Era un día soleado en el Valle de los Dinosaurios. Todos los dinosaurios jugaban y corrían por el prado. Entre ellos estaba Espi, un espinosaurio de grandes dientes y una cola muy larga. A Espi le encantaba explorar, y ese día decidió aventurarse más allá del río.
“¡Voy a encontrar algo increíble!” exclamó Espi mientras saltaba de emoción. Caminó y caminó hasta que, de repente, vio algo brillante detrás de unos arbustos. Se acercó sigilosamente y, al apartar las hojas, descubrió una cueva.
“¡Guau! ¡Mira eso!” dijo Espi, con los ojos muy abiertos. Dentro de la cueva, había piedras que brillaban como estrellas. Había rocas de colores, cristales que reflejaban la luz y, en el centro, un gran diamante que resplandecía como el sol.
“¡Esto es asombroso!” gritó Espi, sin poder contener su alegría. “¡Voy a quedarme aquí para siempre!”
Pero mientras miraba todo lo que había, se dio cuenta de que estaba solo. “¿No sería más divertido si mis amigos estuvieran aquí?” pensó. Así que decidió ir a buscar a sus amigos: Dino, el triceratops, y Lulu, la pterodáctilo.
Cuando Espi llegó al prado, los encontró jugando a la pelota. “¡Chicos! ¡Chicos! ¡Tienen que venir a ver lo que encontré!” gritó Espi emocionado.
“¿Qué encontraste, Espi?” preguntó Dino, con curiosidad.
“¡Una cueva llena de cosas brillantes! ¡Es increíble!” dijo Espi, saltando de un lado a otro.
“¿Cosas brillantes?” repitió Lulu, volando cerca. “¡Eso suena genial! ¡Vamos a ver!”
Los tres dinosaurios se dirigieron hacia la cueva. Cuando llegaron, Espi se adentró primero y les mostró todo lo que había encontrado. “Miren estas piedras, ¡son como joyas!” dijo, mientras levantaba un cristal azul.
“¡Wow! ¡Es hermoso!” exclamó Dino, mientras tocaba una roca roja. “¿Podemos quedarnos aquí a jugar?”
Espi miró a su alrededor. “Podemos, pero… no sé si quiero compartir estas cosas. Son solo mías”, dijo, un poco inseguro.
“Pero Espi,” intervino Lulu, “compartir puede ser muy divertido. ¡Podemos jugar juntos y hacer cosas increíbles!”
“¿De verdad crees eso?” preguntó Espi, rascándose la cabeza con su gran cola.
“¡Sí! ¡Mira!” dijo Lulu. “Podemos usar las piedras para hacer una carrera de obstáculos. ¡Sería genial!”
Espi pensó un momento. “Está bien, vamos a intentarlo”, dijo con una sonrisa. Así que, juntos, comenzaron a organizar su carrera de obstáculos con las piedras brillantes.
Primero, hicieron un camino de cristales que tenían que saltar. Luego, construyeron una pequeña montaña con las rocas. “¡Esto es tan divertido!” gritó Dino mientras saltaba de un lado a otro.
“¡Mira cómo vuelo entre las rocas!” dijo Lulu, haciendo piruetas en el aire.
Y Espi, que al principio había dudado en compartir, ahora estaba riendo a carcajadas. “¡Esto es mejor que estar solo!” exclamó.
Después de muchas risas y juegos, los tres amigos se sentaron a descansar. Espi miró a sus amigos y dijo: “Gracias por ayudarme a ver que compartir es divertido. ¡Estoy muy feliz de tenerlos aquí!”
“¡Siempre estaremos juntos, Espi!” dijo Lulu, sonriendo.
“Sí, y siempre podemos encontrar más aventuras”, agregó Dino.
Desde ese día, Espi aprendió que compartir no solo hacía las cosas más divertidas, sino que también hacía que sus amistades fueran más fuertes. La cueva secreta del espinosaurio se convirtió en su lugar especial, donde siempre jugaban juntos y creaban nuevos recuerdos brillantes.
Y así, en el Valle de los Dinosaurios, la risa y la amistad brillaron más que cualquier piedra preciosa.