Pequeño T-Rex estaba muy feliz. Tenía un globo rojo brillante que le encantaba. Un día, mientras jugaba en el prado, un fuerte viento sopló y ¡whoosh! El globo voló alto, alto, ¡hasta el cielo!
—¡Oh no! —gritó Pequeño T-Rex, con lágrimas en los ojos. —¡Mi globo!
De repente, sus amigos dinosaurios vinieron corriendo. Era Triceratops, el fuerte, y Pterodáctilo, el rápido.
—¿Qué te pasa, Pequeño T-Rex? —preguntó Triceratops, moviendo su cola.
—¡Mi globo se ha ido! —lloró Pequeño T-Rex. —¡No lo volveré a ver jamás!
—No te preocupes —dijo Pterodáctilo, volando en círculos. —Vamos a buscarlo juntos.
—¿De verdad? —preguntó Pequeño T-Rex, sintiéndose un poco mejor.
—¡Claro! —respondió Triceratops. —¡Los amigos siempre ayudan!
Los tres amigos comenzaron su aventura. Primero, fueron al gran árbol donde el viento era fuerte.
—¡Globo! —gritó Pterodáctilo desde lo alto. —¿Dónde estás?
Pero solo escucharon el canto de los pájaros y el susurro del viento.
—No está aquí —dijo Pequeño T-Rex, un poco triste.
—Vamos a la colina —sugirió Triceratops.
Cuando llegaron a la colina, vieron algo brillante en el cielo.
—¡Mira! —gritó Pterodáctilo. —¡Es tu globo!
Pequeño T-Rex miró hacia arriba y sonrió. Pero el globo estaba muy alto para alcanzarlo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Pequeño T-Rex, preocupado.
—Tengo una idea —dijo Triceratops. —¡Voy a empujar esta roca!
Triceratops empujó una gran roca y, ¡bum! La roca se deslizó y golpeó el suelo. El globo bajó un poco.
—¡Más fuerte! —gritó Pequeño T-Rex, emocionado.
Con un último empujón, la roca hizo que el globo volara hacia ellos.
—¡Lo tenemos! —gritaron todos juntos.
Pequeño T-Rex abrazó su globo con alegría.
—¡Gracias, amigos! —dijo con una gran sonrisa. —¡No podría haberlo hecho sin ustedes!
Y así, Pequeño T-Rex aprendió que, aunque a veces las cosas se pierden, siempre hay algo emocionante por descubrir cuando tienes amigos a tu lado.