Era la tarde de Halloween cuando Lucas, un joven de diecisiete años, decidió visitar la tienda de antigüedades que había abierto recientemente en su vecindario. La tienda, llena de objetos extraños y polvorientos, parecía un laberinto de recuerdos olvidados. Mientras exploraba, algo llamó su atención: una máscara antigua, tallada en madera oscura y decorada con intrincados grabados que representaban rostros distorsionados.
«¿Te gusta?» preguntó la anciana que atendía la tienda, surgiendo de las sombras como un espectro. Su voz era rasposa, como si hubiera estado guardando secretos durante siglos.
«Es… interesante,» respondió Lucas, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. «¿De dónde viene?»
«De un lugar donde las almas se entrelazan con la oscuridad,» dijo ella, sonriendo de forma inquietante. «Pero ten cuidado, joven. Algunas máscaras no se pueden quitar.»
Intrigado y sin pensar en las advertencias, Lucas compró la máscara. Esa noche, se la puso para la fiesta de Halloween que se celebraba en su escuela. La sensación al llevarla era extraña, como si la máscara estuviera viva. Mirándose en el espejo, sintió que se transformaba en algo más que un simple disfraz.
«¡Vaya, Lucas! ¡Te ves increíble!» exclamó su amiga Carla, admirando su atuendo. «Esa máscara es perfecta.»
«Gracias,» respondió él, aunque una parte de él ya no estaba tan seguro. La fiesta comenzó a llenarse de risas y música, pero a medida que la noche avanzaba, Lucas sintió un tirón en su mente. La máscara parecía susurrarle cosas, palabras que no podía comprender, pero que lo llenaban de una extraña emoción.
«¿Estás bien?» preguntó Carla, notando que Lucas se había quedado en silencio, con la mirada perdida.
«Sí, solo… estoy disfrutando de la fiesta,» mintió, aunque en el fondo sentía que algo no estaba bien. La música se volvió más intensa, y las luces parpadeaban, creando sombras que danzaban a su alrededor.
De repente, un grito desgarrador resonó en la sala. Lucas se dio la vuelta y vio a un grupo de chicos rodeando a un compañero que yacía en el suelo, convulsionando. «¡Alguien llame a una ambulancia!» gritó uno de ellos, pero el caos se apoderó de la fiesta.
Mientras todos corrían, Lucas sintió que la máscara se ajustaba más a su rostro, como si tuviera vida propia. Era una presión incómoda, casi dolorosa. Se llevó las manos a la cara, intentando quitarla, pero no pudo.
«¡Lucas! ¿Qué te pasa?» gritó Carla, acercándose a él. «¡Tienes que salir de aquí!»
«No puedo… no puedo quitármela,» balbuceó, sintiendo cómo la máscara comenzaba a controlar sus movimientos. Sus manos se movían sin que él lo decidiera. En un instante, se encontró empujando a Carla, alejándola de él.
«¡Lucas, no!» ella gritó, sus ojos llenos de miedo. En ese momento, Lucas sintió que su cuerpo se movía como un títere, y la risa burlona de la máscara resonaba en su mente.
«¡Ayúdame!» suplicó, pero su voz ya no era la suya. Era un eco distorsionado, como si alguien más estuviera hablando a través de él.
La fiesta se convirtió en un torbellino de pánico. Lucas vio cómo sus amigos lo miraban con horror mientras él se alejaba, incapaz de detenerse. La máscara lo guiaba, llevándolo hacia la salida, hacia la oscuridad de la noche.
«¡Lucas!» Carla gritó, pero él ya estaba fuera, corriendo sin rumbo, sintiendo el frío aire de Halloween cortarle la piel. La máscara parecía reírse, disfrutando de su desesperación.
Finalmente, se detuvo en un callejón oscuro. La luna brillaba débilmente, y Lucas cayó de rodillas, luchando por recuperar el control. «¡Quítate! ¡Quítate!» gritó, pero la máscara se aferraba a su rostro como si fuera parte de él.
«¿Por qué no quieres jugar?» resonó una voz profunda en su mente. «Eres mío ahora.»
«¡No! ¡Soy yo, Lucas!» suplicó, pero la máscara absorbía su voluntad, devorando sus pensamientos. Cada intento de liberarse era en vano.
Desesperado, se levantó y comenzó a golpear la máscara contra la pared del callejón, pero el dolor solo aumentaba. En un último intento, se miró en un charco de agua sucia. La imagen que vio lo horrorizó: su rostro estaba distorsionado, como los grabados de la máscara, y sus ojos brillaban con una luz siniestra.
«¡Eres mío!» la máscara gritó, y Lucas sintió cómo su identidad se desvanecía.
Al día siguiente, los vecinos encontraron el callejón vacío, salvo por una máscara rota en el suelo. Nadie supo qué había pasado con Lucas, pero las leyendas de la máscara que no se podía quitar comenzaron a circular.
A veces, en las noches de Halloween, los susurros de una risa burlona se oyen entre las sombras, y aquellos que se atreven a mirar en el espejo pueden ver un rostro que no es el suyo.