Era una noche oscura y estrellada en la pequeña casa de la familia Pérez. Todos estaban dormidos, pero en la habitación de Sofía, la niña de seis años, algo extraño estaba a punto de suceder. Sofía tenía una curiosidad insaciable y, aunque a veces le daba miedo, le encantaban las historias de terror.
De repente, el reloj de la pared sonó las doce campanadas. ¡Dong! ¡Dong! ¡Dong! Sofía se despertó y, al mirar hacia la ventana, vio una sombra moverse rápidamente. Era un pequeño ratón que parecía brillar con una luz plateada.
—¡Hola! —dijo el ratón con una voz suave y temblorosa—. Soy Ramón, el Ratón de la Medianoche. Vengo a contarte historias de miedo.
Sofía, aunque un poco asustada, sintió una chispa de emoción.
—¿Historias de miedo? —preguntó con los ojos muy abiertos—. ¡Me encantan!
Ramón se acomodó en el borde de la cama, y su cola se movía de un lado a otro con nerviosismo.
—Sí, pero son historias de verdad. Historias que han sucedido en este vecindario —dijo el ratón, mirándola fijamente—. ¿Estás lista para escuchar?
Sofía asintió con la cabeza, y Ramón comenzó su relato.
—Hace muchos años, en esta misma casa, vivía una niña llamada Clara. Era muy curiosa, como tú. Una noche, decidió explorar el desván, donde nadie se atrevía a ir. Allí encontró un viejo espejo cubierto de polvo. Cuando lo limpió, vio reflejada a una niña que no era ella. Era un fantasma.
—¿Un fantasma? —preguntó Sofía, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—Sí —continuó Ramón—. El fantasma le dijo que había estado atrapada en el espejo durante muchos años y que necesitaba ayuda para liberarse. Clara, valiente como era, decidió ayudarla. Pero, cuando rompió el espejo, el fantasma salió volando y se llevó a Clara con ella.
Sofía se tapó la boca con las manos.
—¿Y qué pasó después? —preguntó intrigada.
—Nadie volvió a ver a Clara. Pero, a veces, en las noches de luna llena, se puede escuchar su risa en el viento —dijo Ramón, con un tono misterioso.
Sofía miró por la ventana, sintiendo que el aire se volvía más frío.
—¿Tienes otra historia? —preguntó, aunque un poco temerosa.
Ramón sonrió, sus ojos brillaban como estrellas.
—Claro, hay otra. Esta vez, es sobre un gato negro llamado Noche. Noche era un gato muy especial. Tenía la habilidad de ver cosas que los humanos no podían. Una noche, mientras paseaba por el jardín, vio a un grupo de sombras danzando alrededor de un árbol.
—¿Sombras? ¿Bailando? —exclamó Sofía, asombrada.
—Sí —respondió Ramón—. Eran sombras de antiguas criaturas que habían vivido en el bosque. Noche se acercó, y las sombras le dijeron que estaban buscando un corazón valiente para ayudarles a romper un hechizo. Si no encontraban a alguien pronto, quedarían atrapadas para siempre.
—¿Y Noche fue valiente? —preguntó Sofía, con los ojos llenos de emoción.
—Sí, pero solo si te atreves a mirar en el espejo —dijo Ramón, guiñándole un ojo—. Noche se enfrentó a sus miedos y, con un gran salto, se unió a ellas. Juntos, lograron romper el hechizo y las sombras se convirtieron en luces brillantes que iluminaron el bosque.
Sofía sonrió, sintiéndose valiente.
—¡Qué historias tan increíbles! Pero, Ramón, ¿tú también eres un poco aterrador?
El ratón se rió.
—Tal vez, pero solo si te asustas. Recuerda, las historias pueden parecer aterradoras, pero siempre tienen un mensaje. La valentía y la curiosidad son más poderosas que el miedo.
Sofía asintió y, mientras el ratón se preparaba para irse, le preguntó:
—¿Volverás a contarme más historias?
—Cada medianoche, aquí estaré —respondió Ramón, desapareciendo en la oscuridad.
Y así, cada noche a la medianoche, Sofía esperaba ansiosa a su amigo, el Ratón de la Medianoche, lista para escuchar nuevas historias. Porque, al final, el verdadero terror no era el miedo, sino no tener a alguien con quien compartirlo.