Había una vez, en un hermoso estanque rodeado de flores y árboles, una pequeña rana llamada Ramona. Ramona era una rana muy especial, porque siempre miraba al cielo y soñaba con las estrellas y la luna.
Un día, mientras saltaba de piedra en piedra, Ramona miró hacia arriba y vio la luna brillando. “¡Oh, qué hermosa es la luna! Me gustaría saltar hasta ella”, dijo con una voz llena de emoción.
Sus amigos, el pez Pablo y la tortuga Tula, la miraron con sorpresa.
“¿Saltarte hasta la luna? ¡Eso es imposible!”, exclamó Pablo, moviendo su aleta.
“Sí, Ramona. La luna está muy, muy lejos”, agregó Tula, con su voz suave y tranquila.
Pero Ramona no se desanimó. “Tal vez, si salto muy alto, pueda tocarla. Solo necesito un buen trampolín”, dijo con determinación.
Pablo y Tula se miraron y, aunque pensaban que era un poco loco, decidieron ayudar a su amiga. “¡Vamos a hacerlo juntos!”, dijo Pablo. “Podemos construir un trampolín”, propuso Tula.
Así que los tres amigos comenzaron a trabajar. Buscaron hojas grandes y ramas fuertes. Ramona se movía de un lado a otro, saltando y riendo. “¡Esto va a ser genial!”, decía mientras ayudaba a juntar los materiales.
Después de un rato, tuvieron un trampolín bastante grande. Ramona se subió y miró a sus amigos. “¡Aquí voy!”, gritó.
Saltó con todas sus fuerzas. ¡Bum!, hizo un ruido fuerte al aterrizar en el trampolín. Pero, aunque saltó muy alto, no alcanzó la luna.
“¡Oh, no! No fue suficiente”, dijo Ramona, un poco triste.
Pero Pablo, que siempre tenía una idea, dijo: “¡Espera! ¿Y si hacemos un trampolín más grande?”
“¡Sí! ¡Eso es!”, exclamó Tula.
Así que los amigos trabajaron más duro. Juntaron más hojas y ramas, y hasta pidieron ayuda a los demás animales del estanque. El ratón Miguel, la ardilla Susi y el pato Lucas se unieron a ellos. Todos querían ayudar a Ramona a alcanzar su sueño.
Finalmente, construyeron un trampolín gigante. “¡Ahora sí, Ramona! ¡Salta!”, gritaron todos al unísono.
Ramona respiró hondo y se preparó. “¡Aquí voy!”, gritó con todas sus fuerzas. Y saltó.
Esta vez, ¡saltó más alto que nunca! Se sintió como si volara. “¡Mira, estoy casi allí!”, dijo mientras veía la luna brillar más cerca.
Pero, de repente, comenzó a caer. “¡Ayuda!”, gritó. Todos sus amigos estaban mirando con los ojos bien abiertos.
Pablo, Tula y los demás se pusieron nerviosos. “¡Ramona, ven hacia aquí!”, gritó Pablo.
Pero Ramona, aunque estaba cayendo, sonrió. “¡No se preocupen! ¡Estoy bien!”, dijo mientras aterrizaba suavemente en el agua del estanque.
Los amigos se acercaron corriendo. “¿Estás bien, Ramona?”, preguntó Tula, preocupada.
“¡Sí! Fue increíble. Aunque no llegué a la luna, me sentí libre como un pájaro”, respondió Ramona, riendo.
Los amigos se unieron a ella en el agua. “Lo más importante es que lo intentaste y que tenemos amigos que nos apoyan”, dijo Pablo.
“¡Exacto! Juntos podemos hacer grandes cosas”, añadió Tula.
Desde ese día, Ramona no dejó de soñar. Aunque no había llegado a la luna, había aprendido que los amigos son el mejor trampolín para alcanzar nuestros sueños.
Y así, cada noche, Ramona miraba la luna y sonreía, sabiendo que, aunque no podía saltar hasta ella, siempre tendría a sus amigos a su lado.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.