La lluvia caía con fuerza, golpeando el tejado de la vieja cabaña donde Clara y su hermano menor, Lucas, se habían refugiado. La tormenta había comenzado de repente, como si el cielo hubiera decidido abrirse en un lamento. La noche era oscura, y el viento aullaba como un lobo hambriento, llenando el aire de un frío que calaba los huesos.
—No te preocupes, Clara —dijo Lucas, tratando de sonar valiente—. Solo es una tormenta.
Clara sonrió débilmente, aunque su corazón latía con fuerza. Había algo en el ambiente que la inquietaba, algo que iba más allá de la simple lluvia. Una sensación de que algo estaba por suceder, algo terrible.
La cabaña había pertenecido a su abuelo, un hombre que siempre había hablado de historias antiguas y leyendas oscuras. En una de esas historias, Clara recordaba que mencionaba algo sobre la medianoche. Un ritual que se llevaba a cabo en la oscuridad, un momento en el que las fuerzas del mal alcanzaban su punto máximo.
—¿Te acuerdas de lo que decía abuelo sobre la medianoche? —preguntó Clara, intentando romper el silencio tenso.
Lucas frunció el ceño. —¿De las historias de fantasmas? No creo que sean ciertas.
—No estoy hablando de fantasmas —replicó Clara, sintiendo cómo su piel se erizaba—. Hablo de algo más… oscuro.
El reloj de pared, un antiguo artefacto que había estado en la familia durante generaciones, comenzó a sonar. Las campanadas resonaron en la cabaña, marcando la medianoche.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Lucas, su voz temblando.
—Sí, lo escuché. —Clara se levantó, sintiendo que la atmósfera se volvía más densa—. Creo que deberíamos irnos a dormir.
Pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de viento abrió la puerta de la cabaña de golpe. Lucas dio un salto hacia atrás, mientras Clara se acercaba lentamente, sintiendo que su corazón latía con más fuerza.
—¿Quién está ahí? —gritó Clara, pero solo recibió el eco de su propia voz.
El viento parecía reírse, llevando consigo un susurro que apenas podían entender. «La hora de la media noche».
—Esto es extraño —dijo Lucas, mirando a su hermana con miedo en sus ojos—. Deberíamos cerrar la puerta.
Clara asintió, pero cuando se giró para hacerlo, vio una sombra en el umbral. Una figura oscura, con ojos que brillaban como brasas.
—¿Quién eres? —preguntó Clara, su voz apenas un susurro.
La figura no respondió, pero el aire se volvió más frío y pesado. Lucas, aterrorizado, se aferró a la pierna de su hermana.
—¡Clara! ¡Vamos! —gritó, pero ella estaba paralizada por el miedo.
La sombra avanzó, y en un instante, la cabaña se llenó de un silencio sepulcral. Clara sintió que el tiempo se detenía, como si todo a su alrededor hubiera desaparecido.
—No deberías estar aquí —dijo la figura con una voz profunda y resonante—. Este es un lugar maldito.
—¿Qué quieres? —preguntó Clara, tratando de mantener la calma.
—Lo que siempre he querido —respondió la sombra—. Almas.
Lucas comenzó a llorar, y Clara, sintiendo que el pánico la invadía, tomó la mano de su hermano.
—¡No! ¡No te llevas a mi hermano! —gritó, pero la sombra solo sonrió, una mueca siniestra que revelaba dientes afilados.
—Es la hora de la media noche. El tiempo se acaba.
Con un movimiento rápido, la sombra se abalanzó sobre ellos. Clara cerró los ojos, sintiendo un frío helado envolver su cuerpo. Cuando los abrió de nuevo, se encontró en un lugar diferente.
Estaban en un bosque oscuro, con árboles retorcidos que parecían susurrar secretos. Lucas estaba a su lado, pero su expresión había cambiado. Sus ojos estaban vacíos, como si la vida se hubiera desvanecido de ellos.
—Clara… —dijo Lucas, su voz un eco distante—. ¿Dónde estamos?
—No lo sé… —respondió ella, su corazón latiendo con fuerza—. Debemos encontrar una salida.
Mientras caminaban, Clara sintió que la sombra estaba cerca, acechando en la oscuridad. Cada crujido de las ramas, cada susurro del viento, la hacía mirar hacia atrás.
—¿Por qué no podemos volver? —preguntó Lucas, su voz temblorosa.
—Porque… porque la sombra nos atrapó. —Clara se detuvo, sintiendo que el miedo la consumía—. Debemos encontrar una forma de escapar.
El bosque parecía interminable, y cada paso que daban los acercaba más a la oscuridad. Clara recordó las historias de su abuelo sobre el sacrificio, sobre cómo la medianoche era un tiempo de decisiones.
—Lucas, si llegamos a la cabaña, tal vez podamos hacer algo… —dijo Clara, intentando mantener la esperanza.
—¿Qué tipo de algo? —preguntó Lucas, su voz llena de desconfianza.
—No lo sé… —respondió ella—. Tal vez si encontramos el reloj y lo hacemos sonar de nuevo, podamos romper la maldición.
Con determinación, comenzaron a correr hacia la cabaña, pero la sombra los seguía, cada vez más cerca. Clara podía sentir su aliento helado en la nuca, y el terror la invadía.
Finalmente, llegaron a la cabaña, y Clara se precipitó hacia el reloj. Las manecillas estaban detenidas en la medianoche, y el aire se volvió aún más frío.
—¡Lucas, ayúdame! —gritó, mientras intentaba girar la manecilla.
Lucas, aún con el terror en sus ojos, se unió a ella. Juntos, comenzaron a girar el reloj, pero la sombra se materializó en la puerta, bloqueando su salida.
—No pueden escapar —dijo la sombra, su voz resonando como un trueno—. Es la hora de la media noche.
Con un último esfuerzo, Clara logró hacer sonar el reloj. Las campanadas resonaron en la cabaña, y la sombra se detuvo, como si estuviera atrapada en un hechizo.
—¡Ahora! —gritó Clara, y ambos comenzaron a correr hacia la puerta.
Pero cuando la cruzaron, se encontraron de nuevo en el bosque, y la sombra había desaparecido. El reloj había sonado, pero no habían escapado.
—¿Qué está pasando? —preguntó Lucas, su voz llena de desesperación.
—No lo sé… —respondió Clara, sintiendo que la desesperación la invadía—. Tal vez nunca podamos salir.
La sombra reapareció, esta vez con más fuerza. Clara y Lucas se dieron cuenta de que estaban atrapados en un ciclo eterno. Cada medianoche, la sombra vendría por ellos, y ellos nunca podrían escapar.
—La hora de la media noche —susurró la sombra, acercándose lentamente—. Siempre será tu hora.
Y así, en la oscuridad del bosque, Clara y Lucas se convirtieron en parte de la leyenda que su abuelo había contado. Sus almas quedaron atrapadas, condenadas a vagar eternamente, esperando la llegada de la próxima medianoche, donde el horror nunca cesaría.