En el corazón de un bosque anciano, donde las ramas se entrelazaban como dedos esqueléticos y las sombras danzaban al compás del viento, un viajero solitario se adentraba en lo desconocido. El crepitar de las hojas secas bajo sus botas resonaba como un eco de tiempos olvidados. El hombre, de nombre Alejandro, había oído historias de aquel lugar: un bosque embrujado, decían, donde los susurros de las sombras guiaban a los perdidos hacia destinos inciertos.
Alejandro no era un hombre supersticioso, pero tampoco era insensible a los misterios del mundo. Había llegado hasta allí buscando respuestas, o quizás simplemente buscando olvidar. El peso de los días se había vuelto insoportable y, con cada paso, sentía que se despojaba de una capa de su antigua vida.
La luna, pálida y distante, se asomaba entre las copas de los árboles, proyectando un débil resplandor que apenas lograba iluminar el sendero. Fue entonces cuando lo escuchó por primera vez: un susurro tenue, casi imperceptible, que parecía surgir de las entrañas mismas del bosque.
—Alejandro…
Se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. El susurro se desvaneció tan rápido como había aparecido, dejándolo con una sensación de inquietud. Continuó caminando, pero ahora sus sentidos estaban alerta, cada sombra parecía esconder un secreto, cada sonido un mensaje oculto.
El susurro volvió, más claro esta vez, como si las sombras mismas le hablaran.
—Sigue adelante…
Alejandro tragó saliva y decidió seguir la voz. Algo en su interior le decía que no era una amenaza, sino una guía. El sendero se volvió más estrecho y sinuoso, y las sombras más densas. El aire se cargaba de una extraña energía, como si el bosque respirara a su alrededor.
—¿Quién eres? —preguntó Alejandro en voz alta, esperando una respuesta.
—Somos las sombras que guardan los secretos del tiempo… —respondió el susurro, envolviéndolo en un manto de misterio.
El viajero continuó, guiado por esa voz etérea. Pasó por un claro donde las estrellas parecían más cercanas, y luego por un arroyo cuyas aguas reflejaban imágenes de un pasado que no reconocía. Cada paso lo acercaba más a un destino que no podía prever.
Finalmente, llegó a un viejo roble, cuyas raíces se extendían como tentáculos por el suelo. A sus pies, una abertura oscura invitaba a descender. Alejandro sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero la voz volvió a susurrar, ahora más suave, casi maternal.
—No temas…
Respiró hondo y entró en la oscuridad. El túnel descendía en espiral, y el aire se volvía más denso y frío. Sin embargo, la voz lo guiaba, y él confiaba en ella. Después de lo que pareció una eternidad, llegó a una cámara subterránea iluminada por una luz tenue y azulada.
En el centro de la cámara, un antiguo altar de piedra se erguía, cubierto de inscripciones que Alejandro no podía entender. Sobre el altar, una figura encapuchada lo esperaba. La figura levantó la cabeza, revelando un rostro anciano y sabio.
—Bienvenido, Alejandro —dijo la figura con una voz que resonaba como el eco de mil vidas—. Has sido elegido.
—¿Elegido para qué? —preguntó Alejandro, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.
—Para ser el guardián de los sueños. —La figura extendió una mano, y en ella apareció un pequeño frasco de cristal que contenía un líquido brillante—. Bebe esto y comprenderás.
Alejandro tomó el frasco con manos temblorosas y bebió el líquido. Al instante, una oleada de imágenes y sensaciones lo inundó. Vio mundos más allá del suyo, lugares donde los sueños y las pesadillas cobraban vida. Sintió el poder de las sombras, el susurro de los secretos del tiempo.
—Ahora eres uno con el bosque —dijo la figura—. Tu misión es guiar a los perdidos, proteger los sueños y desvelar los misterios que las sombras ocultan.
Alejandro asintió, sintiendo una paz que no había conocido antes. Comprendió que su viaje no había sido en vano, que había encontrado un propósito más allá de su comprensión.
Con el tiempo, Alejandro se convirtió en una leyenda entre los viajeros. Se decía que en el bosque embrujado, un guardián de los sueños guiaba a los perdidos, susurrando secretos y revelando destinos. Y así, el susurro de las sombras continuó, llevando esperanza y misterio a quienes se atrevían a escuchar.
Fin.