Era una tarde de verano cuando Carla, Lucas y Sofía decidieron explorar el bosque que se extendía detrás de sus casas. La curiosidad siempre había sido su motor, y aquel día, un rumor sobre unas extrañas piedras flotantes que habían aparecido en el claro del bosque les había llamado la atención.
—¿Estás segura de que no es solo un mito? —preguntó Lucas, mientras se ajustaba la mochila sobre el hombro.
—¡Claro que no! —respondió Carla, con una sonrisa desafiante—. He visto fotos en línea. ¡Vamos a comprobarlo!
Sofía, que siempre había sido la más escéptica del grupo, suspiró. —Está bien, pero si no encontramos nada, tú pagarás las pizzas esta noche.
Los tres amigos se adentraron en el bosque, donde el sol apenas lograba atravesar la densa capa de hojas. El canto de los pájaros y el crujido de las ramas bajo sus pies eran los únicos sonidos que rompían el silencio. Después de unos minutos de caminata, llegaron a un claro iluminado por la luz del sol, donde, efectivamente, flotaban varias piedras en el aire, suspendidas a unos centímetros del suelo.
—¡Increíble! —exclamó Carla, acercándose a una de las piedras. Era de un color grisáceo y tenía un brillo peculiar.
—¿Cómo es posible que floten? —preguntó Lucas, mirando a su alrededor con asombro.
Sofía se mantuvo a cierta distancia, observando con desconfianza. —Esto no puede ser real. Debe haber un hilo o algo que las sostiene.
Carla se agachó y extendió la mano hacia una de las piedras. Al tocarla, una sensación eléctrica recorrió su cuerpo. —¡Es real! —gritó—. ¡Mira!
Lucas se acercó y tocó otra piedra. En ese instante, un suave zumbido llenó el aire, y las piedras comenzaron a vibrar. De repente, una luz intensa emergió del centro del claro, formando un portal que parecía devorar la realidad a su alrededor.
—¿Qué es eso? —preguntó Sofía, retrocediendo un paso.
—No lo sé, pero debemos averiguarlo —dijo Carla, su mirada fija en el portal.
—¿Estás loca? ¡Podría ser peligroso! —protestó Sofía.
—Pero, ¿y si es una oportunidad única? —replicó Lucas, entusiasmado—. ¡Podríamos descubrir algo increíble!
Después de un breve debate, la curiosidad ganó. Con un profundo suspiro, Sofía se unió a sus amigos, y juntos se acercaron al portal. La luz era tan brillante que tuvieron que cerrar los ojos. Cuando los abrieron, se encontraron en un lugar completamente diferente.
Era un mundo vibrante, lleno de colores que nunca habían visto. Los árboles eran de un azul profundo y las flores parecían brillar como estrellas. En el aire flotaban pequeñas criaturas luminosas que emitían un suave zumbido.
—Esto es… asombroso —dijo Lucas, con la boca abierta.
—¿Dónde estamos? —preguntó Sofía, sintiendo una mezcla de miedo y emoción.
Carla miró a su alrededor, tratando de asimilar la belleza del lugar. —No lo sé, pero debemos explorar.
Mientras caminaban, se dieron cuenta de que el suelo estaba cubierto de piedras flotantes, igual que en el claro del bosque. Sin embargo, aquí eran más grandes y parecían estar conectadas por un hilo de luz que serpenteaba entre ellas.
—¿Qué crees que son? —preguntó Sofía, tocando una de las piedras más grandes.
—Quizás son un tipo de energía —sugirió Lucas—. Tal vez están aquí para guiarnos.
De repente, un sonido resonó a su alrededor, como un eco lejano. Las criaturas luminosas comenzaron a acercarse, formando un círculo a su alrededor. Una de ellas, más grande que las demás, se posó frente a ellos y habló con una voz suave.
—Bienvenidos, viajeros. Ustedes han llegado al Reino de las Piedras Flotantes.
Los tres amigos se miraron, atónitos.
—¿Reino de las Piedras Flotantes? —preguntó Carla, tratando de asimilar la información.
—Sí —respondió la criatura—. Este es un lugar donde la energía de la naturaleza se manifiesta en formas que ustedes no pueden comprender. Las piedras flotantes son guardianes de este reino.
