En una pequeña aldea rodeada de montañas nevadas, había una colina donde los niños solían construir muñecos de nieve cada invierno. La colina era mágica, o al menos eso decían los abuelos del lugar. Este año, la nieve había llegado temprano y los niños estaban emocionados por construir el primer muñeco de la temporada.
María y Pedro, dos hermanos muy curiosos, fueron los primeros en llegar a la colina. Con bufandas de colores y guantes gruesos, comenzaron a amontonar nieve para hacer el muñeco más grande que jamás hubieran visto. Trabajaron durante horas, riendo y jugando, hasta que finalmente su obra estuvo terminada.
—¡Es el muñeco de nieve más grande que hemos hecho! —exclamó María con una sonrisa.
—Sí, y también el más bonito —añadió Pedro, ajustando la bufanda que habían puesto alrededor del cuello del muñeco.
De repente, una ráfaga de viento sopló con fuerza y algo increíble sucedió. El muñeco de nieve abrió sus ojos de carbón y movió su boca de zanahoria.
—¡Hola, niños! —dijo el muñeco de nieve con una voz suave y amistosa.
María y Pedro se quedaron boquiabiertos. Nunca habían visto algo así.
—¿Tú… tú puedes hablar? —preguntó Pedro, todavía sin poder creerlo.
—Sí, puedo hablar —respondió el muñeco—. Mi nombre es Nico, y tengo un secreto que contarles.
Los hermanos se miraron con curiosidad y un poco de miedo, pero la curiosidad ganó.
—¿Qué secreto? —preguntó María.
Nico el muñeco de nieve les contó una historia sobre la aldea que nadie conocía. Hace muchos años, la colina había sido el hogar de un bosque encantado. Los árboles estaban llenos de luces mágicas y los animales podían hablar. Pero un día, un hechizo cayó sobre el bosque, y todo se convirtió en nieve y hielo. Los aldeanos olvidaron la magia del lugar, y solo los muñecos de nieve podían recordar la verdadera historia.
—¿Y cómo podemos romper el hechizo? —preguntó Pedro, decidido a ayudar.
—Necesitan encontrar la estrella mágica que está escondida en algún lugar de la colina —explicó Nico—. Solo entonces el bosque volverá a ser como antes.
María y Pedro sabían que debían hacer algo. Decidieron buscar la estrella mágica. Pasaron días explorando la colina, cavando en la nieve y buscando en cada rincón. Pero no encontraban nada.
Una noche, mientras descansaban junto a Nico, María tuvo una idea.
—¿Y si la estrella está en el cielo? —dijo mirando las estrellas que brillaban intensamente.
—¡Eso tiene sentido! —exclamó Pedro—. Tal vez necesitemos una noche especial para encontrarla.
Esperaron hasta la noche de Navidad, cuando las estrellas brillaban más que nunca. Subieron a la colina con Nico y miraron al cielo. De repente, una estrella comenzó a brillar más fuerte que las demás y descendió lentamente hasta posarse en la colina.
—¡La encontramos! —gritaron los hermanos al unísono.
La estrella emitió una luz cálida y brillante que comenzó a derretir la nieve. Poco a poco, los árboles y los animales del bosque encantado volvieron a la vida. Los aldeanos, al ver el milagro, subieron a la colina y quedaron maravillados.
—¡Es un milagro de Navidad! —dijo uno de los aldeanos.
Nico, el muñeco de nieve, sonrió y se despidió de los niños.
—Gracias por devolver la magia a la colina —dijo Nico—. Ahora mi misión está completa.
María y Pedro lo abrazaron, y con lágrimas en los ojos, vieron cómo Nico se desvanecía lentamente en la luz de la estrella.
Desde aquel día, la colina volvió a ser un lugar de magia y alegría. Los niños seguían construyendo muñecos de nieve, pero ahora sabían que cada uno de ellos tenía una historia que contar.
Y así, cada Navidad, la aldea celebraba no solo el nacimiento de Jesús, sino también el regreso de la magia al bosque encantado, gracias a dos hermanos valientes y un misterioso amigo de nieve.
Fin.
