El sol se ocultaba en el horizonte cuando Lucas, Valeria y Tomás encontraron la misteriosa cueva en el bosque detrás de la casa de la abuela. La cueva estaba escondida tras un espeso matorral y parecía haber sido olvidada por el tiempo. La abuela siempre les había contado historias sobre la cueva, pero ellos nunca imaginaron que descubrirían algo tan asombroso.
—¿Estás seguro de que deberíamos entrar? —preguntó Valeria, con una mezcla de emoción y temor en sus ojos.
—Claro, ¿qué podría salir mal? —respondió Lucas, siempre el más aventurero del grupo.
Tomás, el más pequeño, se quedó en silencio, pero su curiosidad era evidente. Los tres niños se adentraron en la cueva, iluminados solo por la linterna de Lucas. A medida que avanzaban, el aire se volvía más denso y la oscuridad más profunda. De repente, tropezaron con una antigua máquina, cubierta de polvo y telarañas.
—¡Miren esto! —exclamó Lucas, limpiando la superficie con su mano.
La máquina tenía inscripciones en un idioma desconocido y varios botones de colores. Sin pensarlo dos veces, Lucas presionó uno de los botones, y un zumbido resonó en la cueva. Antes de que pudieran reaccionar, una luz cegadora los envolvió y sintieron como si el suelo desapareciera bajo sus pies.
Cuando la luz se desvaneció, los niños se encontraron en un lugar completamente diferente. La cueva había desaparecido y, en su lugar, se extendía un vasto valle lleno de vegetación exuberante y criaturas gigantescas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tomás, con los ojos muy abiertos.
—Creo que hemos viajado en el tiempo —respondió Valeria, señalando a un enorme dinosaurio que pastaba tranquilamente cerca de ellos.
—¡Esto es increíble! —gritó Lucas, corriendo hacia el dinosaurio.
—¡Lucas, espera! —gritó Valeria, pero era demasiado tarde. Un rugido ensordecedor resonó por el valle y un Tyrannosaurus rex apareció de entre los árboles, dirigiéndose hacia ellos.
—¡Corran! —gritó Tomás, y los tres niños se lanzaron a la carrera, adentrándose en la selva.
Corrieron sin parar hasta que sus piernas no pudieron más. Se detuvieron junto a un río, jadeando y tratando de recuperar el aliento.
—¿Cómo vamos a regresar a casa? —preguntó Valeria, con lágrimas en los ojos.
—Tenemos que encontrar la máquina del tiempo —dijo Lucas, decidido. —Debe estar en algún lugar de este valle.
Los niños comenzaron a explorar el valle, evitando a los dinosaurios más peligrosos y tratando de encontrar pistas sobre la máquina del tiempo. Mientras avanzaban, se encontraron con una tribu de personas primitivas que también parecían haber quedado atrapadas en el tiempo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el líder de la tribu, un hombre musculoso con una lanza en la mano.
—Somos viajeros del tiempo —explicó Lucas. —Estamos buscando una máquina que nos pueda llevar de vuelta a casa.
El líder de la tribu, llamado Kora, los miró con desconfianza, pero finalmente accedió a ayudarlos. Les explicó que había visto una máquina extraña en una cueva al otro lado del valle, pero que estaba custodiada por un grupo de velociraptors.
—Tendrán que ser valientes y astutos para recuperar la máquina —advirtió Kora.
Los niños, junto con Kora y algunos miembros de la tribu, se dirigieron hacia la cueva. El camino estaba lleno de peligros, pero lograron evitarlos gracias a la ayuda de la tribu. Finalmente, llegaron a la cueva y vieron la máquina, pero los velociraptors estaban alerta.
—Tenemos que distraerlos —susurró Valeria. —Lucas y yo atraeremos su atención mientras Tomás y Kora recuperan la máquina.
El plan funcionó. Lucas y Valeria hicieron ruido para atraer a los velociraptors, mientras Tomás y Kora se escabulleron hacia la máquina. Con mucho cuidado, lograron activar los controles y la máquina comenzó a brillar.
—¡Rápido, todos a la máquina! —gritó Tomás.
Los niños y la tribu corrieron hacia la máquina, y justo cuando los velociraptors se abalanzaban sobre ellos, una luz cegadora los envolvió nuevamente. Cuando la luz desapareció, los niños se encontraron de vuelta en la cueva del bosque.
—¡Lo logramos! —exclamó Valeria, abrazando a sus hermanos.
—Fue la mejor aventura de nuestras vidas —dijo Lucas, sonriendo.
Tomás, aún maravillado por lo que habían vivido, añadió:
—Y siempre recordaremos a nuestros amigos del pasado.
Los niños salieron de la cueva, con la promesa de mantener su increíble aventura en secreto. Sabían que nadie les creería, pero eso no importaba. Lo que importaba era que habían sobrevivido y que, juntos, habían vivido una aventura que nunca olvidarían.