La luna llena iluminaba el claro del bosque. Un grupo de amigos se reunió alrededor de un círculo de sal, nerviosos pero emocionados. «¿Estás seguro de que esto funcionará?», preguntó Clara, mirando a Javier con desconfianza.
«¡Claro que sí!», respondió él, con una sonrisa que no ocultaba su inquietud. «Solo necesitamos decir las palabras correctas.»
Mientras recitaban el conjuro, el viento pareció detenerse. Un escalofrío recorrió la espalda de todos, pero Javier continuó. «Demonio de la oscuridad, ven a nosotros.»
De repente, un grito desgarrador resonó en el aire. «¿Qué fue eso?», murmuró Luis, temblando. Clara se dio la vuelta, pero no había nada. «Solo fue el viento», intentó tranquilizarlos.
Sin embargo, la atmósfera cambió. La risa de Javier se tornó en un susurro grave. «No todos están aquí para invocar».
«¿Qué estás diciendo?», preguntó Clara, sintiendo un nudo en el estómago.
Con un gesto, Javier señaló a Luis, cuyos ojos ahora eran dos pozos oscuros. «Él es el elegido.»
«¡No, no puede ser!», gritó Clara, mientras Luis se acercaba, sonriendo de una manera que no era suya. «¡Ayuda! ¡Ayuda!»
El círculo de sal tembló. Clara y los demás intentaron huir, pero el aire se volvió denso. «No puedes escapar», dijo Luis, su voz distorsionada. «Ya no soy yo.»
El ritual había funcionado, pero no como esperaban. Mientras uno a uno caían en la oscuridad, Clara comprendió que el verdadero sacrificio era el suyo. «¡No! ¡No quiero ser parte de esto!», suplicó, pero el eco de su voz se desvaneció en la noche.
Y así, la luna observó, imperturbable, mientras el bosque se llenaba de risas demoníacas.