—¿Guardianes? —repitió Lucas, intrigado.
—Exactamente —dijo la criatura—. Ustedes han sido elegidos para ayudar a restaurar el equilibrio de nuestro mundo. Hace mucho tiempo, un oscuro ser robó la esencia de las piedras, debilitando nuestra conexión con su mundo.
—¿Y qué podemos hacer nosotros? —preguntó Sofía, sintiendo que el peso de la responsabilidad caía sobre ellos.
—Ustedes deben encontrar la Esencia de la Luz, que se encuentra en la montaña más alta de este reino. Solo así podrán devolver la energía a las piedras y restaurar el equilibrio.
Los amigos se miraron, sintiendo la gravedad de la misión que se les había encomendado.
—¿Y cómo llegamos a esa montaña? —preguntó Carla.
—Sigan el camino de las piedras flotantes —respondió la criatura—. Ellas les guiarán.
Sin pensarlo dos veces, el grupo comenzó su travesía, siguiendo el sendero iluminado por las piedras. A medida que avanzaban, se encontraron con diferentes desafíos: un río de luz que tenían que cruzar, un laberinto de árboles que cambiaban de forma y un campo de flores que les susurraban secretos.
—Esto es más difícil de lo que pensé —dijo Sofía, jadeando mientras trataban de encontrar la salida del laberinto.
—Solo necesitamos concentrarnos —respondió Lucas—. Si trabajamos juntos, podemos superar cualquier obstáculo.
Finalmente, llegaron al pie de la montaña. Era imponente, con picos que parecían tocar el cielo. El aire era fresco y lleno de energía.
—¿Están listos? —preguntó Carla, mirando a sus amigos.
—Listos —respondieron al unísono.
Comenzaron a escalar, enfrentándose a la altura y al viento que soplaba con fuerza. Cada vez que se sentían cansados, las piedras flotantes a su alrededor emitían un suave zumbido, dándoles fuerzas para seguir adelante.
Después de un arduo esfuerzo, llegaron a la cima. Allí, en el centro de un altar de piedras brillantes, encontraron la Esencia de la Luz: una esfera resplandeciente que parecía pulsar con vida.
—¡Lo logramos! —gritó Lucas, lleno de emoción.
—Ahora, ¿qué hacemos con ella? —preguntó Sofía, mirando la esfera con asombro.
—Debemos llevarla de vuelta al claro —dijo Carla—. Es lo que la criatura nos dijo.
Con cuidado, tomaron la esfera y comenzaron su descenso. El camino de regreso fue más fácil, como si las piedras flotantes les estuvieran guiando con más fuerza. Cuando finalmente llegaron al claro, el portal estaba esperando por ellos.
—Rápido, colócala en el centro —indicó Carla, señalando el lugar donde las piedras flotantes estaban más agrupadas.
Al hacerlo, la esfera comenzó a brillar intensamente, y las piedras flotantes vibraron con energía. Un rayo de luz salió de la esfera y se extendió hacia el cielo, iluminando todo el bosque. Las piedras comenzaron a girar y a elevarse, y una melodía armoniosa llenó el aire.
—¡Lo hemos hecho! —gritó Sofía, con lágrimas de felicidad en los ojos.
La criatura apareció nuevamente, sonriendo. —Gracias, valientes viajeros. Han restaurado el equilibrio de nuestro reino.
—¿Y ahora qué pasará? —preguntó Lucas.
—Ustedes siempre llevarán una parte de este lugar en sus corazones. Y si alguna vez necesitan regresar, solo deben buscar las piedras flotantes.
Con eso, el portal comenzó a brillar de nuevo. Sin pensarlo, los amigos se tomaron de las manos y cruzaron juntos, regresando al bosque que conocían.
Al salir, se dieron cuenta de que la tarde había avanzado y el sol comenzaba a ocultarse. Miraron hacia atrás, donde las piedras flotantes aún brillaban tenuemente.
—Esto fue increíble —dijo Carla, sonriendo a sus amigos.
—Sí, pero ¿quién lo creerá? —se rió Sofía.
—Nosotros sabemos la verdad —respondió Lucas, con una chispa de aventura en sus ojos.
Y así, con el corazón lleno de emoción y un secreto compartido, los tres amigos regresaron a casa, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma.