Era una tarde de otoño cuando Sofía, Lucas y Javier decidieron explorar el viejo desván de la abuela de Sofía. La casa, llena de recuerdos y polvo, había estado cerrada durante años. En la penumbra del lugar, entre cajas olvidadas y muebles cubiertos de sábanas blancas, un objeto llamó la atención de Sofía.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando un viejo reloj de pared que colgaba en la pared más alejada, casi oculto por sombras.
El reloj era de un diseño antiguo, con intrincados grabados en su marco de madera. Sus manecillas estaban quietas, como si el tiempo hubiera decidido detenerse en ese instante.
—Parece que no ha funcionado en años —observó Lucas, acercándose con cautela.
Javier, que siempre había sido el más escéptico del grupo, frunció el ceño.
—Deberíamos dejarlo. Es solo un viejo reloj. No hay nada interesante aquí.
Pero Sofía estaba intrigada. Se acercó al reloj y, al tocarlo, sintió una extraña vibración que recorrió su brazo.
—¡Mira! —exclamó, señalando las manecillas que, milagrosamente, comenzaron a moverse. Pero no avanzaban hacia adelante, sino que retrocedían lentamente.
—Esto es raro —dijo Lucas, mirando a su alrededor. La atmósfera en el desván cambió, volviéndose más densa, como si el aire mismo estuviera cargado de misterio.
—¿Qué pasaría si… —comenzó Sofía, pero Javier la interrumpió.
—No, no, no. No deberíamos jugar con eso. ¿Y si es peligroso?
Sofía ignoró su advertencia y, en un impulso, giró la perilla del reloj. En ese instante, una ráfaga de viento sopló a través del desván, haciendo que las sábanas se agitaran como fantasmas.
—¿Lo ven? —dijo Sofía, con una mezcla de emoción y miedo. —Algo está pasando.
De repente, el reloj emitió un sonido profundo, como un eco lejano. Las luces de la casa parpadearon y, por un momento, todo se detuvo. Sofía sintió que el tiempo se congelaba a su alrededor.
—Esto es increíble —susurró Lucas, mientras miraba a su alrededor con los ojos abiertos de par en par.
Pero Javier, cada vez más inquieto, dio un paso atrás.
—No me gusta esto. Deberíamos irnos.
Sin embargo, ya era demasiado tarde. Una sombra oscura se proyectó en la pared detrás de ellos. No era solo una sombra, sino una figura nebulosa que parecía moverse con vida propia.
—¿Qué es eso? —preguntó Sofía, su voz temblando.
La figura se acercó, y el reloj sonó de nuevo, esta vez con un tintineo agudo que resonó en sus oídos. Sofía, Lucas y Javier se miraron, paralizados por el miedo.
—¡Corramos! —gritó Javier, y los tres se lanzaron escaleras abajo, dejando atrás el misterioso reloj.
Al llegar al jardín, la brisa fresca de la tarde les golpeó la cara, pero el terror aún latía en sus corazones.
—¿Qué fue eso? —preguntó Lucas, respirando con dificultad.
—No lo sé —respondió Sofía, intentando calmarse—. Pero tenemos que volver. Necesitamos descubrir qué es ese reloj.
Javier, a pesar de su miedo, asintió.
—Está bien, pero debemos tener cuidado.
Regresaron al desván, esta vez armados con linternas. El reloj seguía allí, en la misma posición, como si nada hubiera ocurrido. Pero la atmósfera era diferente, más pesada, como si el tiempo mismo estuviera observándolos.
—Voy a girar la perilla de nuevo —dijo Sofía, decidida.
—¿Estás loca? —protestó Javier—. No sabemos qué puede pasar.
—Pero necesitamos respuestas —insistió Lucas—. Tal vez podamos controlar lo que sea que esté sucediendo.
Con un profundo suspiro, Sofía giró la perilla. Esta vez, el reloj no solo sonó; emitió un brillo tenue que iluminó el desván, revelando objetos olvidados que parecían cobrar vida.
