El Conjuro de la Luna Sangrienta

El viento aullaba en el bosque como si las almas de los condenados estuvieran atrapadas entre los árboles. La luna, teñida de un rojo profundo, se alzaba en el cielo, iluminando el claro donde se había reunido un pequeño grupo de personas. Entre ellos, una figura destacaba: una mujer de cabellos oscuros y ojos como brasas, que se hacía llamar Selene. Los murmullos de los presentes se mezclaban con el crujir de las hojas secas bajo sus pies.

Selene se erguía en el centro del círculo, su voz resonando con una autoridad que hacía temblar a los más escépticos. “Esta noche, bajo la luna de sangre, desataré un poder que cambiará el curso de nuestras vidas. Aquellos que se atrevan a seguirme, serán recompensados. Quienes se atrevan a dudar, sufrirán las consecuencias.”

Uno de los hombres, un aldeano llamado Edgar, se adelantó. “¿Qué tipo de poder, Selene? ¿No es suficiente el miedo que ya nos trae esta luna? ¿Por qué arriesgarnos aún más?”

Selene lo miró con desdén. “¿Temes a la oscuridad, Edgar? La oscuridad es solo un velo que oculta la verdad. Esta noche, la verdad será revelada.”

Los demás intercambiaron miradas nerviosas, pero la curiosidad y la desesperación por cambiar su destino los mantenían allí. La aldea había sido golpeada por malas cosechas y enfermedades; muchos creían que Selene tenía la respuesta, aunque pocos se atrevían a admitirlo.

Con un gesto dramático, Selene extendió sus brazos hacia el cielo. “¡Oh, fuerzas del más allá! ¡Escuchen mi llamado! ¡Despierten de su letargo y vengan a mí!” La luna parecía brillar aún más intensamente, como si respondiera a su invocación.

Las sombras en el bosque comenzaron a moverse, danzando al ritmo de un viento que no existía. Un murmullo bajo, casi imperceptible, resonó entre los árboles. “¿Lo escuchan?” preguntó una mujer con voz temblorosa. “Es como si el bosque estuviera vivo.”

“Es solo el miedo hablando,” respondió Selene, sin apartar la vista del cielo. “Esta noche, la luna nos otorgará lo que deseamos, pero debemos ofrecerle algo a cambio. Un sacrificio.”

“¿Un sacrificio?” repitió Edgar, su voz un susurro. “¿Qué tipo de sacrificio?”

La bruja se volvió hacia él, su mirada penetrante. “La vida de un inocente. Solo así podremos obtener el poder que buscamos.”

Un silencio pesado se apoderó del claro. Nadie se atrevía a hablar. La idea de sacrificar a alguien, incluso a un extraño, era demasiado. Pero la desesperación era palpable. Las cosechas, la enfermedad, la muerte; todos sentían el peso de la tragedia sobre sus hombros.

“¿Y si no lo hacemos?” preguntó una joven llamada Lila, su voz quebrada. “¿Qué pasará si no seguimos su conjuro?”

Selene sonrió, pero no era una sonrisa amable. “La luna no espera a nadie. Si no hacemos el sacrificio, la oscuridad se desatará sobre nosotros. La luna de sangre traerá consigo un destino peor que la muerte.”

Edgar sintió un escalofrío recorrer su espalda. La bruja estaba hablando en serio. El miedo se apoderó de él, y aunque sabía que no debía, comenzó a mirar a su alrededor, buscando un posible candidato.

“¿Quién se atreve a ofrecerse?” preguntó Selene, su voz suave, casi seductora. “¿Quién está dispuesto a ser el héroe de esta historia? Atraeremos el poder a nuestra aldea, y seremos recordados por siempre.”

La tensión creció, y en medio de los murmullos, un anciano se adelantó. Su rostro estaba surcado por arrugas, pero sus ojos brillaban con una determinación inquebrantable. “Yo me ofreceré,” dijo con firmeza. “He vivido lo suficiente. Si mi vida puede salvar a los demás, entonces que así sea.”

“No, no, no,” interrumpió Lila, acercándose al anciano. “No puedes hacerlo. Hay otras formas. No podemos permitir que esto suceda.”

“¿Y qué propones, niña?” preguntó Selene, su tono burlón. “¿Seguir sufriendo hasta que la muerte nos alcance uno a uno? Este anciano tiene más valor que todos ustedes juntos.”

El anciano asintió, mirando a la joven con tristeza. “He visto a muchos caer. No quiero que ustedes sufran más. Mi tiempo ha llegado.”

Selene sonrió, satisfecha. “Así sea. Esta noche, ofreceremos su vida a la luna.”

Mientras el anciano se colocaba en el centro del círculo, la atmósfera cambió. Un aire de anticipación y terror llenó el claro. Selene levantó sus manos, y la luna pareció latir con un pulso propio.

“Por las fuerzas de la oscuridad, por el poder de la luna, te ofrezco a ti, anciano, como tributo. Que tu sacrificio nos conceda el poder que buscamos.”

Las sombras comenzaron a moverse de nuevo, pero esta vez con más fuerza. Un viento helado sopló, y la luna sangrienta brilló intensamente. Los murmullos se volvieron gritos, y el anciano cerró los ojos, aceptando su destino.

“¡No!” gritó Lila, pero fue demasiado tarde. Selene pronunció las últimas palabras del conjuro, y una luz oscura emergió del suelo, envolviendo al anciano. Un grito desgarrador resonó mientras la vida se escapaba de su cuerpo, y el aire se volvió denso, casi irrespirable.

Cuando la luz se desvaneció, el anciano yacía en el suelo, inerte. La luna continuaba brillando, pero algo había cambiado. Las sombras se agitaron, y un silencio ominoso se apoderó del claro.

“¿Lo ven?” dijo Selene, con una sonrisa de triunfo. “El poder es nuestro.”

Pero en lugar de sentirse aliviados, los aldeanos comenzaron a sentir un profundo malestar. Un escalofrío recorrió sus cuerpos, y las sombras parecían acercarse, como si tuvieran vida propia.

“¿Qué está pasando?” preguntó Edgar, su voz temblando. “Esto no es lo que esperábamos.”

Selene, aún en trance con el poder que había desatado, no escuchó. “¡La luna nos ha bendecido! ¡Ahora somos invencibles!”

Pero las sombras comenzaron a tomar forma, y de ellas emergieron figuras grotescas, con ojos vacíos y sonrisas perturbadoras. Eran seres de otro mundo, atraídos por el sacrificio de la vida del anciano.

“No, esto no es parte del trato,” gritó Selene, pero su voz se perdió entre los gritos de terror de los aldeanos.

“¡Corre!” ordenó Edgar, y todos comenzaron a huir, pero las sombras los seguían, arrastrándose como serpientes voraces. Lila se detuvo, mirando a Selene con odio. “¡Eres una maldita bruja! ¡Nos has condenado a todos!”

Selene, ahora aterrorizada, retrocedió. “¡No! ¡Esto no puede estar pasando!”

Las criaturas se abalanzaron sobre ella, y su grito se ahogó en el aire. Uno a uno, los aldeanos fueron atrapados por las sombras, sus cuerpos desapareciendo en un mar de oscuridad.

Edgar y Lila lograron escapar al borde del bosque, pero al mirar atrás, vieron cómo el claro se llenaba de caos. “No podemos quedarnos aquí,” dijo Lila, con lágrimas en los ojos. “Debemos advertir a los demás.”

Pero a medida que corrían, la luna sangrienta parecía reírse de ellos. Las sombras se extendían más allá del claro, y pronto el bosque entero se vio invadido por la oscuridad. El sacrificio del anciano había abierto un portal, y ahora las criaturas de la noche caminaban entre los vivos.

“¡No hay tiempo!” gritó Edgar, sintiendo cómo la desesperación lo consumía. “¡Debemos encontrar un lugar seguro!”

Pero la luna seguía brillando, y el eco de las risas sombrías resonaba en sus oídos. La vida en la aldea nunca volvería a ser la misma. La oscuridad había llegado para quedarse, y el sacrificio había sido solo el comienzo.

Mientras corrían, Lila miró a Edgar. “¿Y si no hay un lugar seguro? ¿Y si estamos condenados?”

Edgar se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. “Entonces debemos enfrentar lo que hemos desatado. No podemos dejar que esto termine así.”

Pero las sombras se acercaban, y la luna, con su luz roja, parecía un faro de desesperación. Con cada paso que daban, la oscuridad se hacía más densa, y el terror se apoderaba de sus corazones.

“No podemos rendirnos,” dijo Edgar, aunque su voz temblaba. “Debemos luchar.”

Pero en el fondo, ambos sabían que la lucha era fútil. La luna sangrienta había desatado fuerzas que no podían controlar, y el sacrificio del anciano había sellado su destino.

Mientras las sombras los envolvían, la risa de Selene resonaba en sus mentes. Habían sido advertidos, pero el deseo de poder había cegado su juicio.

Y así, en la noche de la luna de sangre, la aldea fue tragada por la oscuridad, y el eco de los gritos se perdió en el viento, dejando solo un silencio inquietante en el bosque, donde la luna seguía brillando, indiferente a la tragedia que había causado.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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