Era una tarde nublada y fría cuando Lucas decidió explorar el viejo sótano de su casa. Su madre siempre le decía que no bajara allí, pero su curiosidad era más fuerte que el miedo. Con una linterna en mano y un ligero temblor en las piernas, comenzó a descender las escaleras de madera crujiente.
Al llegar al fondo, el aire estaba lleno de polvo y un extraño olor a humedad. Lucas iluminó el lugar con su linterna y vio cajas apiladas, herramientas oxidadas y un sinfín de objetos olvidados. Pero, de repente, algo se movió en la esquina. “¿Qué fue eso?” pensó mientras su corazón latía con fuerza.
Se acercó lentamente y, para su sorpresa, encontró a un pequeño dragón. Era del tamaño de un gato y tenía escamas de un brillante color verde esmeralda. Sus ojos, grandes y amarillos, miraban a Lucas con curiosidad.
“¡Hola!” dijo el dragón, con una voz suave y melodiosa. “No tengas miedo, soy Flama.”
Lucas parpadeó, incrédulo. “¿Un dragón? ¿En mi sótano?” preguntó, aún sin poder creer lo que veía.
“Sí,” respondió Flama, moviendo su cola con entusiasmo. “Soy un dragón, pero no soy como los de los cuentos. No respiro fuego ni secuestro princesas. Solo quiero un amigo.”
Lucas sonrió, sintiendo que el miedo se desvanecía. “¿Qué haces aquí?” inquirió.
Flama suspiró. “Vine a este sótano porque me perdí. Estaba buscando un lugar seguro, pero ahora estoy atrapado. No puedo salir porque hay un hechizo sobre la puerta.”
“¿Un hechizo?” Lucas se sorprendió. “¿Cómo puedo ayudarte?”
Flama se acercó un poco más. “Para romper el hechizo, necesitas encontrar tres objetos mágicos que están escondidos en esta casa. Si los traes aquí, podré salir y ser tu amigo para siempre.”
“¡Eso suena emocionante!” exclamó Lucas. “¿Cuáles son esos objetos?”
“Primero, necesitas una pluma de un ave dorada. Se encuentra en el ático. Segundo, necesitas un espejo que refleje la verdad. Está en la habitación de tu hermana. Y por último, un frasco de polvo de estrellas que se guarda en el jardín, bajo el viejo roble.”
Lucas asintió, decidido. “¡Voy a encontrarlos!” Y sin más, salió corriendo del sótano, dejando a Flama esperando con esperanza.
Primero, subió las escaleras hacia el ático. Allí, entre viejas maletas y muebles cubiertos de sábanas, buscó la pluma dorada. Después de unos minutos de búsqueda, ¡la encontró! Un hermoso pájaro dorado había dejado caer una pluma brillante en una esquina. “¡Lo tengo!” gritó Lucas, emocionado.
Luego, se dirigió a la habitación de su hermana. Sabía que ella tenía un espejo antiguo que había pertenecido a su abuela. Entró sigilosamente y encontró el espejo, que reflejaba su rostro con una luz especial. “Esto cuenta como un espejo que refleja la verdad,” pensó mientras lo guardaba con cuidado.
Finalmente, salió al jardín y buscó el viejo roble. Con un poco de esfuerzo, cavó bajo sus raíces y encontró un pequeño frasco lleno de un polvo brillante que parecía estrellas. “¡Lo logré!” exclamó Lucas, con una gran sonrisa.
Regresó al sótano, donde Flama lo esperaba con impaciencia. “¿Lo conseguiste?” preguntó el dragón, sus ojos brillando de emoción.
“Sí, aquí están todos los objetos,” respondió Lucas, mostrando la pluma, el espejo y el frasco.
Flama se acercó y, con un suave toque de su nariz, tocó los objetos uno por uno. “Ahora, repite después de mí,” dijo el dragón. “Con la magia de la amistad y la luz de la verdad, el hechizo se romperá y yo seré libre.”
Lucas repitió las palabras con entusiasmo. En ese instante, una luz brillante llenó el sótano y el aire vibró con energía. De repente, la puerta del sótano se abrió de golpe, dejando entrar un rayo de luz.
“¡Lo hiciste!” gritó Flama, saltando de alegría. “¡Soy libre!”
El dragón revoloteó alrededor de Lucas, llenando el lugar con su risa melodiosa. “Ahora podemos ser amigos de verdad. ¿Quieres volar conmigo?”
Los ojos de Lucas se iluminaron. “¿Puedo volar contigo? ¡Eso sería increíble!”
“¡Claro que sí!” respondió Flama, acercándose para que Lucas se subiera a su espalda. Con un suave batir de alas, el pequeño dragón se elevó en el aire. Lucas sintió el viento en su rostro mientras volaban por encima de su casa y del vecindario.
“¡Mira, estoy volando!” gritó Lucas, riendo de felicidad. “Esto es asombroso, Flama!”
“Siempre quise tener un amigo con quien compartir mis aventuras,” dijo Flama mientras volaban alto, sobre nubes esponjosas y árboles que parecían pequeños desde las alturas. “Ahora, juntos, podemos explorar el mundo.”
Y así, Lucas y Flama se convirtieron en los mejores amigos. Pasaron los días volando y viviendo emocionantes aventuras, descubriendo nuevos lugares y haciendo nuevos amigos.
Nunca más Lucas volvió a tener miedo del sótano, porque sabía que allí había encontrado a su amigo dragón, quien guardaba un gran secreto: la magia de la amistad. “Gracias por liberarme, Lucas,” le decía Flama cada día. “Eres el mejor amigo que un dragón podría desear.”
Y así, el pequeño dragón en el sótano se convirtió en una parte importante de la vida de Lucas, llenando sus días de alegría y aventuras mágicas.