Era un hermoso día soleado en el parque de la ciudad, y Lucy, una niña de seis años con una gran sonrisa, estaba jugando con su adorable Corgi llamado Tobi. Tobi tenía un pelaje dorado y orejas grandes que siempre estaban en movimiento. Saltaba de un lado a otro, persiguiendo su pelota favorita, mientras Lucy reía y lo animaba.
—¡Vamos, Tobi! ¡Atrapa la pelota! —gritó Lucy, lanzando la pelota lo más lejos que pudo.
Tobi corrió tras la pelota, pero de repente, algo llamó su atención. Un pequeño grupo de ardillas correteaba por un árbol cercano. Tobi, curioso como siempre, decidió dejar la pelota y correr tras las ardillas.
—¡Tobi, vuelve! —gritó Lucy, pero Tobi ya estaba demasiado lejos.
Lucy miró cómo su Corgi corría emocionado, y aunque sabía que no debía alejarse, no pudo evitar sonreír. Sin embargo, cuando las ardillas desaparecieron entre los árboles, Tobi se detuvo y miró a su alrededor, un poco confundido.
—¿Dónde estás, Tobi? —preguntó Lucy, acercándose al lugar donde había visto a su perrito por última vez.
Pero, para su sorpresa, Tobi no estaba allí. La pelota estaba sola, y Tobi había desaparecido.
—¡Oh, no! —exclamó Lucy, sintiendo que su corazón se hundía. —¿Dónde puede estar?
Lucy miró a su alrededor, pero no había rastro de su querido Corgi. Se sentó en el suelo, sintiendo que las lágrimas comenzaban a asomarse. En ese momento, sus amigos, Leo y Sofía, llegaron corriendo.
—¿Qué pasa, Lucy? —preguntó Leo, con preocupación en sus ojos.
—Tobi ha desaparecido —dijo Lucy, con la voz temblorosa.
—¡No puede ser! —exclamó Sofía, con los ojos muy abiertos. —¡Tenemos que encontrarlo!
—Sí, ¡vamos a buscarlo! —dijo Leo, decidido. —No podemos dejar que Tobi se pierda.
Los tres amigos se unieron en un círculo y comenzaron a pensar. “¿Dónde podríamos buscar?” preguntó Sofía.
—Podríamos ir al arboreto —sugirió Leo. —A veces, los perros van allí a jugar.
—¡Buena idea! —dijo Lucy, limpiándose las lágrimas. —Vamos rápido.
Los tres amigos corrieron hacia el arboreto, llamando a Tobi a medida que avanzaban.
—¡Tobi! ¡Tobi! —gritaban al unísono.
Al llegar al arboreto, encontraron a varios perros jugando, pero no había rastro de Tobi. Lucy se sentó en una banca, desanimada.
—¿Y si no lo encontramos? —preguntó, con la voz baja.
—No te preocupes, Lucy. ¡Tobi es un Corgi valiente! Seguramente está explorando algo emocionante —dijo Leo, tratando de animarla.
Sofía miró a su alrededor y dijo:
—Tal vez deberíamos preguntar a otros dueños de perros si han visto a Tobi.
Lucy asintió. Así que se acercaron a un grupo de personas que estaban paseando a sus perros.
—Disculpen, ¿han visto a un Corgi dorado llamado Tobi? —preguntó Lucy, esperanzada.
Una mujer de cabello rizado se agachó y acarició a su perro.
—No, lo siento. Pero he visto a un Corgi corriendo hacia el lago —dijo, señalando en dirección al agua.
—¡Gracias! —gritó Lucy, sintiendo que la esperanza regresaba a su corazón. —¡Vamos al lago!
Los tres amigos corrieron hacia el lago, llamando a Tobi mientras avanzaban.
—¡Tobi! ¡Tobi! —gritaban.
Cuando llegaron al lago, vieron a muchos perros chapoteando en el agua, pero no había rastro de Tobi. Lucy se sintió un poco triste otra vez.
—¿Y si se ha perdido de verdad? —preguntó Sofía, preocupada.
—No, no podemos pensar así. Tobi es muy astuto —dijo Leo, mirando a su alrededor. —Tal vez deberíamos buscar en el parque de juegos.
—¡Buena idea! —dijo Lucy. —Vamos.
Los amigos corrieron hacia el parque de juegos, donde había muchos niños jugando. Al llegar, se dieron cuenta de que había un gran perro negro que parecía estar jugando con algo en la arena.
—¡Mira! —gritó Sofía. —Esa cosa que tiene en la boca… parece un juguete de Tobi.
