María siempre había soñado con la riqueza y la belleza. Cuando encontró el collar en la tienda de antigüedades, su corazón latió con fuerza. «Este es el destino», pensó, mientras lo colocaba alrededor de su cuello.
«¿No es hermoso?», preguntó a su amiga Clara, quien la miraba con desconfianza.
«Sí, pero… hay algo extraño en él», respondió Clara, frunciendo el ceño.
La noche siguiente, María despertó con un ardor en la piel. Al mirarse en el espejo, vio su reflejo distorsionado. Su rostro, antes radiante, ahora estaba cubierto de manchas y cicatrices. «¡¿Qué me ha pasado?!», gritó, aterrorizada.
El collar brillaba intensamente, como si se alimentara de su sufrimiento. «¡Es solo un collar!», intentó convencerse, pero cada vez que se lo quitaba, un dolor punzante le atravesaba el pecho.
«María, deberías deshacerte de eso», insistió Clara, mientras la preocupación se apoderaba de sus ojos. «Es un objeto maldito.»
«¡No! Me hará rica», respondió María, con la voz entrecortada por la desesperación. Pero la riqueza nunca llegó. En cambio, sus seres queridos comenzaron a alejarse, uno por uno, como si una sombra los estuviera persiguiendo.
Una noche, Clara desapareció. María, llena de culpa, buscó el collar en la oscuridad. «¿Qué has hecho?», murmuró, y en ese instante, el collar se rompió, liberando un grito desgarrador que resonó en la habitación.
Al día siguiente, la policía encontró a Clara, pero su rostro era tan hermoso que nadie podía reconocerla. María, ahora sola y consumida por la desesperación, se miró en el espejo. Su reflejo sonrió, pero no era ella.
«¿Eres tú, María?», preguntó su voz. «O, ¿eres solo otra de mis víctimas?»