Era una tarde nublada cuando un grupo de amigos decidió aventurarse hacia el viejo castillo que se erguía en la colina, cubierto de hiedra y leyendas. Lucía desolado, pero su misterio era irresistible.
—¿Estás seguro de que deberíamos entrar? —preguntó Clara, mirando a su alrededor con un leve temblor en la voz.
—Vamos, Clara. Es solo un viejo castillo. ¿Qué puede pasar? —respondió Miguel, con una sonrisa desafiante.
El grupo avanzó, empujando la puerta de madera que chirrió como si estuviera despertando de un largo sueño. Al cruzar el umbral, el aire se volvió denso y frío. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas, y el eco de sus pasos resonaba en el gran vestíbulo.
—Miren esto —dijo Javier, señalando un antiguo mapa colgado en la pared—. Parece que hay una sala secreta.
—¿Una sala secreta? ¡Eso suena emocionante! —exclamó Ana, sus ojos brillando de curiosidad.
Mientras estudiaban el mapa, un destello de luz llamó su atención desde el fondo del pasillo. Sin pensarlo, comenzaron a caminar hacia la fuente de luz. Al llegar, descubrieron una puerta pequeña, adornada con inscripciones extrañas.
—No puedo creer que haya algo detrás de esta puerta —dijo Clara, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
Miguel, decidido, empujó la puerta y esta se abrió con un crujido. Al otro lado, encontraron una habitación iluminada por un resplandor azul. En el centro, había un pedestal con un objeto brillante que parecía un cristal.
—¿Qué es eso? —preguntó Ana, acercándose lentamente.
—No lo sé, pero se ve increíble —respondió Javier, mientras extendía su mano hacia el cristal.
En el instante en que lo tocó, una energía recorrió la habitación. De repente, el espacio comenzó a vibrar y una imagen de un mundo paralelo se proyectó ante ellos. Era un lugar lleno de colores vibrantes y criaturas fantásticas.
—¿Estamos viendo otro mundo? —preguntó Clara, con los ojos abiertos de par en par.
—Parece que sí. ¡Esto es increíble! —gritó Miguel, sintiendo la emoción burbujear dentro de él.
—¿Y si podemos entrar? —sugirió Ana, mirando el cristal con fascinación.
—No lo sé… podría ser peligroso —dijo Clara, inquieta.
Sin embargo, la curiosidad fue más fuerte. Javier, decidido, tomó la mano de Ana y se acercó al cristal.
—¡Vamos! No podemos dejar pasar esta oportunidad —dijo, mientras todos se unían a ellos.
Con un último vistazo a su mundo, cruzaron el umbral del cristal. En un instante, fueron envueltos por una luz brillante y, al abrir los ojos, se encontraron en un paisaje deslumbrante, donde los árboles hablaban y el cielo era de un azul profundo.
—¡Lo hicimos! ¡Estamos en otro mundo! —exclamó Miguel, riendo de felicidad.
Pero pronto, se dieron cuenta de que no estaban solos. Una criatura mágica, con alas brillantes y ojos sabios, se acercó a ellos.
—Bienvenidos, viajeros. Pero cuidado, el camino de regreso no será fácil. ¿Están listos para la aventura que les espera?
Los amigos se miraron entre sí, llenos de emoción y un poco de miedo. El verdadero secreto del castillo había comenzado.