Había una vez, en la vasta sabana, un joven león llamado Lucas. Era un león de hermoso pelaje dorado y ojos brillantes como el sol. Todos en la selva lo querían mucho, pero había un pequeño problema: Lucas no quería ser rey.
Un día, mientras jugaba con sus amigos, la sabia tortuga Tula se acercó a él.
—Lucas, ¿por qué no quieres ser rey? —preguntó Tula, moviendo lentamente su cabeza.
—Porque tengo miedo de equivocarme —respondió Lucas, mirando al suelo—. No quiero que los demás se sientan tristes si no hago lo correcto.
Tula sonrió con ternura.
—Escucha, joven león. Ser rey no significa saberlo todo. Significa aprender de los demás.
Lucas frunció el ceño.
—¿Aprender de los demás? ¿Cómo?
—Vamos a dar un paseo —dijo Tula, invitándolo a seguirla.
Caminaron juntos por la sabana, donde encontraron a una manada de cebras pastando. Tula se acercó a ellas y les preguntó:
—¿Cebras, qué es lo más importante para ustedes en esta selva?
Una cebra llamada Zuri respondió:
—¡La unión! Cuando estamos juntas, somos más fuertes y podemos protegernos de los peligros.
Lucas escuchó atentamente.
—Ves, Lucas —dijo Tula—. Aprender de los demás es escuchar lo que tienen que decir.
Siguieron caminando y llegaron a un arroyo donde un grupo de elefantes jugaba. Tula les preguntó:
—¿Elefantes, qué hacen para ser buenos líderes?
Un elefante grande y amable llamado Ezequiel respondió:
—Siempre cuidamos a los más pequeños. Ser líder es también proteger a los que no pueden hacerlo solos.
Lucas sonrió.
—¡Eso suena bonito! —exclamó.
—Así es —dijo Tula—. Cada uno tiene algo valioso que compartir.
Más adelante, encontraron a una familia de monos que hacían travesuras en los árboles. Tula se acercó con curiosidad.
—Monitos, ¿qué significa para ustedes ser parte de una comunidad?
Una monita llamada Momo gritó desde lo alto de una rama:
—¡Divertirnos juntos! Nos ayudamos a ser felices y a enfrentar los problemas.
Lucas se rió al ver a los monos saltar y jugar.
—¡Qué divertido! —dijo.
—Exacto, Lucas —dijo Tula—. La alegría también es parte del liderazgo.
Después de un largo día de aventuras, Lucas y Tula regresaron a la sombra de un gran baobab. Lucas estaba pensativo.
—Tula, creo que entiendo un poco más ahora. Ser rey no es solo tomar decisiones, sino también escuchar a los demás y aprender de ellos.
Tula asintió con su cabeza sabia.
—Exactamente, querido león. Cada uno tiene un papel importante en la selva.
Lucas sonrió.
—Quizás no sea tan aterrador ser rey después de todo.
Al día siguiente, el viejo rey león, Rey Leónardo, convocó a todos los animales de la selva. Era el momento de elegir al nuevo rey. Lucas estaba nervioso, pero se acordó de lo que había aprendido.
Cuando llegó su turno, se acercó al centro y miró a todos los animales.
—Queridos amigos —comenzó Lucas con voz temblorosa—. No sé si seré el mejor rey, pero prometo escuchar a cada uno de ustedes. Quiero aprender de sus ideas y trabajar juntos.
Los animales se miraron entre sí, sorprendidos.
—¡Eso es lo que queremos! —gritó Zuri, la cebra.
—¡Sí! —añadió Ezequiel, el elefante—. Queremos un rey que se preocupe por todos.
Los monos comenzaron a saltar de alegría.
—¡Viva Lucas! ¡Viva! —gritaban.
Lucas se sintió más seguro.
—Juntos, haremos de esta selva un lugar mejor —dijo con una gran sonrisa.
Desde ese día, Lucas se convirtió en el rey de la selva. Aprendió a escuchar a sus amigos y a valorar sus opiniones. Cada semana, organizaba reuniones donde todos podían compartir sus ideas. Así, la selva se volvió un lugar lleno de alegría y cooperación.
Un día, mientras estaban reunidos, Lucas se dio cuenta de algo importante.
—¡Gracias a todos! —dijo—. No soy solo yo quien lidera, somos todos juntos.
Y así, el joven león que no quería ser rey se convirtió en un gran rey, no por su fuerza, sino por su capacidad de escuchar y aprender de los demás.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.