Lucy se acercó con cautela y, efectivamente, era la pelota de Tobi.
—¡Oh, no! —exclamó Lucy. —¡Esto significa que Tobi estuvo aquí!
—Tal vez el perro la encontró y se la llevó —dijo Leo, mirando al perro negro.
—¿Dónde estará Tobi? —preguntó Sofía, angustiada.
De repente, una voz conocida llamó desde el otro lado del parque. Era el Sr. Pérez, el anciano que siempre paseaba a su perro.
—¡Hola, chicos! ¿Buscan a un Corgi? —preguntó el Sr. Pérez, sonriendo.
—¡Sí! ¡Tobi ha desaparecido! —respondió Lucy, con la voz llena de esperanza.
—Lo vi hace un rato. Estaba corriendo detrás de un grupo de patos cerca del estanque —dijo el Sr. Pérez.
—¡Gracias, Sr. Pérez! —gritaron los niños al unísono.
Sin perder tiempo, corrieron hacia el estanque. Cuando llegaron, vieron a un grupo de patos nadando tranquilamente, pero no había rastro de Tobi.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Sofía, sintiendo que la tristeza regresaba.
—Sigamos buscando. Tal vez se haya ido a casa —sugirió Leo.
—No, no creo que Tobi se haya ido solo. ¡Él siempre vuelve! —dijo Lucy, decidida.
De repente, un pequeño niño se acercó a ellos. Tenía una sonrisa brillante y sostenía algo en sus manos.
—¿Es este su perro? —preguntó el niño, levantando una foto de Tobi que había dibujado.
—¡Sí! ¡Ese es Tobi! —gritó Lucy, emocionada.
—Lo vi correr hacia el bosque —dijo el niño. —Estaba persiguiendo algo.
—¡Vamos al bosque! —dijo Sofía, con determinación.
Corrieron hacia el bosque, llamando a Tobi mientras avanzaban.
—¡Tobi! ¡Tobi! —gritaban, pero no había respuesta.
Al llegar al bosque, se encontraron con un camino lleno de flores y árboles altos. Todo era tan bonito, pero Lucy solo podía pensar en Tobi.
—¿Y si se ha perdido de verdad? —preguntó Sofía, preocupada.
—No, no podemos pensar así. Tobi es muy astuto —dijo Leo, mirando a su alrededor. —Tal vez deberíamos buscar en la cueva.
—¿Cueva? —preguntó Lucy, sorprendida.
—Sí, hay una cueva en el bosque donde los perros suelen jugar —dijo Leo.
Los amigos se miraron entre sí, decididos a buscar en la cueva. Caminaron por el sendero, y al llegar, vieron la entrada oscura de la cueva.
—¿Deberíamos entrar? —preguntó Sofía, un poco asustada.
—Sí, ¡vamos! —dijo Lucy, tomando la delantera.
Entraron en la cueva, y la luz del sol apenas iluminaba el interior. Todo era un poco misterioso, pero la amistad les daba valor.
—¡Tobi! —gritaron al unísono.
De repente, un eco resonó en la cueva.
—¡Tobi! —volvió a gritar Lucy.
Y entonces, de la nada, escucharon un ladrido familiar.
—¡Es Tobi! —gritó Lucy, corriendo hacia el sonido.
Al girar una esquina, encontraron a Tobi sentado en el suelo, mirando a un pequeño grupo de conejos que estaban jugando.
—¡Tobi! —exclamó Lucy, corriendo hacia él. —¡Te hemos encontrado!
Tobi se levantó y corrió hacia Lucy, llenándola de lametones y saltos de alegría.
—¡Estabas tan preocupado! —dijo Lucy, acariciando a su perrito. —¿Dónde estabas?
Tobi ladró feliz, como si estuviera contando su propia historia de aventuras.
—¡Lo logramos! —gritó Sofía, abrazando a Leo. —¡Tobi está a salvo!
—Sí, ¡somos un gran equipo! —dijo Leo, sonriendo.
Los amigos se sentaron en el suelo, rodeados de conejos y flores, disfrutando de la alegría de haber encontrado a Tobi.
—Prometamos nunca separarnos de nuevo —dijo Lucy, mirando a sus amigos.
—¡Prometido! —respondieron Leo y Sofía al unísono.
Así, con el sol brillando y el viento suave, los tres amigos, junto a Tobi, regresaron al parque. Habían vivido una gran aventura y aprendido que la amistad siempre es más fuerte que cualquier misterio.