Había una vez, en un hermoso prado lleno de flores de colores brillantes, un grupo de caracoles que vivían felices y contentos. Estos caracoles eran muy especiales porque, además de su casa en la espalda, tenían un gran sueño: ¡crear un jardín mágico donde todos pudieran pedir deseos!
Un día, mientras se deslizaban lentamente sobre una hoja verde, el caracol más pequeño, llamado Coco, dijo: “¡Imaginemos un jardín donde nuestros amigos puedan pedir lo que más desean!”
Los demás caracoles, Luna, Rico y Mimi, se miraron emocionados. “¡Eso suena increíble!” exclamó Luna, que siempre tenía grandes ideas. “Podríamos plantar flores que brillen y hacer caminos de piedras de colores”.
“Y podemos poner un gran cartel que diga ‘Jardín de los Deseos’”, agregó Rico, moviendo su antena con entusiasmo. “Así todos sabrán que aquí pueden pedir lo que deseen”.
Mimi, que era un poco más tímida, sonrió y dijo: “Pero, ¿cómo haremos para que los deseos se hagan realidad?”
Coco pensó un momento y respondió: “Creo que lo más importante es que todos soñemos juntos. Si trabajamos en equipo, ¡podremos hacer algo mágico!”
Decididos a crear su jardín, los caracoles comenzaron a buscar semillas y flores. Reunieron pétalos de las flores más bellas, recogieron pequeñas piedras de colores y hasta encontraron un trozo de tela brillante que usarían para el cartel.
Mientras trabajaban, Coco dijo: “¿Qué tal si cada uno de nosotros comparte un deseo? Así, cuando el jardín esté listo, podremos pedirlo juntos”.
“¡Me encanta la idea!” gritó Luna. “Yo deseo poder volar como una mariposa”.
“Yo deseo tener un gran banquete de hojas frescas”, dijo Rico, lamiéndose los labios.
Mimi, un poco nerviosa, finalmente se animó y dijo: “Yo deseo tener más amigos para jugar”.
Coco sonrió. “Y yo deseo que todos nuestros deseos se hagan realidad. ¡Vamos a trabajar!”
Los caracoles se pusieron manos a la obra. Plantaron las semillas con mucho cuidado y regaron las flores con gotitas de rocío. Con cada día que pasaba, el jardín se iba llenando de colores y fragancias. Pronto, el jardín de los deseos se convirtió en un lugar mágico, lleno de flores brillantes y caminos de piedras que relucían al sol.
Finalmente, llegó el día de la inauguración. Los caracoles estaban emocionados y nerviosos. “¿Estás listo, Coco?” preguntó Luna.
“¡Listísimo!” respondió Coco con una gran sonrisa. “¡Es hora de hacer nuestros deseos!”
Los caracoles se reunieron en el centro del jardín, donde habían colocado un hermoso cartel que decía “Jardín de los Deseos”. Coco tomó la delantera y dijo: “Queridos amigos, aquí estamos para pedir nuestros deseos. ¡Que empiece la magia!”
Luna levantó su antena y dijo: “Yo deseo poder volar como una mariposa”. Cerró los ojos y, de repente, una suave brisa comenzó a soplar, haciendo que las flores danzaran.
Rico, emocionado, gritó: “Yo deseo un banquete de hojas frescas”. En ese momento, un grupo de hojas verdes y crujientes apareció ante ellos, como por arte de magia.
Mimi, un poco más tímida, cerró los ojos y dijo: “Deseo tener más amigos para jugar”. Y justo en ese instante, un pequeño grupo de caracoles llegó al jardín, atraídos por las flores brillantes y el aroma fresco.
“¡Hola! ¿Podemos quedarnos a jugar?” preguntó uno de los nuevos caracoles.
“¡Sí! ¡Bienvenidos!” respondieron todos al unísono.
Coco, feliz, dijo: “Vieron, Mimi, tu deseo se ha hecho realidad. Ahora tenemos más amigos para jugar”.
Los caracoles nuevos se unieron a ellos y comenzaron a explorar el jardín. Jugaron a esconderse entre las flores, hicieron carreras por los caminos de piedras y compartieron historias sobre sus sueños.
Mientras el sol se ponía y el cielo se llenaba de estrellas, los caracoles se reunieron nuevamente en el centro del jardín. “Hoy ha sido un día mágico”, dijo Coco. “Hemos aprendido que soñar juntos es más divertido”.
“Sí, y nuestros deseos se han hecho realidad porque trabajamos en equipo”, agregó Luna, sonriendo.
“Me encanta nuestro jardín de los deseos”, dijo Mimi, mirando a sus nuevos amigos. “Gracias por ayudarme a encontrar más amigos”.
“Y gracias a todos por hacer de este jardín un lugar tan especial”, finalizó Rico.
Desde ese día, el jardín de los deseos se convirtió en un lugar donde no solo se pedían deseos, sino también donde se compartían risas, juegos y amistad. Los caracoles aprendieron que lo más bonito de tener un sueño es compartirlo con los demás.
Y así, en el prado lleno de flores, cada día era una nueva aventura, y cada deseo se transformaba en una hermosa realidad, porque en el jardín de los deseos, la magia de la amistad siempre estaba presente.