Era un día soleado en la selva. Las hojas brillaban y los pájaros cantaban alegres. En el río, un cocodrilo llamado Coco se asoleaba en una roca. Mientras tanto, en un árbol cercano, un mono llamado Momo saltaba de rama en rama, llenando el aire de risas.
—¡Hola, Coco! —gritó Momo, colgándose de una rama.
—¡Hola, Momo! —respondió Coco, abriendo su gran boca en una sonrisa—. ¿Qué haces hoy?
—Escuché que hay una isla llena de frutas deliciosas al otro lado del río. ¡Quiero ir! —dijo Momo, emocionado.
Coco, que siempre había querido visitar la isla, tuvo una idea.
—¿Y si hacemos una carrera para ver quién llega primero? —propuso Coco, moviendo su cola con entusiasmo.
—¡Eso suena genial! —gritó Momo, dando un salto de alegría—. ¡Que empiece la carrera!
Los dos amigos decidieron que la carrera comenzaría en la roca donde estaba Coco y terminaría en la isla.
—¡A la cuenta de tres! —dijo Coco, preparándose.
—Uno… dos… ¡tres! —gritaron juntos.
Y así, la carrera comenzó. Momo, ágil como un rayo, saltó de la roca y se lanzó hacia el árbol más cercano. Mientras tanto, Coco se deslizó por el agua, usando su fuerza para avanzar rápidamente.
—¡Mira cómo salto! —gritó Momo, mientras hacía piruetas en el aire.
—¡Yo voy rápido como un torbellino! —respondió Coco, chapoteando en el agua.
Pero mientras corrían, Momo se dio cuenta de que el río era más ancho de lo que pensaba.
—¡Oh no! —exclamó Momo, deteniéndose en la orilla—. No puedo cruzar esto.
Coco, al ver a su amigo preocupado, se detuvo también.
—¿Qué pasa, Momo? —preguntó Coco.
—No puedo nadar como tú. No sé cómo llegar a la isla —dijo Momo, un poco triste.
Coco pensó un momento.
—¡Tengo una idea! —dijo, con una sonrisa—. Puedo ayudarte. ¡Salta sobre mi espalda y yo te llevaré!
Momo sonrió, sintiéndose aliviado.
—¡Eres el mejor, Coco! —dijo mientras se acomodaba sobre la espalda del cocodrilo.
Coco nadó con fuerza, y pronto llegaron a la isla.
—¡Lo logramos! —gritó Momo, saltando de alegría.
—Sí, pero no solo por mí. ¡Lo hicimos juntos! —dijo Coco, sonriendo.
Mientras exploraban la isla, encontraron un árbol lleno de frutas jugosas.
—¡Mira todas estas frutas! —exclamó Momo, mirando con ojos brillantes.
—¡Vamos a comer! —dijo Coco, abriendo la boca—. Pero primero, ¡brindemos por nuestra amistad!
—¡Salud! —gritaron juntos.
Comieron y jugaron todo el día. Se lanzaban frutas, hacían carreras por la arena y se reían sin parar.
—¿Sabes, Coco? —dijo Momo mientras se tumbaba en la sombra—. Creo que trabajar juntos es mucho más divertido que competir.
—Tienes razón, Momo. —respondió Coco, mirando al cielo—. Hoy aprendí que la amistad es más importante que ganar.
Cuando el sol comenzó a ponerse, los dos amigos se sentaron en la orilla del río, mirando el hermoso atardecer.
—Prometamos siempre ayudarnos —dijo Momo, mirando a Coco.
—¡Prometido! —respondió Coco, moviendo su cola con felicidad.
Y así, Coco y Momo regresaron a casa, no como rivales, sino como los mejores amigos del mundo. Desde ese día, siempre que querían aventurarse, se ayudaban mutuamente y exploraban juntos, disfrutando de cada momento.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.