La Expedición Mortal al Corazón de la Montaña Encantada

El helicóptero descendió entre las nubes grises, dejando atrás la civilización y adentrándose en lo desconocido. La Montaña Encantada se alzaba imponente, con sus picos nevados y sus laderas cubiertas de densos bosques. Los exploradores, liderados por el intrépido arqueólogo Dr. Marcus Turner, estaban listos para enfrentar cualquier desafío en su búsqueda del antiguo secreto que, según las leyendas, se ocultaba en su corazón.

—¿Estás seguro de esto, Marcus? —preguntó Elena, la experta en mitología, mientras ajustaba su mochila.

—Tan seguro como siempre, Elena —respondió Marcus, con una sonrisa audaz—. Si las historias son ciertas, lo que encontraremos aquí cambiará todo lo que sabemos sobre nuestras civilizaciones antiguas.

El equipo, compuesto por cinco miembros, desembarcó en un claro al pie de la montaña. Además de Marcus y Elena, estaban Jack, un exmilitar experto en supervivencia; Sophie, una ingeniera con habilidades en tecnología avanzada; y Luis, un geólogo que había estudiado la estructura de la montaña durante años.

El primer obstáculo apareció rápidamente. Mientras ascendían por un sendero estrecho, el suelo comenzó a temblar. Una serie de rocas se desprendieron de la ladera y rodaron hacia ellos.

—¡Cuidado! —gritó Jack, empujando a Sophie fuera del camino justo a tiempo.

El equipo se dispersó, encontrando refugio detrás de árboles y salientes rocosas. Las rocas pasaron rugiendo, dejando un rastro de destrucción a su paso.

—Eso estuvo cerca —dijo Sophie, recuperando el aliento.

—Demasiado cerca —asintió Luis, mirando hacia la cima—. Y apenas estamos empezando.

Continuaron su ascenso con cautela, conscientes de que la montaña no les daría tregua. Al llegar a un claro, encontraron una entrada oculta, cubierta por enredaderas y musgo. Marcus apartó la vegetación, revelando un antiguo portal de piedra con inscripciones en un idioma desconocido.

—Esto debe ser —murmuró Marcus, fascinado—. La entrada al corazón de la montaña.

El equipo encendió sus linternas y se adentró en la oscuridad. El aire era pesado y olía a humedad y antigüedad. Los túneles serpenteaban, llevando a los exploradores cada vez más lejos de la luz del día. De repente, un rugido resonó a lo lejos, haciendo eco en las paredes de piedra.

—¿Qué fue eso? —preguntó Elena, con los ojos muy abiertos.

—Sea lo que sea, no estamos solos aquí —respondió Jack, sacando su machete.

Las criaturas míticas no tardaron en aparecer. Serpientes gigantes con ojos brillantes y colmillos afilados se deslizaron desde las sombras. Luis, con su conocimiento de la fauna, intentó mantener la calma.

—Son Nagas, guardianes de los secretos antiguos —dijo—. No atacarán si no los provocamos.

Pero una de las serpientes atacó, lanzándose hacia Sophie. Jack reaccionó rápidamente, cortando la cabeza de la criatura con un golpe preciso.

—¡Corre! —gritó, mientras más serpientes emergían de las sombras.

El equipo corrió por los túneles, esquivando las mordeduras y los golpes de las criaturas. Finalmente, encontraron una cámara oculta, cerrando la pesada puerta de piedra detrás de ellos. El silencio los envolvió mientras recuperaban el aliento.

—Eso fue… increíblemente peligroso —dijo Sophie, apoyándose contra la pared.

—Y apenas estamos empezando —repitió Luis, con una sonrisa nerviosa.

La cámara estaba iluminada por una luz tenue que emanaba de cristales incrustados en las paredes. En el centro, un pedestal de piedra sostenía un antiguo artefacto: un orbe de cristal con inscripciones doradas.

—Este es el secreto que buscábamos —dijo Marcus, acercándose con cautela—. La clave para desentrañar los misterios de la montaña.

Pero cuando Marcus tocó el orbe, una trampa mortal se activó. Las paredes comenzaron a moverse, cerrándose lentamente sobre ellos.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Elena, buscando una salida.

Sophie examinó rápidamente el pedestal y encontró un mecanismo oculto. Con manos temblorosas, manipuló los engranajes, deteniendo el movimiento de las paredes en el último momento.

—Eso estuvo demasiado cerca —dijo Jack, con el corazón latiendo con fuerza.

—Tenemos que seguir adelante —dijo Marcus, sosteniendo el orbe—. El verdadero secreto aún nos espera.

Con el orbe en mano, el equipo continuó su viaje, enfrentando más trampas y criaturas en su camino. Cada paso los acercaba más al corazón de la montaña y a su destino final. Finalmente, llegaron a una cámara inmensa, iluminada por una luz dorada que emanaba de un altar en el centro.

—Este es el lugar —dijo Marcus, con la voz llena de asombro—. Aquí es donde se revela el secreto.

Colocó el orbe en el altar, y una serie de inscripciones comenzaron a brillar en las paredes. La luz se intensificó, envolviendo a los exploradores en un resplandor cegador. Cuando la luz se desvaneció, se encontraron en un vasto salón, lleno de artefactos y tesoros de civilizaciones antiguas.

—Esto es… increíble —dijo Elena, maravillada.

—Hemos encontrado lo que buscábamos —dijo Marcus, con una sonrisa de triunfo—. El corazón de la montaña encantada.

Pero su alegría fue efímera. Un rugido ensordecedor resonó en la cámara, y una figura imponente emergió de las sombras. Un dragón de escamas doradas y ojos llameantes se alzó ante ellos, protegiendo su tesoro.

—¡Retrocedan! —gritó Jack, levantando su arma.

El dragón lanzó una ráfaga de fuego, obligando a los exploradores a dispersarse. Marcus, con el orbe en la mano, se dio cuenta de que el artefacto era la clave para controlar al dragón.

—¡Manténganlo ocupado! —gritó, corriendo hacia el altar.

Mientras Jack y los demás distraían a la criatura, Marcus colocó el orbe en una ranura especial del altar. Una luz brillante envolvió al dragón, que rugió de dolor antes de desvanecerse en una nube de polvo dorado.

—Lo logramos —dijo Marcus, exhausto pero victorioso.

El equipo se reunió, mirando alrededor del vasto salón. Habían enfrentado criaturas míticas y trampas mortales, pero habían descubierto el antiguo secreto de la montaña encantada. Con el orbe en su poder, sabían que su descubrimiento cambiaría el curso de la historia.

—Este es solo el comienzo —dijo Elena, con una sonrisa—. Hay mucho más por descubrir.

—Sí —asintió Marcus, mirando el orbe—. Pero por ahora, volvamos a casa. Hemos ganado este día.

El equipo salió de la montaña, llevando consigo el orbe y los tesoros que habían encontrado. Sabían que su expedición había sido mortal, pero también sabían que habían logrado lo imposible. Y mientras descendían la montaña, el sol se alzaba en el horizonte, iluminando un nuevo día y un nuevo comienzo para la humanidad.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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