Era una noche estrellada y suave, cuando un pequeño niño llamado Leo miraba por la ventana de su habitación. Las estrellas brillaban como diamantes, y la luna sonreía con su luz plateada. Leo siempre soñaba con aventuras, y esa noche, su corazón latía con fuerza.
De repente, sintió un suave susurro en el aire. “¡Leo!” llamó una voz melodiosa. Leo se asomó por la ventana y vio algo increíble: un castillo flotante entre las nubes. Las torres del castillo eran de un blanco resplandeciente y estaban adornadas con banderas de colores.
“¿Qué es eso?” se preguntó Leo, con los ojos muy abiertos. Sin pensarlo dos veces, decidió que tenía que averiguarlo. Se puso su pijama de estrellas y, con un salto, salió por la ventana. Para su sorpresa, no cayó. En cambio, comenzó a flotar hacia el castillo.
Cuando llegó, fue recibido por unos pequeños seres alados, con grandes ojos brillantes y sonrisas que iluminaban el cielo. “¡Bienvenido, Leo!” dijeron al unísono. “Somos los Nublitos, y vivimos en el Castillo de las Nubes. ¡Ven, te mostraremos todo!”
Leo sonrió, sintiéndose como un verdadero aventurero. “¿Puedo volar como ustedes?” preguntó emocionado.
“¡Por supuesto!” respondió una Nublita llamada Lila, que tenía alas de color rosa. “Solo necesitas creer en ti mismo. Ven, te enseñaremos.”
Lila tomó la mano de Leo y juntos saltaron. De repente, Leo sintió una corriente de aire fresco que lo levantaba. “¡Mira, estoy volando!” gritó, mientras giraba y danzaba entre las nubes.
“Eso es, Leo. Solo relájate y deja que el viento te guíe,” dijo un Nublito llamado Tico, que tenía alas azules como el cielo. “No tengas miedo, aquí estás a salvo.”
Leo se sintió ligero y feliz. El miedo se desvaneció y comenzó a volar más alto. “¡Soy un pájaro! ¡Soy un pájaro!” cantaba mientras disfrutaba de la vista mágica desde las nubes.
Después de un rato, los Nublitos llevaron a Leo a una gran sala dentro del castillo. Había un enorme banquete con pasteles de nube, jugos de arcoíris y galletas de estrellas. “¡Esto es delicioso!” exclamó Leo mientras probaba un pastel esponjoso.
“Nos alegra que te guste. Es nuestra comida especial,” dijo Lila. “Pero hay algo más que queremos enseñarte.”
“¿Qué es?” preguntó Leo, curioso.
“Vamos a jugar a un juego de vuelo,” respondió Tico. “Cada uno de nosotros volará de una manera diferente, y tú tendrás que imitarlo.”
“¡Sí! ¡Quiero jugar!” gritó Leo entusiasmado.
Los Nublitos comenzaron a volar en círculos, haciendo piruetas y saltos. Leo los observó con atención y, poco a poco, comenzó a imitar sus movimientos. Se sentía libre y feliz, riendo y disfrutando de la compañía de sus nuevos amigos.
Después de mucho jugar, el cielo comenzó a oscurecerse. “Oh, no quiero irme,” dijo Leo, sintiéndose un poco triste.
“Siempre serás bienvenido aquí, Leo,” dijo Lila. “Recuerda que siempre puedes volver si crees en ti mismo.”
“¿Prometéis que volveré a volar con ustedes?” preguntó Leo con una sonrisa.
“¡Prometido!” respondieron los Nublitos al unísono.
Con un último abrazo, Leo se despidió de sus amigos alados. Se sintió ligero mientras flotaba de regreso a su ventana. Cuando llegó a su habitación, se metió en la cama, con el corazón lleno de alegría.
Mientras cerraba los ojos, recordó cada risa, cada vuelo y cada pastel de nube. “Mañana volveré,” susurró Leo, sonriendo mientras se sumía en un sueño profundo y dulce, rodeado de estrellas y nubes.