El viento aullaba en la oscura noche, llevando consigo el eco de antiguas leyendas que susurraban entre las sombras de la ciudad de Kemet. En esta urbe olvidada, donde las pirámides se alzaban como colosos de piedra, un joven llamado Elías se encontraba en la búsqueda de su identidad. Desde pequeño, había sentido una conexión inexplicable con el pasado, como si algo en su sangre lo llamara.
Una noche, mientras exploraba el desván de la casa de su abuelo, encontró un viejo diario cubierto de polvo. Las páginas estaban amarillentas y llenas de garabatos que hablaban de guardianes, momias y secretos ocultos en el tiempo. «Los guardianes de la eternidad,» leyó en voz alta, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué es esto? —murmuró, mientras sus dedos acariciaban la tapa de la momia que adornaba la portada del diario.
Su abuelo, un anciano de mirada profunda y sabia, apareció detrás de él, como un espectro de la memoria. —Ese diario perteneció a nuestros antepasados, Elías. Ellos eran los guardianes de las almas de los que han pasado al más allá.
Elías lo miró con curiosidad. —¿Guardianes? ¿De qué?
—De las momias, de sus secretos y de las fuerzas que las mantienen en el limbo. —El abuelo hizo una pausa, como si las palabras pesaran más que el tiempo mismo—. Pero no es un legado sin consecuencias. Hay quienes buscan desatar el poder de esos seres.
Elías sintió un escalofrío. —¿Qué tipo de poder?
—El poder de la eternidad. —La voz del abuelo temblaba—. Pero no todos los que buscan ese poder tienen buenas intenciones.
La noche se tornó aún más oscura mientras Elías absorbía la revelación. ¿Podría ser realmente un guardián? La idea le daba tanto miedo como emoción. Con cada página que pasaba, el peso de la historia se hacía más presente, y el eco de sus antepasados resonaba en su mente.
Al día siguiente, Elías decidió explorar una de las antiguas tumbas que se encontraban cerca de la ciudad. Había escuchado rumores de que algunos tesoros aún yacían en su interior, y la curiosidad lo impulsaba hacia lo desconocido. Acompañado por su amigo Marco, quien siempre había sido un aventurero, se adentraron en la oscuridad de la tumba.
—Esto es una locura, Elías. —Marco miraba alrededor con nerviosismo—. ¿No deberíamos haber traído una linterna más potente?
—No te preocupes. Solo vamos a echar un vistazo. —Elías intentó sonar seguro, aunque su corazón latía con fuerza.
Mientras avanzaban, el aire se volvía más denso y frío. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones en un idioma antiguo que Elías no podía entender, pero que parecía vibrar con una energía oscura. «Los guardianes de la eternidad,» murmuró para sí mismo, recordando el diario.
De repente, un sonido sordo resonó detrás de ellos. Marco se volvió, sus ojos abiertos de par en par. —¿Escuchaste eso?
—Sí, pero… —Elías no pudo terminar la frase. Una sombra se movió rápidamente por el pasillo oscuro, como un susurro que se deslizaba entre las piedras.
—¡Elías! —gritó Marco, su voz temblando—. ¡Salgamos de aquí!
Pero algo dentro de Elías lo retuvo. La curiosidad lo consumía. —Espera. Tengo que ver qué es.
Mientras Marco intentaba arrastrarlo hacia la salida, Elías se soltó y siguió la sombra. Al girar una esquina, se encontró frente a una cámara iluminada por una tenue luz dorada. En el centro, una momia yacía sobre un altar, rodeada de ofrendas y objetos de valor.
—¡Elías! —gritó Marco desde la entrada—. ¡No te acerques!
Pero Elías no podía apartar la mirada. La momia parecía estar observándolo, como si lo reconociera. «Eres uno de nosotros,» resonó en su mente. Sin pensarlo, dio un paso adelante.
—¿Qué estás haciendo? —Marco estaba pálido, su voz apenas un susurro—. ¡Sal de ahí!
De repente, la momia comenzó a moverse. Sus vendas se deshicieron y su rostro, cubierto de polvo y oscuridad, se reveló. Era un ser de pesadilla, con ojos vacíos que parecían devorar la luz.
—¡Elías! —gritó Marco, retrocediendo—. ¡Corre!
Pero Elías estaba paralizado. «Te he estado esperando,» dijo la momia en un susurro que resonó en su mente. «Eres el último de la línea. Eres el guardián.»
—¿Guardían? —preguntó Elías, sintiendo cómo el terror se apoderaba de él.
—La eternidad es un ciclo, y tú has sido elegido para mantenerlo. Tu sangre te conecta con nosotros. —La momia extendió una mano huesuda hacia él—. Ven, acepta tu destino.
Marco, en un acto de desesperación, empujó a Elías fuera de la cámara. —¡No! ¡No puedes hacerlo! —gritó mientras arrastraba a su amigo hacia la salida.
Pero Elías sintió que una fuerza lo atraía de vuelta. Era como si la momia lo llamara, como si todo su ser estuviera destinado a unirse a ella. La tensión aumentaba, y el aire se tornaba más pesado.
—¡Elías, escúchame! —Marco suplicó—. ¡No puedes dejar que te controle!
Elías dudó. Las palabras de su abuelo resonaban en su mente: «Hay quienes buscan desatar el poder de esos seres.» Pero, ¿y si él mismo era el elegido para controlar ese poder?
En un momento de claridad, se dio cuenta de que la momia no era solo un ser de terror, sino también la clave para descubrir la verdad sobre su familia y su legado. Con un esfuerzo sobrehumano, se liberó del agarre de Marco y se acercó a la momia.
—¿Qué debo hacer? —preguntó, sintiendo que su destino se entrelazaba con el de la criatura.
—Acepta la eternidad. —La voz de la momia era un eco profundo, resonando en su alma—. Acepta tu papel como guardián.
Elías cerró los ojos, sintiendo cómo una ola de energía lo envolvía. Era un poder antiguo, pero también aterrador. La momia comenzó a desvanecerse, y Elías sintió cómo su esencia se fusionaba con la suya.
—¡Elías! —gritó Marco, desesperado—. ¡No lo hagas!
Pero era demasiado tarde. Elías había tomado su decisión. En ese instante, comprendió que el legado de los guardianes no era solo proteger, sino también ser parte de un ciclo eterno de terror y oscuridad.
Cuando la luz desapareció, Marco se encontró solo en la cámara. Gritó el nombre de su amigo, pero solo el eco le respondió. La momia había desaparecido, y Elías había sido absorbido en un mundo del que nunca podría regresar.
Los guardianes de la eternidad existían, pero a un precio. La eternidad no era la salvación, sino una condena. Y en su búsqueda de poder, Elías había sellado su destino, convirtiéndose en parte de un horror que jamás podría escapar.
Mientras Marco se alejaba, sintió que el aire se volvía más denso, como si la sombra de su amigo lo siguiera. Nunca volvería a ser el mismo, sabía que había perdido a Elías, pero también a algo más: la esperanza.