Ricitos de Oro

Era una mañana soleada en el bosque, y una niña llamada Ricitos de Oro paseaba alegremente. Tenía el cabello dorado como el sol y una curiosidad infinita. Mientras exploraba, encontró una pequeña casa entre los árboles.

“¡Qué casa tan bonita!” exclamó Ricitos de Oro, acercándose. La puerta estaba entreabierta, así que decidió entrar. “Voy a ver qué hay dentro”, pensó emocionada.

Dentro de la casa, todo estaba en calma. En la mesa había tres cuencos de avena humeante. “¡Qué rico huele!” dijo Ricitos de Oro, y sin pensarlo dos veces, probó del primero. “¡Ay, está muy caliente!” gritó. Luego, probó del segundo. “¡Está muy frío!” se quejó. Finalmente, probó del tercero y sonrió. “¡Este está perfecto!” y se lo comió todo.

Luego, decidió explorar un poco más. En la sala había tres sillas. “Voy a sentarme un momento”, pensó. Se subió a la primera silla, pero era demasiado grande. “¡Ay, me siento como un ratón en un castillo!” rió. En la segunda silla, se sintió un poco mejor, pero aún era demasiado dura. Finalmente, se sentó en la tercera silla, que era justo de su tamaño. “¡Esta es la mejor!” dijo, pero de repente, la silla se rompió. “¡Oh, no!” exclamó, mirando los pedazos.

Ricitos de Oro, un poco preocupada, decidió subir al piso de arriba. Allí encontró tres camas. “¡Qué suaves se ven!” pensó. Se acostó en la primera cama, pero era demasiado dura. “¡Ay, esto no es cómodo!” se quejó. En la segunda cama, se hundió tanto que pensó que nunca podría levantarse. “¡Ayuda!” gritó entre risas. Finalmente, se tumbó en la tercera cama y cerró los ojos. “¡Qué bien se siente! Solo un momento de descanso”, murmuró.

Mientras tanto, los tres osos que vivían en la casa regresaron. El papá oso, la mamá osa y el pequeño osito estaban hambrientos y felices de volver a casa. Pero al entrar, el papá oso frunció el ceño. “¿Quién ha probado mi avena?” preguntó con voz profunda.

“Y ¿quién ha estado sentado en mis sillas?” añadió la mamá osa, mirando los pedazos rotos.

“¡Y quién ha estado durmiendo en mi cama!” gritó el pequeño osito, mirando hacia arriba con ojos asombrados.

Ricitos de Oro se despertó de repente al escuchar sus voces. “¡Oh, no! ¿Qué voy a hacer?” pensó, asustada. Se asomó por la barandilla y vio a los tres osos mirándola con sorpresa.

“Hola, ositos”, dijo Ricitos de Oro, tratando de sonar amigable. “No quería causar problemas. Solo tenía curiosidad”.

“¡Curiosidad!” rugió el papá oso. “¡No se entra en casa de otros sin permiso!”

“Lo siento mucho”, dijo Ricitos de Oro, sintiéndose mal. “No volveré a hacerlo”.

La mamá osa, con una sonrisa, le dijo: “Está bien, Ricitos de Oro. Todos cometemos errores. Pero la próxima vez, ¡llama a la puerta primero!”

El pequeño osito, que era muy amable, añadió: “¿Quieres quedarte a comer con nosotros? Podemos hacer avena juntos”.

Ricitos de Oro sonrió, aliviada. “¡Me encantaría! Y prometo que seré más cuidadosa”.

Y así, Ricitos de Oro se quedó a comer con los tres osos, aprendiendo que la curiosidad es buena, pero siempre es mejor pedir permiso. Desde ese día, se hicieron grandes amigos y Ricitos de Oro nunca olvidó la lección que aprendió en la casa de los osos.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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