De repente, el tiempo pareció desvanecerse. Los amigos se encontraron en un lugar diferente. Ya no estaban en el desván, sino en una calle que reconocían, pero que parecía más antigua, con coches de época y gente vestida con ropa de otra era.
—¿Dónde estamos? —preguntó Sofía, mirando a su alrededor.
—Esto es… extraño —dijo Lucas, aturdido—. ¿Es una especie de viaje en el tiempo?
Javier miró a su alrededor, nervioso.
—Esto no puede ser real. Debemos volver. ¡Ahora!
Pero antes de que pudieran moverse, una figura se acercó a ellos. Era un anciano con una larga barba blanca y una mirada sabia.
—Bienvenidos, jóvenes viajeros —dijo con voz profunda—. He estado esperando su llegada.
—¿Quién eres? —preguntó Sofía, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.
—Soy el guardián del tiempo —respondió el anciano—. El reloj que han encontrado es un artefacto poderoso. Puede llevar a quienes lo manipulan a momentos del pasado, pero también puede atraparlos en su sombra.
—¿Qué significa eso? —preguntó Lucas, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
—El tiempo es un ciclo, y ustedes han interrumpido ese ciclo. Si no regresan antes de que el reloj complete un giro, quedarán atrapados aquí para siempre.
Javier palideció.
—¿Y cómo regresamos?
—Deben encontrar el camino de vuelta a su tiempo. La clave está en el reloj. Deben aprender a escuchar el eco del tiempo —dijo el anciano, señalando el reloj que ahora colgaba en el aire como si flotara.
Los amigos se miraron, sintiendo la presión del tiempo que se les escapaba.
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Sofía, desesperada.
—Escuchen —respondió el anciano—. El reloj tiene su propio latido. Sigan su ritmo y regresen a su hogar.
Con esas palabras, la figura del anciano comenzó a desvanecerse, y el mundo a su alrededor se distorsionó. Sofía, Lucas y Javier se encontraron de nuevo en el desván, frente al reloj.
—¿Lo escuchan? —preguntó Sofía, cerrando los ojos y concentrándose.
El reloj comenzó a sonar de nuevo, y esta vez, en lugar de un eco lejano, resonó con un ritmo constante, como un tambor. Los amigos se unieron, sincronizando sus respiraciones con el latido del reloj.
—Uno, dos, tres… —contó Sofía, y poco a poco, el miedo se convirtió en determinación.
Mientras seguían el ritmo, las manecillas del reloj comenzaron a girar más rápido. La sombra que había aparecido antes se desvaneció, y una luz brillante envolvió el desván.
—¡Vamos! —gritó Lucas, mientras todos se aferraban al reloj.
De repente, un destello de luz los envolvió, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de vuelta en el jardín, con el reloj en sus manos, inmóvil y silencioso.
—¿Lo logramos? —preguntó Javier, mirando a su alrededor.
Sofía sonrió, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza.
—Creo que sí. Pero… ¿qué hacemos con el reloj?
Lucas lo miró con curiosidad.
—Tal vez deberíamos guardarlo. No podemos arriesgarnos a que alguien más lo encuentre.
—Sí, pero también debemos aprender de esto —dijo Sofía—. El tiempo es un regalo, y no debemos jugar con él.
Javier asintió, y juntos decidieron llevar el reloj de vuelta al desván de la abuela de Sofía, donde lo ocultaron entre las sombras.
A partir de ese día, el grupo de amigos nunca volvió a hablar del reloj, pero cada vez que se reunían, había un aire de complicidad entre ellos. Sabían que habían tocado algo más allá de lo común, algo que les había enseñado a valorar el tiempo y los momentos que compartían.
Y aunque el reloj permanecía en el desván, con el tiempo, se convirtió en una leyenda entre ellos, una sombra que siempre recordaría la aventura que los unió aún más.