—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —preguntó la tatuadora, con una mirada de preocupación.
—Es solo un diseño antiguo, nada de qué preocuparse —respondió Samuel, sonriendo mientras se acomodaba en la silla. El símbolo era un espiral intrincado, lleno de detalles oscuros que parecían moverse.
Las agujas comenzaron a trabajar, y el dolor era soportable. Pero, a medida que el tatuaje se formaba en su piel, una extraña sensación lo invadió. Una calidez que no se sentía natural.
Días después, Samuel notó algo extraño. En el espejo, el tatuaje parecía palpitar.
—¿Lo ves? —le dijo a su amigo Marcos, señalando su brazo. —Está vivo.
Marcos frunció el ceño. —Eso no es posible.
Pero Samuel ya no podía ignorarlo. Las noches se volvían cada vez más oscuras, y en sus sueños, el tatuaje susurraba. “Alimenta tu esencia, y seremos uno”.
—No puedo seguir así —confesó Samuel, angustiado—. Siento que me consume.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Marcos, inquieto.
—Debo deshacerme de él.
Esa noche, con un cuchillo en mano, Samuel se preparó para cortar el tatuaje de su piel. Pero antes de que pudiera hacerlo, el símbolo se retorció, y una voz profunda resonó en su mente.
“No puedes escapar. Eres mío.”
El dolor fue insoportable. En un último grito, Samuel se vio atrapado en una espiral de oscuridad. Cuando la luz regresó, su reflejo en el espejo no era el mismo.
Marcos entró en la habitación, y su rostro se tornó pálido.
—Samuel… ¿qué te ha pasado?
Samuel sonrió, pero sus ojos estaban vacíos. —Soy libre. Ahora soy el tatuaje.
Y, en un instante, el espiral en su brazo se expandió, envolviendo a Marcos en un abrazo mortal.