La Maldición del Pantano Embrujado

El sol comenzaba a ocultarse tras las copas de los árboles, tiñendo el cielo de un rojo intenso que presagiaba la llegada de la noche. El pequeño pueblo de San Pedro había sido siempre un lugar tranquilo, pero en las últimas semanas, una sombra de inquietud se había instalado entre sus habitantes. Varios de ellos habían desaparecido sin dejar rastro, y los murmullos sobre el pantano embrujado se hacían cada vez más frecuentes.

—¿Has oído lo de la señora Clara? —preguntó Miguel, mientras se acomodaba en la barra del viejo bar del pueblo, sus manos temblorosas sosteniendo un vaso de licor.

—Sí, la encontraron en la orilla del pantano, pero no era ella. —respondió Ana, con los ojos muy abiertos, como si las palabras pudieran invocar algún tipo de maldición. —Dicen que su rostro estaba descompuesto, como si hubiera estado allí semanas.

Miguel frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La señora Clara había sido una mujer amable, siempre sonriendo y ofreciendo dulces a los niños del pueblo. Ahora, su imagen se había convertido en un recuerdo aterrador.

—No deberíamos hablar de eso —dijo Javier, el dueño del bar, interrumpiendo la conversación. —La gente está asustada. Las viejas historias sobre las brujas del pantano no son solo cuentos.

Ana se inclinó hacia adelante, con voz baja y temblorosa. —Pero, ¿qué si es cierto? ¿Qué si hay algo en ese lugar que nos está atrapando?

Miguel miró por la ventana, donde la oscuridad comenzaba a tragarse los últimos rayos de luz. Había escuchado las historias de su abuelo sobre el pantano, sobre las brujas que habían sido condenadas por sus prácticas oscuras. “Nunca te acerques al agua en la noche”, le había advertido. “Ellas están esperando”.

Esa noche, Miguel decidió que debía averiguar la verdad. La desaparición de Clara lo había afectado más de lo que quería admitir. Se armó de valor, tomó una linterna y se dirigió hacia el pantano. Su corazón latía con fuerza, pero la curiosidad lo empujaba hacia adelante.

El sendero que conducía al pantano estaba cubierto de maleza y sombras. A medida que se acercaba, un olor a tierra húmeda y descomposición llenaba el aire. La linterna iluminaba apenas unos metros por delante de él, pero Miguel continuó, sintiendo que algo lo llamaba desde la oscuridad.

—¿Clara? —gritó, su voz resonando en el silencio. No hubo respuesta, solo el murmullo del agua y el crujido de las ramas.

De repente, un susurro helado pareció flotar en el aire, como si las sombras estuvieran hablando entre sí. Miguel se detuvo, el miedo apoderándose de él. “No mires atrás”, recordó las palabras de su abuelo. Pero la tentación fue demasiado fuerte. Se dio la vuelta.

No había nada. Solo la oscuridad.

Respirando hondo, se adentró más en el pantano. El agua estaba fría y lodosa, y cada paso que daba parecía ser un esfuerzo monumental. El silencio era abrumador, interrumpido solo por el croar lejano de las ranas.

De pronto, un grito desgarrador cortó la noche. Miguel se congeló. Era un sonido humano, lleno de terror y desesperación. Sin pensarlo, corrió hacia la dirección del grito.

Al llegar a un claro, se encontró con una escena que le heló la sangre. En el centro, una figura encapuchada estaba de pie, rodeada de un círculo de velas. A su alrededor, las sombras parecían danzar, moviéndose al ritmo de un cántico antiguo y siniestro.

—¡Clara! —gritó, al reconocer la figura en el suelo. Era ella, atada y con los ojos desorbitados, mirando con terror hacia la figura encapuchada.

—¡No! ¡Detente! —gritó Miguel, pero su voz se perdió en el aire.

La figura encapuchada levantó la mano y el cántico se detuvo. Se giró lentamente, revelando un rostro pálido y demacrado, con ojos oscuros que parecían devorar la luz.

—Has llegado tarde, joven. La maldición debe cumplirse. —dijo la figura, su voz resonando como un eco en el pantano.

Miguel sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. —¿Qué has hecho con ella?

—Nada que no haya hecho antes. El pantano exige sacrificios. Y tú, querido, has venido a ofrecerte.

Miguel dio un paso atrás, el terror llenando su pecho. —¡No! ¡No puedo dejar que esto suceda!

Las sombras comenzaron a moverse, acercándose a él como serpientes. El cántico se reanudó, más fuerte y más intenso. Miguel sintió que la desesperación lo envolvía.

—¡Clara! —gritó, pero su voz ya no parecía llegar a ella. La figura encapuchada levantó un frasco con un líquido oscuro y comenzó a verterlo sobre el suelo, formando un patrón intrincado.

—La maldición del pantano no se detiene. Cada vida que se lleva, alimenta el poder de las sombras. —dijo la figura, mientras las sombras se arremolinaban a su alrededor. —Y tú serás el próximo.

Miguel sintió un frío helado recorrer su cuerpo. Las sombras se abalanzaron sobre él, y en un instante, se sintió atrapado en un abrazo mortal.

—¡No! —gritó, luchando contra la oscuridad que lo envolvía. Pero era inútil. La figura encapuchada sonrió, satisfecha, mientras el pantano parecía cobrar vida a su alrededor.

El último grito de Miguel se ahogó en el aire, y todo se sumió en un silencio sepulcral.

Al amanecer, los habitantes de San Pedro se despertaron con la esperanza de que los rumores sobre el pantano fueran solo eso: rumores. Pero al mirar hacia el agua, sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales al notar que el agua había cambiado de color, tornándose en un rojo profundo, como si estuviera manchada con sangre.

—Donde hay sombras, hay secretos —murmuró Ana, mirando hacia el pantano con ojos llenos de miedo. —Y donde hay secretos, hay almas perdidas.

Así, el ciclo continuó. Las desapariciones en San Pedro no cesaron, y cada luna llena, el pantano parecía cobrar más fuerza. Nadie se atrevió a acercarse, y los murmullos sobre la maldición del pantano embrujado se convirtieron en parte de la vida del pueblo.

Pero en la oscuridad, las sombras seguían danzando, y el eco de los gritos perdidos resonaba en el aire, recordando a todos que algunos secretos son mejor dejarlos enterrados.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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