La puerta de la bodega solo se abre en Halloween

La familia Gómez había encontrado la casa perfecta. Una antigua mansión victoriana, llena de encanto y un aire de misterio. Sin embargo, había un rincón que les intrigaba más que el resto: una puerta en el sótano, robusta y cubierta de polvo, que parecía susurrar secretos. «Solo se abre en Halloween», decía una nota amarillenta que encontraron pegada en el marco.

La primera noche de Halloween, mientras la lluvia golpeaba las ventanas, los niños, Lucas y Sofía, estaban ansiosos. «¿Qué crees que hay detrás de esa puerta, papá?», preguntó Lucas, con sus ojos brillando de curiosidad.

«No lo sé, hijo, pero no deberíamos abrirla», respondió su padre, Javier, con un tono de advertencia. Su madre, Elena, asintió, pero su mirada se desvió hacia el oscuro pasillo que conducía al sótano. Había algo en esa puerta que la atraía, como si la casa misma la estuviera llamando.

A medida que la noche avanzaba, el ambiente se volvía más tenso. Los niños, disfrazados de monstruos, recorrían la casa en busca de dulces. Pero cada vez que pasaban junto a la puerta, una sensación de frío les erizaba la piel. «Solo un vistazo», sugirió Sofía, con un brillo travieso en sus ojos. «¿Qué tal si solo la abrimos un poco?»

Javier frunció el ceño. «No, es peligroso. No sabemos qué hay ahí». Pero la curiosidad de los niños era imparable. Con un susurro, Sofía dijo: «¿Y si hay un tesoro?».

Finalmente, la tentación pudo más que el sentido común. «Está bien», dijo Javier, resignado. «Pero solo un vistazo rápido». Con un crujido, la puerta se abrió, revelando un oscuro pasillo que parecía extenderse infinitamente. Una brisa helada salió de la abertura, llevando consigo un murmullo que sonaba como risas distantes.

«¡Mira!», exclamó Lucas, señalando hacia el interior. «¡Es como un túnel!». Sofía, temblando de emoción y miedo, dio un paso adelante. «Vamos, no seamos gallinas».

«Espera», dijo Elena, pero ya era demasiado tarde. Los niños habían cruzado el umbral. Javier y Elena se miraron, compartiendo una preocupación silenciosa. La puerta se cerró de golpe tras ellos.

El pasillo estaba iluminado por una tenue luz que parecía provenir de las paredes mismas. A medida que avanzaban, las risas se hacían más claras, envolviéndolos en un abrazo de inquietud. «¿Alguien más escucha eso?», preguntó Lucas, su voz temblando.

«Sí, pero no es de este mundo», respondió Sofía, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. De repente, un grupo de figuras apareció ante ellos. Eran seres extraños, con rostros distorsionados y sonrisas que desbordaban malicia. «Bienvenidos», dijeron al unísono, sus voces resonando como ecos en la oscuridad.

«¿Quiénes son ustedes?», preguntó Lucas, su voz apenas un susurro.

«Somos los que viven en la noche de Halloween», respondió uno de ellos, un ser con ojos brillantes y garras afiladas. «Y hemos estado esperando por ustedes».

«¿Esperando por nosotros?», murmuró Sofía, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

«Sí», dijo el ser, acercándose. «Hay un lugar para ustedes aquí. Un lugar donde nunca crecerán, donde siempre será Halloween».

Los niños intercambiaron miradas, confundidos. «No queremos quedarnos», dijo Lucas, retrocediendo. «Solo queríamos ver qué había detrás de la puerta».

«Eso es lo que todos dicen», dijo otro ser, riendo. «Pero una vez que cruzas, ya no hay vuelta atrás».

En ese momento, la puerta del túnel se cerró tras ellos, y el pasillo se iluminó con una luz tenue y parpadeante. «¡Déjennos salir!», gritó Sofía, pero sus voces se perdieron en el eco de las risas.

«¿Qué pasará con nuestros padres?», preguntó Lucas, aterrorizado.

«Ellos no podrán encontrarlos aquí», dijo el ser de ojos brillantes. «La noche de Halloween es nuestra. Ustedes son nuestros ahora».

Mientras los seres se acercaban, la familia Gómez se dio cuenta de que no solo estaban atrapados en un lugar desconocido, sino que también estaban siendo observados con una mezcla de curiosidad y hambre. Las risas se convirtieron en gritos, y el pánico se apoderó de ellos.

«¡No, por favor!», suplicó Sofía, mientras los seres comenzaban a rodearlos. «¡No queremos quedarnos aquí!».

Pero sus súplicas fueron en vano. La oscuridad se tragó sus voces, y un silencio abrumador se apoderó del pasillo.

Cuando finalmente la puerta se abrió de nuevo, la casa de los Gómez estaba en calma. La lluvia seguía cayendo, y el viento aullaba a través de las grietas de la mansión. Sin embargo, en el sótano, la puerta permanecía entreabierta, dejando escapar un tenue resplandor.

Los vecinos, al escuchar los gritos, se acercaron a la casa, pero solo encontraron un hogar vacío. Nadie sabía que la familia Gómez nunca volvería a salir. La puerta de la bodega, cerrada de nuevo, aguardaba a su próxima víctima, mientras el eco de las risas resonaba en la noche de Halloween.

5/5 - (1 voto)
Foto del avatar
Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *