Había algo siniestro en el Hotel de los Desaparecidos, algo que lo distinguía del resto de los hoteles de la ciudad. Los rumores sobre extrañas desapariciones habían circulado durante años, pero nadie podía probar nada. Hasta que un día, el detective Martínez recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre.
Al llegar al hotel, Martínez se encontró con un edificio antiguo y decadente, con espejos rotos en cada habitación. La recepcionista, una mujer de mirada inquietante, le dio la bienvenida y le entregó la lista de huéspedes desaparecidos. Cada nombre estaba acompañado por la fecha en que se habían esfumado sin dejar rastro.
Martínez empezó a investigar, entrevistando a los empleados y revisando las cámaras de seguridad. Pero no encontró ninguna pista que lo llevara a la verdad detrás de las desapariciones. Hasta que una noche, mientras revisaba una habitación vacía, escuchó un susurro que lo heló hasta los huesos.
¿Quién está ahí? preguntó Martínez, con la mano en la empuñadura de su pistola.
Una risa macabra resonó en la habitación, seguida de un golpe seco. Martínez se acercó al espejo roto que colgaba de la pared y vio su reflejo distorsionado, como si algo lo estuviera observando desde el otro lado. Sin pensarlo dos veces, sacó su linterna y comenzó a examinar cada rincón de la habitación en busca de una salida.
De repente, una sombra se movió detrás de él y Martínez sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se dio la vuelta rápidamente, pero no había nadie allí. Esto no puede ser real, pensó, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.
Decidido a resolver el misterio, Martínez regresó a la recepción y pidió revisar los registros de los huéspedes desaparecidos. Descubrió que todos ellos habían estado alojados en habitaciones con espejos rotos, justo antes de desaparecer sin dejar rastro. Intrigado, decidió regresar a una de esas habitaciones y esperar a ver si algo sucedía.
La noche cayó sobre el hotel y Martínez se sentó en una silla, con los ojos fijos en el espejo roto. El silencio era abrumador, solo interrumpido por el zumbido de las luces fluorescentes. De repente, vio una figura borrosa en el reflejo, moviéndose lentamente hacia él.
¡Alto! ¡Identifíquese! gritó Martínez, levantándose de un salto y apuntando con su linterna hacia el espejo.
La figura desapareció en un instante, dejando a Martínez con el corazón en un puño. Sabía que algo oscuro y peligroso se escondía en el hotel, algo que no podía explicar con la lógica. Decidió seguir investigando, sin importar los riesgos.
Días pasaron y Martínez se sumergió en el misterio de los espejos rotos del Hotel de los Desaparecidos. Cada vez que se acercaba a la verdad, parecía escapársele entre los dedos. Hasta que una noche, mientras revisaba las grabaciones de las cámaras de seguridad, vio algo que lo dejó sin aliento.
En la pantalla, se veía a un hombre caminando por el pasillo, con una mirada vacía en los ojos. Se detuvo frente a un espejo roto y comenzó a hablar en voz baja, como si estuviera teniendo una conversación con alguien invisible. De repente, su reflejo en el espejo se movió de forma independiente, como si estuviera tratando de escapar.
Martínez sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras observaba la escena. ¿Qué está pasando aquí?, se preguntó, con la mente llena de dudas y temores. Decidió confrontar a la recepcionista, la única persona que parecía conocer la verdad detrás de las desapariciones.
Señorita, necesito respuestas. ¿Qué está pasando en este hotel? preguntó Martínez, con determinación en su voz.
La recepcionista lo miró con una sonrisa siniestra en los labios y le dijo: Los espejos rotos son portales a otro mundo, un mundo donde los desaparecidos quedan atrapados para siempre. No hay escapatoria para aquellos que cruzan al otro lado.
Martínez sintió un nudo en el estómago al escuchar sus palabras. Sabía que debía actuar rápido si quería salvar a los huéspedes desaparecidos, pero no sabía por dónde empezar. Decidió regresar a la habitación donde había escuchado el susurro y enfrentar su mayor miedo.
Al entrar en la habitación, Martínez se encontró con una escena aterradora. El espejo roto brillaba con una luz sobrenatural, y en su reflejo vio a los huéspedes desaparecidos, atrapados en un mundo de sombras y oscuridad. Uno de ellos, un anciano con ojos vacíos, extendió la mano hacia él y susurró: Ayúdanos, detective. No podemos escapar de este lugar.
Martínez sintió un impulso de valentía y determinación que lo impulsó a actuar. Tomó un martillo que encontró en la habitación y comenzó a golpear el espejo roto con todas sus fuerzas, rompiéndolo en mil pedazos. Un viento frío lo envolvió, y cuando abrió los ojos, se encontró de pie en la recepción del hotel, ileso pero agotado.
La recepcionista lo miraba con una mezcla de sorpresa y temor en los ojos. ¿Qué has hecho, detective? preguntó, con la voz temblorosa.
Martínez la miró fijamente y dijo: He liberado a los huéspedes desaparecidos. Ahora es tu turno de enfrentar las consecuencias de tus actos.
La recepcionista retrocedió, con una expresión de pánico en el rostro. Sabía que su secreto había sido descubierto, y que ya no podía ocultar la verdad detrás de los espejos rotos del Hotel de los Desaparecidos. Martínez la arrestó y llamó a las autoridades, poniendo fin a la pesadilla que había consumido al hotel durante tanto tiempo.
Al final, los huéspedes desaparecidos fueron liberados y el hotel fue cerrado para siempre. Martínez se marchó con la satisfacción de haber resuelto el misterio, pero sabía que las sombras del pasado lo perseguirían por siempre. Los espejos rotos del Hotel de los Desaparecidos guardaban secretos oscuros que nunca serían olvidados.