Las Lágrimas de la Bruja Solitaria

En un rincón olvidado del bosque, donde la luz del sol apenas lograba atravesar las densas copas de los árboles, vivía una bruja solitaria llamada Elara. Su cabaña, construida con troncos de madera oscura y cubierta de musgo, parecía surgir de las sombras mismas. Se decía que Elara tenía el poder de manipular los elementos, de hablar con los espíritus y de lanzar maldiciones que podían atormentar a un hombre hasta su último aliento. Sin embargo, detrás de su reputación temida, había un corazón que anhelaba algo más que soledad.

Una noche de luna llena, mientras las estrellas danzaban en el cielo, Elara escuchó el murmullo de una voz que la hizo detenerse. Era un canto melódico, como el susurro de un río. Intrigada, siguió el sonido hasta un claro iluminado por la luz plateada de la luna. Allí encontró a un joven, de cabello oscuro y ojos profundos, que tocaba una flauta de madera. Su música llenaba el aire de una belleza que hizo que el corazón de la bruja latiera con fuerza.

“¿Quién eres tú, que perturba la paz de este bosque?” preguntó Elara, su voz resonando como un eco en la noche.

El joven se volvió, sorprendido. “Soy Kael, un viajero perdido. Estoy buscando un camino hacia la aldea, pero creo que he encontrado algo más hermoso.”

Elara sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. ¿Era posible que alguien pudiera ver más allá de su magia y su soledad? Sin pensarlo, se acercó a él, y en su mirada se reflejó un destello de esperanza.

Los días se convirtieron en semanas, y Elara y Kael se encontraron en el claro cada noche. Compartieron risas, sueños y secretos. El amor floreció entre ellos como una rosa en medio de espinas. Sin embargo, había un precio que pagar por su felicidad. Las leyes de la magia eran estrictas: los brujos no debían involucrarse con mortales, y Elara lo sabía muy bien.

Una noche, mientras la luna iluminaba el bosque, Elara miró a Kael a los ojos y dijo: “Si tan solo pudiera ser como tú, un simple humano, podría amarte sin miedo.”

“¿Por qué no puedes?” preguntó Kael, su voz cargada de preocupación. “El amor no debería conocer barreras.”

Elara suspiró, sintiendo el peso de su verdad. “Porque si rompo las leyes de la magia, las consecuencias serán terribles. No solo para mí, sino también para ti.”

Kael tomó su mano. “No me importa. Haré lo que sea necesario para estar contigo.”

Pero Elara sabía que su amor estaba destinado a ser un susurro en la brisa, un sueño que se desvanecería con el primer rayo de sol. Sin embargo, la desesperación por perderlo la llevó a tomar una decisión desesperada. Una noche, con el corazón en la mano, se presentó ante el antiguo altar de la magia, un lugar donde las brujas solían hacer pactos y sacrificios.

“Dame el poder de ser humana, aunque sea solo por una noche,” suplicó, sus ojos brillando con lágrimas. “Te prometo que no me arrepentiré.”

Las sombras danzaron a su alrededor, y una voz profunda resonó en su mente. “El amor tiene un precio, bruja. Estás dispuesta a pagarlo?”

Elara asintió, el corazón golpeando en su pecho. En un instante, sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Su piel brilló con un resplandor dorado, y cuando miró su reflejo en el agua del altar, vio que había tomado forma humana. La magia había hecho su trabajo, pero también había dejado una marca: su alma estaba ahora atada a un destino oscuro.

Cuando se encontró con Kael, él la miró con asombro. “¡Eres hermosa!” exclamó, tomando su mano. “No puedo creer que estés aquí, a mi lado.”

“Solo por esta noche,” murmuró Elara, sintiendo la tristeza en su corazón. “Debemos aprovechar cada instante.”

Bailaron bajo la luz de la luna, el amor llenando el aire a su alrededor. Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, Elara comenzó a sentir un frío profundo en su interior. Las sombras del bosque parecían alargarse, y una voz susurrante la llamaba desde lejos.

