La reunión de ex alumnos más loca del mundo

Carlos estaba nervioso. No había visto a sus compañeros de secundaria en más de veinte años, y la invitación a la reunión de ex alumnos había llegado como un rayo de nostalgia. Se miró en el espejo, se ajustó la corbata y se dijo a sí mismo: «No puede ser tan malo, ¿verdad?»

Al llegar al gimnasio de la antigua escuela, notó que la decoración era… peculiar. Globos en forma de animales, una pista de patinaje sobre hielo improvisada en una esquina y, en el centro, una estatua de tamaño real de un pingüino vestido de mayordomo. «Esto promete,» pensó Carlos con una mezcla de curiosidad y temor.

Al entrar, fue recibido por un hombre con una camiseta que decía «Soy el DJ, no me pidas canciones». El hombre le entregó un sombrero de copa y un monociclo. «Es obligatorio,» le dijo sin más explicación.

Carlos, ahora con el sombrero en la cabeza y el monociclo en la mano, se adentró en la multitud. Reconoció a algunos rostros, aunque la mayoría parecían haber sido sacados de un circo. Literalmente. Una mujer con un traje de payaso se le acercó.

—¡Carlos! ¡Cuánto tiempo! —dijo ella mientras hacía malabares con tres sandías.

—Eh, sí… ¿Clara? —respondió Carlos, tratando de recordar.

—¡Exacto! —exclamó Clara, lanzando una sandía al aire y atrapándola con la nariz—. ¿Te has apuntado ya al concurso de lanzamiento de tartas?

Carlos miró a su alrededor y vio una larga fila de personas con tartas en las manos, todos con una expresión de concentración absoluta.

—Eh… no, aún no. Creo que voy a explorar un poco más primero.

Se alejó de Clara y se encontró con un antiguo compañero de clase, Raúl, que ahora parecía ser un mago profesional. Raúl estaba en medio de un truco de cartas que involucraba una cabra y una máquina de humo.

—¡Carlos! —gritó Raúl mientras la cabra desaparecía en una nube de humo—. ¡No te lo vas a creer! ¡He hecho que mi hipoteca desaparezca!

—Impresionante, Raúl. ¿Y la cabra?

—Ah, eso es un truco más complicado. Necesito un voluntario. ¿Te apuntas?

Carlos decidió que su curiosidad tenía límites y se dirigió a la mesa de bebidas, donde encontró a Marta, la que siempre había sido la chica más popular de la clase. Ahora estaba sirviendo cócteles de colores brillantes en vasos con sombrillas y bengalas.

—¡Carlos! —dijo Marta con una sonrisa radiante—. ¿Te apetece un «Explosión Tropical»?

—Eh… claro, ¿por qué no? —respondió Carlos, aceptando el vaso que parecía una obra de arte pirotécnica.

Tomó un sorbo y sintió como si su lengua estuviera bailando samba. «Definitivamente, esto no es un simple ponche de frutas,» pensó.

De repente, las luces se apagaron y una voz resonó en los altavoces.

—¡Bienvenidos a la competencia de disfraces! —anunció la voz—. El primer premio es una cena con el director de la escuela, el Sr. Pérez, en su restaurante de comida rápida favorito.

Carlos miró a su alrededor y se dio cuenta de que todos, excepto él, estaban disfrazados. Un hombre vestido de astronauta pasó a su lado, seguido por una mujer en un traje de sirena con ruedas.

—¿Dónde está tu disfraz, Carlos? —preguntó una voz familiar. Era Luis, su mejor amigo de la secundaria, ahora vestido como un caballero medieval, completo con armadura y espada de plástico.

—Eh… no sabía que había que venir disfrazado —dijo Carlos, sintiéndose un poco fuera de lugar.

—No te preocupes, tengo un disfraz extra —dijo Luis, sacando un traje de dinosaurio inflable de una bolsa gigante—. ¡Póntelo!

Carlos se metió en el traje de dinosaurio y, con un poco de ayuda, logró inflarlo. Ahora, vestido como un T-Rex, se sentía un poco más integrado en la locura general.

La competencia de disfraces comenzó y Carlos se encontró compitiendo contra un grupo de superhéroes, un equipo de fútbol americano y una banda de mariachi. Mientras desfilaba por el escenario, trató de recordar cómo había llegado a este punto en su vida.

Finalmente, el presentador anunció al ganador.

—¡Y el primer premio es para… el T-Rex bailarín!

Carlos no podía creerlo. Había ganado. Subió al escenario y recibió su premio: un cupón para una cena en «El Pollo Loco» con el Sr. Pérez.

—¡Felicidades, Carlos! —dijo el presentador—. Ahora, ¿puedes hacer tu famoso baile de dinosaurio?

Carlos, sin saber muy bien qué hacer, comenzó a mover los brazos y las piernas en lo que esperaba que pareciera un baile. La multitud estalló en aplausos y risas.

Después de la competencia, Carlos se dirigió a la mesa de postres, donde encontró a Ana, su antiguo amor platónico, ahora convertida en una chef de renombre. Estaba decorando una torre de cupcakes con una precisión asombrosa.

—Hola, Ana —dijo Carlos, tratando de sonar casual mientras se balanceaba en su traje de dinosaurio.

—¡Carlos! —exclamó Ana—. ¡No te veía desde la graduación! ¿Te apetece un cupcake?

—Claro, gracias —dijo Carlos, tomando un cupcake que parecía una obra de arte.

Mientras mordía el cupcake, Ana le sonrió.

—¿Sabes? Siempre pensé que eras un buen bailarín.

Carlos se atragantó un poco con el cupcake. «¿En serio?» pensó. «¿Eso es lo que recuerda de mí?»

La noche continuó con más sorpresas. Hubo un concurso de karaoke donde un grupo de ex alumnos cantó una versión de «Bohemian Rhapsody» con coreografía incluida. Hubo una rifa en la que el premio mayor era un año de suministro gratuito de papel higiénico. Y, por supuesto, la tradicional foto de grupo, que esta vez incluyó a un oso de peluche gigante y un hombre en zancos.

Finalmente, la noche llegó a su fin. Carlos, agotado pero feliz, se despidió de sus antiguos compañeros y se dirigió a la salida. Mientras caminaba hacia su coche, aún vestido de dinosaurio, reflexionó sobre la noche.

«Definitivamente, esta ha sido la reunión de ex alumnos más loca del mundo,» pensó con una sonrisa. «Y quién lo diría, yo, el T-Rex bailarín, he sido el rey de la fiesta.»

Al llegar a su coche, se dio cuenta de que había olvidado algo importante. Volvió corriendo al gimnasio y encontró al Sr. Pérez, que también estaba a punto de irse.

—¡Sr. Pérez! —gritó Carlos—. ¡La cena en El Pollo Loco! ¿Cuándo podemos ir?

El Sr. Pérez lo miró con una expresión de sorpresa y luego se echó a reír.

—¡Carlos! ¡Era una broma! ¡No hay cena! Pero si quieres, podemos ir ahora y tomar algo. Tengo un montón de cupones de descuento.

Carlos se unió a la risa y, junto al Sr. Pérez, se dirigió al restaurante. Mientras comían pollo frito y hablaban de los viejos tiempos, Carlos se dio cuenta de que, a veces, las cosas más inesperadas son las que más se disfrutan.

Y así, la reunión de ex alumnos más loca del mundo terminó con una cena improvisada, muchas risas y la promesa de que, pase lo que pase, siempre habrá lugar para un poco de locura en la vida.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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