, decidieron explorar el pueblo. Los habitantes parecían distantes, con miradas furtivas que se desviaban al cruzarse con ellos. Una anciana, de cabello canoso y ojos hundidos, se acercó a ellos mientras caminaban por la plaza.

—No deberían estar aquí —dijo con voz rasposa—. No en esta época del año.

Tomás frunció el ceño. —¿A qué se refiere?

—Las noches de luna roja… —la mujer miró a su alrededor, como si temiera ser escuchada—. La manada vendrá. Ustedes son los siguientes.

Laura se rió nerviosamente. —¿Una manada? ¿De qué habla?

La anciana se inclinó hacia ellos, sus ojos brillando con una locura apenas contenida. —Los hombres lobo. Ellos buscan a los que se mudan aquí durante la luna roja. No pueden escapar.

Tomás sintió que el aire se volvía denso. —Eso es solo una leyenda, señora.

—No es una leyenda —respondió la anciana, su voz ahora un susurro tembloroso—. Es la verdad.

A medida que caía la noche, la pareja regresó a casa, inquietos. La luna roja se alzaba en el cielo, y los aullidos resonaban cada vez más cerca.

—Tomás, ¿y si… y si hay algo de verdad en lo que dijo? —preguntó Laura, su voz entrecortada.

—No podemos dejar que nos afecte —contestó él, aunque sus palabras sonaron vacías. La atmósfera era opresiva, y la sensación de ser observados crecía.

La noche avanzó y el sonido de pasos retumbaba en el exterior. Tomás salió al porche, tratando de calmar sus nervios. La luz de la luna iluminaba el bosque, y, por un momento, todo parecía tranquilo. Pero luego, un crujido rompió el silencio.

—¿Tomás? —llamó Laura desde dentro, su voz temblando.

—Estoy aquí —respondió él, pero su corazón latía desbocado.

Los aullidos se intensificaron, resonando como un canto de muerte. De repente, un grito desgarrador rompió la noche. Tomás corrió hacia la puerta, pero se detuvo al ver una sombra moverse rápidamente entre los árboles. Era enorme, con ojos brillantes que reflejaban la luz de la luna.

—¡Laura! —gritó, pero no hubo respuesta.

El terror lo invadió. Corrió hacia el interior de la casa, buscando a su esposa, pero el lugar estaba vacío. La angustia se apoderó de él. La búsqueda se convirtió en un frenético recorrido por cada habitación, cada rincón.

—¡Laura! —gritó, su voz resonando en las paredes vacías.

Finalmente, llegó al jardín trasero. Allí, encontró una escena que lo paralizó. Laura estaba de pie, mirando hacia el bosque, como si estuviera hipnotizada. Sus ojos estaban vacíos, perdidos en la oscuridad.

—Laura, ¿qué estás haciendo? —preguntó Tomás, acercándose cautelosamente.

Ella no respondió. Se limitó a señalar hacia el bosque, donde una figura oscura emergió de las sombras. Era un hombre, pero no un hombre cualquiera. Su piel estaba cubierta de pelo, sus dientes eran afilados como cuchillas.

—Tomás… —susurró Laura, su voz temblando—. Él… él me está llamando.

—¡No! —gritó él, tratando de arrastrarla hacia atrás, pero algo lo detuvo. Una fuerza invisible lo empujó hacia el suelo.

La figura se acercó, y Tomás sintió el frío de la muerte en su aliento. —Ella es nuestra —dijo con una voz profunda y gutural, llena de un poder sobrenatural.

—¡No! —gritó Tomás, pero sus palabras se perdieron en el aire. Laura se volvió hacia él, sus ojos ahora llenos de una locura que nunca había visto.

—Debo irme, Tomás. Debo unirme a ellos.

—¡No! —su corazón se rompía mientras la figura extendía su mano hacia Laura—. ¡No te vayas!

Pero fue en vano. Laura dio un paso hacia adelante, y en un instante, se desvaneció en la oscuridad, como si nunca hubiera estado allí.

Tomás se quedó solo, temblando de rabia y desesperación. La figura se volvió hacia él, una sonrisa cruel en su rostro.

—Tú también serás uno de nosotros —dijo, y Tomás sintió cómo la locura comenzaba a consumirlo.

El resto de la noche fue un torbellino de gritos y aullidos. La luna roja brillaba sobre el pueblo, y los ecos de la manada resonaban en su mente.

Al amanecer, el pueblo estaba en silencio. Tomás se encontró en el jardín, rodeado de un frío que le calaba los huesos. La casa estaba vacía, y el recuerdo de Laura se desvanecía con cada segundo que pasaba.

Bajo la luz de la luna roja, la manada había reclamado lo que era suyo.

Y así, Tomás se unió a ellos, convirtiéndose en un eco de lo que alguna vez fue, un alma perdida en la oscuridad, esperando la próxima luna roja.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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