El perro que aprendió a hablar y no paraba de quejarse

En el pintoresco barrio de San Peñascoso del Norte, donde los cerdos vuelan solo los martes y los gatos llevan sombrero, vivía un perro llamado Rufus. Rufus era un perro ordinario, si por ordinario entendemos que tenía una extraña obsesión con las pelotas de tenis y un miedo irracional a las ardillas. Pero todo cambió un día cuando Rufus, sin previo aviso, recibió el don del habla.

Todo comenzó una mañana soleada, cuando Rufus, persiguiendo su cola como de costumbre, tropezó con una piedra mágica. Al instante, sintió un cosquilleo en la garganta y, sin pensarlo, exclamó:

—¡Maldita piedra!

El dueño de Rufus, don Armando, casi se cae de espaldas al escuchar a su perro hablar.

—¿Rufus? ¿Acabas de… hablar?

Rufus, que aún no comprendía bien lo que había sucedido, respondió:

—¡Por supuesto que hablé! ¿Qué esperabas, que cantara ópera?

Don Armando, aún atónito, decidió que lo mejor sería mantener la calma y actuar como si nada extraordinario hubiera sucedido. Pero Rufus tenía otros planes. Se dio cuenta rápidamente del poder que tenía y comenzó a usarlo para expresar todas las quejas que había acumulado en sus años de vida perruna.

—¿Sabes lo que odio? ¡Las croquetas! ¿Por qué siempre croquetas? ¿No puedes variar un poco? Un filetito de vez en cuando no vendría mal. Y otra cosa, ¿por qué siempre tengo que dormir en esa cama tan incómoda? ¡Tú tienes un colchón de espuma viscoelástica!

Los días pasaron y Rufus se convirtió en el crítico más mordaz del vecindario. Los vecinos, al principio encantados con la novedad, pronto comenzaron a evitar a don Armando y su perro parlanchín. Rufus no dejaba títere con cabeza.

—¡Hey, señora Martínez! ¿Cuándo fue la última vez que lavó su coche? ¡Parece una exposición de polvo!

—¡Oye, Juanito! ¿No crees que ya eres demasiado viejo para andar en patineta? ¡Pareces un pingüino borracho!

Las quejas de Rufus no se limitaban solo a los humanos. También tenía mucho que decir sobre sus compañeros animales.

—¡Firulais! ¿Podrías dejar de ladrar a la luna? No eres un lobo, eres un chihuahua. ¡Ridículo!

Una noche, mientras Rufus estaba en medio de una de sus habituales diatribas sobre la falta de calidad en los juguetes para perros, don Armando decidió que ya era suficiente.

—Rufus, tenemos que hablar.

—¡Por fin! Pensé que nunca dirías eso. ¿Vas a cambiar mi dieta?

—No, Rufus. Vamos a buscar una solución para tu… problema de quejas.

Rufus bufó.

—¿Problema? ¡Yo no tengo ningún problema! El problema lo tienen ustedes, los humanos, que no saben hacer las cosas bien.

Don Armando, decidido, llevó a Rufus al Dr. Pacheco, un veterinario que también era un poco mago en sus ratos libres. Después de escuchar las quejas de Rufus durante una hora, el Dr. Pacheco tuvo una idea.

—Creo que sé cómo solucionar esto. Pero necesitaré una poción especial.

—¿Una poción? —preguntó Rufus, escéptico—. ¿Qué clase de veterinario eres tú?

—El mejor tipo —respondió el Dr. Pacheco con una sonrisa enigmática.

Después de una semana de preparación, el Dr. Pacheco tenía lista la poción. Era una mezcla de hierbas exóticas, polvo de estrellas y un toque de paciencia infinita.

—Aquí tienes, don Armando. Dale esto a Rufus y verás el cambio.

Rufus, que había estado observando con curiosidad, exclamó:

—¡No pienso beber eso! ¡Huele a calcetines sucios!

—Es por tu bien, Rufus —dijo don Armando, intentando convencer al perro.

Finalmente, después de mucha persuasión y un poco de queso para disimular el sabor, Rufus bebió la poción. Al principio, no pasó nada. Pero al día siguiente, algo extraordinario sucedió.

Rufus seguía hablando, pero ya no se quejaba. Ahora, en lugar de criticar, daba consejos y hacía cumplidos.

—¡Señora Martínez! Su coche se vería fantástico con un poco de cera. ¡Le daría un brillo increíble!

—¡Juanito! Esa patineta es genial. ¿Has pensado en unirte a un club de skate?

Los vecinos, sorprendidos por el cambio, comenzaron a acercarse nuevamente a don Armando y Rufus. La vida en San Peñascoso del Norte volvió a la normalidad, o al menos, a lo más cercano a la normalidad que podía ser en un barrio donde los cerdos volaban los martes.

Un día, mientras Rufus y don Armando paseaban por el parque, el perro se detuvo y miró a su dueño con una expresión seria.

—Don Armando, he estado pensando…

—¿Sí, Rufus?

—Creo que deberíamos abrir una consultoría.

—¿Una consultoría?

—Sí, podríamos ayudar a la gente con sus problemas. Yo les doy consejos y tú te encargas de los detalles administrativos. ¡Seremos un gran equipo!

Don Armando no pudo evitar reír.

—¿Y qué nombre le pondríamos a nuestra consultoría?

Rufus, con una sonrisa canina, respondió:

—»Consejos Caninos de Rufus y Asociados». ¡Es perfecto!

Y así, don Armando y Rufus abrieron su consultoría. Los vecinos acudían en masa para recibir los sabios consejos del perro parlanchín. La vida en San Peñascoso del Norte nunca volvió a ser la misma, y todos, incluso las ardillas, aprendieron a apreciar el don de la palabra de Rufus.

Pero, como todo buen cuento, este también tenía un giro inesperado. Un día, mientras Rufus estaba dando uno de sus famosos consejos, una ardilla se acercó y, para sorpresa de todos, comenzó a hablar.

—¡Rufus! ¿Por qué siempre nos has tenido miedo?

Rufus, atónito, respondió:

—¡Porque ustedes son pequeñas y rápidas! ¡Y siempre están escondiendo cosas!

La ardilla, con una sonrisa traviesa, dijo:

—Quizás deberías probar a ser nuestro amigo. Podrías aprender mucho de nosotros.

Rufus, reflexionando sobre las palabras de la ardilla, decidió que tal vez era hora de dejar de lado sus miedos y prejuicios. Y así, el perro que aprendió a hablar y no paraba de quejarse, se convirtió en el mejor amigo de las ardillas del parque, demostrando que incluso los perros más parlanchines pueden cambiar.

Y colorín colorado, este cuento ha acabado.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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