“Debo irme,” dijo, con un nudo en la garganta. “La magia tiene un precio, y debo pagarlo.”

Kael la miró, confundido. “¿Por qué? No entiendo. ¿Por qué no puedes quedarte?”

“Porque mi alma está en peligro,” respondió Elara, sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos. “Si no vuelvo a ser lo que soy, lo perderé todo.”

Kael tomó su rostro entre sus manos. “No puedo perderte. Te amo, Elara. No importa lo que pase, siempre estaré contigo.”

Elara cerró los ojos, sintiendo el calor de su amor. Pero en ese momento, una sombra oscura emergió del bosque, una figura aterradora con ojos que brillaban como carbones encendidos. Era el guardián de las leyes mágicas, un ser que había venido a reclamar lo que le pertenecía.

“Has desobedecido las reglas, bruja,” dijo la figura, su voz resonando como un trueno. “Tu amor ha desatado fuerzas que no puedes controlar.”

“¡No! ¡No puedo perderlo!” gritó Elara, pero el guardián se acercó, extendiendo su mano hacia ella.

“Por cada instante que has disfrutado como humana, deberás pagar con un fragmento de tu alma. Y por cada lágrima que derrames, él sufrirá en su lugar.”

Elara sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. “No, no puede ser. No puedo dejar que sufra por mí!” Se volvió hacia Kael, quien la miraba con horror y desesperación.

“¿Qué significa esto?” preguntó él, su voz quebrándose. “¿Qué tienes que hacer?”

“Debo irme,” dijo Elara, las lágrimas cayendo por sus mejillas. “Debo volver a ser lo que era. Es la única forma de salvarte.”

Kael, con el corazón desgarrado, tomó su mano. “No, Elara. No puedes dejarme. Te amo.”

“Y yo a ti, más de lo que puedes imaginar,” respondió ella, su voz un susurro. “Pero este amor tiene un precio que no puedo pagar.”

Las lágrimas de Elara cayeron al suelo, y cada una de ellas resonó como un eco en el aire. El guardián sonrió, y con cada lágrima que tocaba el suelo, la sombra de Kael se desvanecía un poco más, como si su esencia se deslizara entre los dedos de la bruja.

“¡No!” gritó Elara, pero sus lágrimas no podían detener el inevitable destino que se cernía sobre ellos. El guardián levantó su mano, y en un instante, la luz de la luna se oscureció. El bosque se llenó de un silencio aterrador, como si el mismo tiempo se hubiera detenido.

“Ahora, pagarás el precio de tu amor,” dijo el guardián, y con un gesto, hizo que la figura de Kael comenzara a desvanecerse por completo.

“¡Kael!” gritó Elara, sintiendo cómo su alma se desgarraba. “¡No te vayas!”

Pero era demasiado tarde. Las lágrimas de la bruja cayeron al suelo, y con cada una, un pedazo de su amor se desvanecía, llevándose consigo la esencia de Kael. El amor que habían compartido se convirtió en un eco distante, un susurro que se perdía en el viento.

El guardián observó con frialdad. “Tu sacrificio ha sido en vano, bruja. El amor no puede desafiar las leyes de la magia.”

Elara cayó de rodillas, sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos. “No puede ser así. No puede terminar así.” Pero la realidad era ineludible; el precio de su amor había sido demasiado alto.

Cuando la sombra del guardián se desvaneció, Elara se encontró sola en el bosque. La luna brillaba, pero su luz ya no traía consuelo. Había perdido a Kael, y con él, una parte de sí misma.

Las lágrimas de la bruja solitaria se convirtieron en un río de dolor. “¿Qué he hecho?” se preguntó, sintiendo el vacío en su pecho. El amor que había deseado ardía en su memoria, pero la soledad regresó, más fría y oscura que nunca.

En el silencio del bosque, Elara comprendió que algunas leyes no pueden ser quebrantadas sin consecuencias. Y así, con el corazón hecho añicos, se convirtió en lo que siempre había sido: una bruja solitaria, condenada a vagar por la eternidad, llorando por un amor que jamás podría volver.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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