Había una vez en un pequeño pueblo llamado Risitas, un grupo de niños muy curiosos. Sus nombres eran Ana, Luis y Mateo. Un día, mientras jugaban en el parque, escucharon un rumor sobre un monstruo que vivía en el bosque cercano. Decían que era el Monstruo de las Cosquillas y que hacía reír a todos los que se encontraban con él.
—¿Será verdad? —preguntó Ana, con los ojos muy abiertos.
—¡Vamos a descubrirlo! —dijo Luis, siempre listo para una aventura.
Mateo, aunque un poco asustado, asintió con la cabeza. Así que los tres amigos decidieron ir al bosque después de la escuela. Caminaron y caminaron, y cuanto más se adentraban en el bosque, más ruidos extraños escuchaban.
—¿Escucharon eso? —susurró Mateo.
—Sí, parece… ¡risa! —respondió Ana, tratando de no reírse ella misma.
Siguieron el sonido de las risas hasta llegar a un claro en el bosque. Allí, escondido detrás de un gran árbol, vieron una sombra que se movía rápidamente. De repente, la sombra saltó y los niños cayeron al suelo, riendo sin poder parar.
—¡Ja, ja, ja! ¡Para, por favor! —gritó Luis entre carcajadas.
El monstruo, que no era más grande que un oso de peluche, se detuvo y miró a los niños con una sonrisa traviesa. Tenía ojos brillantes y una piel suave y colorida, como un arcoíris.
—¡Hola! Soy el Monstruo de las Cosquillas —dijo con una voz dulce—. ¿Quiénes son ustedes?
—Yo soy Ana, y ellos son Luis y Mateo —dijo Ana, aún riendo un poco—. ¿Por qué nos hiciste cosquillas?
—Es que me encanta ver a la gente reír —respondió el monstruo—. Pero no tengo muchos amigos con quien jugar.
Los niños se miraron entre ellos y luego a la criatura. No parecía peligroso en absoluto.
—¿Quieres ser nuestro amigo? —preguntó Mateo, tomando coraje.
—¡Claro que sí! —exclamó el monstruo, saltando de alegría—. ¡Podemos jugar juntos todos los días!
Y así fue como el Monstruo de las Cosquillas se unió al grupo de amigos. Todos los días, después de la escuela, iban al bosque a jugar. El monstruo les enseñaba juegos nuevos y siempre encontraba la manera de hacerlos reír.
Un día, Ana tuvo una idea.
—¿Qué tal si llevamos al monstruo al parque para que conozca a más niños? —sugirió.
—¡Sí! —dijeron Luis y Mateo al unísono.
Al principio, el monstruo estaba un poco nervioso, pero los niños lo animaron. Cuando llegaron al parque, los otros niños se sorprendieron al ver al colorido monstruo.
—¡No tengan miedo! —dijo Luis—. ¡Es nuestro amigo y solo quiere jugar!
Los niños del parque se acercaron lentamente y, en poco tiempo, todos estaban riendo y jugando juntos. El Monstruo de las Cosquillas se convirtió en el favorito de todos.
—¡Eres el mejor monstruo del mundo! —dijo una niña llamada Sofía, abrazando al monstruo.
—Gracias, amigos —dijo el monstruo, con lágrimas de felicidad en sus ojos—. Nunca me había sentido tan feliz.
Y así, el Monstruo de las Cosquillas encontró no solo amigos, sino una gran familia en el pequeño pueblo de Risitas. Desde ese día, el parque siempre estaba lleno de risas y alegría, y el secreto del monstruo dejó de ser un misterio. Todos sabían que, a veces, los monstruos solo necesitan un poco de amistad y diversión para ser felices.