Era una mañana soleada en la granja de Don Ramón. Los pájaros cantaban alegres y las flores bailaban con la brisa. En medio de todo ese bullicio, había un toro llamado Tito, que tenía un sueño muy especial: ¡quería volar!
Tito era un toro grande y fuerte, con un pelaje negro brillante y unos cuernos que parecían dos montañas. Pero, a pesar de su tamaño, Tito siempre miraba al cielo y suspiraba.
—¡Ay, cómo me gustaría volar como los pájaros! —decía Tito mientras miraba a un grupo de aves que surcaban el cielo.
Un día, mientras Tito soñaba despierto, su amiga Lola, la oveja, se acercó y le preguntó:
—¿Por qué suspiras tanto, Tito?
—Quiero volar, Lola. Quiero sentir el viento en mis orejas y ver el mundo desde lo alto —respondió Tito con un brillo en sus ojos.
Lola se rió y dijo:
—Pero Tito, ¡tú eres un toro! Los toros no vuelan.
—Lo sé, pero mi corazón es valiente y creo que puedo encontrar una manera —dijo Tito decidido.
Así que Tito decidió que debía intentar volar. Se acercó a un gran árbol y, con mucha fuerza, empezó a saltar. ¡Salto tras salto! Pero, por más que se esforzaba, no podía alcanzar el cielo.
—¡Vamos, Tito! ¡Salta más alto! —gritó Lola animándolo.
Tito saltó y saltó, pero al final siempre caía al suelo con un plop.
—¡Ay, qué difícil es volar! —se quejó Tito, un poco desanimado.
Entonces, un viejo búho que estaba posado en una rama lo escuchó y dijo:
—Tito, querido toro, volar no es solo cuestión de saltar. A veces, hay que pensar de manera diferente.
—¿Diferente? —preguntó Tito, curioso.
—Sí, ¿por qué no construyes algo que te ayude a volar? —sugirió el búho con una sonrisa.
Tito se quedó pensando. ¡Esa era una gran idea! Así que decidió reunir a sus amigos.
—¡Amigos! —llamó Tito—. ¡Voy a construir un aparato para volar! ¿Me ayudarán?
Los animales de la granja se acercaron emocionados.
—¡Sí, Tito! —gritó Lola—. ¡Contamos contigo!
Juntos, comenzaron a recolectar materiales. Encontraron ramas, hojas grandes y hasta un viejo paracaídas que había dejado un aventurero.
—Esto servirá para que puedas deslizarte —dijo el gato Miau, mientras ayudaba a atar las ramas.
Después de mucho trabajo y risas, finalmente terminaron el aparato. Era un gran artefacto con alas de papel y una base de ramas fuertes.
—¡Está listo! —gritó Tito, lleno de emoción.
—¡Vamos, Tito! ¡Es hora de volar! —dijo Lola saltando de alegría.
Tito se subió a su invento y, con un gran empujón, se lanzó desde la colina más alta de la granja.
Al principio, sintió un gran miedo. El viento soplaba fuerte, y pensó que iba a caer. Pero de repente, sintió que el aparato se elevaba. ¡Estaba volando!
—¡Miren, estoy volando! —gritó Tito mientras se balanceaba de un lado a otro.
Los animales de la granja aplaudieron y vitorearon.
—¡Bravo, Tito! —gritó Lola—. ¡Eres un verdadero volador!
Tito se sentía feliz, pero pronto se dio cuenta de que no podía controlar bien su aparato. Las alas de papel comenzaron a moverse de forma loca y Tito empezó a girar.
—¡Ayuda! —gritó Tito mientras daba vueltas en el aire.
El viejo búho, que había estado observando, voló junto a él y le dijo:
—Recuerda, Tito, la clave está en mantener la calma. Usa tus patas para equilibrarte.
Tito respiró hondo y siguió el consejo del búho. Poco a poco, comenzó a controlar su vuelo.
Finalmente, aterrizó suavemente en un campo de flores. Todos los animales corrieron hacia él, llenos de alegría.
—¡Lo lograste, Tito! —dijo Lola emocionada—. ¡Volar es increíble!
Tito sonrió y dijo:
—Sí, y todo gracias a mi valiente corazón y a la ayuda de mis amigos. ¡Nunca dejen de soñar!
Y así, Tito el toro aprendió que, aunque no podía volar como un pájaro, con valentía y amistad, ¡podía alcanzar grandes alturas!