Era una fría mañana de diciembre cuando los hermanos Lucas y Valeria decidieron explorar el viejo bosque que rodeaba su pueblo. Habían escuchado historias sobre un lugar mágico que aparecía solo en Navidad, un mercado navideño que nadie había visto en años.
—¿Crees que realmente existe? —preguntó Valeria, mientras se abrigaba con su bufanda de lana.
—¡Claro que sí! —respondió Lucas, emocionado—. ¡Debemos encontralo! Imagina todas las cosas que podríamos ver y hacer.
Los dos hermanos caminaron durante horas, adentrándose en el bosque. La nieve crujía bajo sus botas y el aire estaba impregnado de un fresco aroma a pino. Mientras avanzaban, el sol comenzó a ocultarse detrás de las nubes, y una suave nevada empezó a caer.
De repente, entre los árboles, vieron un destello de luces brillantes. Sus corazones se aceleraron. ¿Podría ser? Se acercaron con cautela y, para su sorpresa, se encontraron ante un hermoso mercado navideño. Las luces de colores iluminaban los puestos, y el aroma de galletas recién horneadas y chocolate caliente llenaba el aire.
—¡Mira, Valeria! —gritó Lucas—. ¡Lo encontramos!
—¡Es increíble! —respondió Valeria, con los ojos como platos.
Los hermanos cruzaron el umbral de aquel lugar mágico y fueron recibidos por un grupo de alegres elfos que danzaban y reían. Uno de ellos, con un gorro rojo y una gran sonrisa, se acercó a ellos.
—¡Bienvenidos a la Feria Navideña del Pueblo Olvidado! —exclamó el elfo—. Soy Pipo, el encargado de la feria. ¿Están listos para vivir una experiencia inolvidable?
—¡Sí! —respondieron al unísono los hermanos.
Pipo les mostró los diferentes puestos. Había uno lleno de juguetes de madera, otro con dulces de todo tipo y un tercero donde se podían hacer adornos navideños. Lucas y Valeria estaban deslumbrados.
—¿Podemos hacer adornos? —preguntó Valeria, con una sonrisa.
—Por supuesto —respondió Pipo—. Aquí pueden crear lo que deseen. ¡La única regla es que deben usar su imaginación!
Los hermanos se pusieron a trabajar, eligiendo colores y formas. Mientras creaban, Valeria notó que algo extraño sucedía. Cada vez que terminaban un adorno, este parecía cobrar vida, flotando en el aire por un momento antes de posarse en el suelo.
—¡Mira! —gritó Valeria—. ¡Se están moviendo!
Pipo se rió y les dijo:
—Así es, cada adorno que hacen está lleno de magia. ¡Es parte de la diversión de la feria!
Después de un rato, los hermanos decidieron explorar más. Se acercaron a un puesto donde un anciano vendía campanas doradas.
—Estas campanas son especiales —dijo el anciano, con una voz suave—. Cada vez que suenan, traen alegría y felicidad a quienes las escuchan.
Lucas miró a su hermana y le dijo:
—¿Deberíamos comprar una?
—¡Sí! —respondió Valeria—. Sería un buen recuerdo de este lugar.
Mientras el anciano les entregaba la campana, les advirtió:
—Recuerden, la verdadera magia de la Navidad no está en los objetos, sino en los momentos que compartimos con nuestros seres queridos.
Los hermanos asintieron, comprendiendo la importancia de sus palabras.
Continuaron su recorrido y llegaron a un puesto donde un grupo de niños estaba haciendo un concurso de villancicos. Los elfos animaban la competencia, y el ambiente era festivo.
—¿Quieren participar? —les preguntó uno de los elfos.
—¡Sí! —gritaron los hermanos, llenos de entusiasmo.
Se unieron a los niños y comenzaron a cantar. Las notas llenaron el aire, y pronto, todos los asistentes comenzaron a bailar al ritmo de la música. Fue un momento mágico, lleno de risas y alegría.
Cuando terminaron, Pipo se acercó a ellos y les dijo:
—¡Felicidades! Han traído mucha alegría a la feria. Como recompensa, pueden elegir un regalo de un puesto especial.
Los hermanos miraron a su alrededor, y sus ojos se iluminaron al ver un puesto lleno de libros.
—¡Libros! —exclamó Valeria—. ¡Me encantaría tener uno!
—A mí también —dijo Lucas—. Son perfectos para contar historias.
Se acercaron al puesto y eligieron dos libros. Valeria eligió uno sobre aventuras en el bosque, mientras que Lucas optó por un libro lleno de cuentos de Navidad.
—Gracias, Pipo —dijo Valeria—. Este lugar es maravilloso.
—Recuerden, la magia de la Navidad siempre está presente si la buscan —les respondió Pipo con una sonrisa.
Los hermanos comenzaron a despedirse de la feria, pero antes de irse, decidieron dar una vuelta más. Mientras caminaban, se dieron cuenta de que la feria estaba empezando a desvanecerse.
—¿Qué está pasando? —preguntó Lucas, preocupado.
—No quiero irme —agregó Valeria, con una lágrima en los ojos.
Pipo se acercó a ellos nuevamente y les explicó:
—La feria solo aparece una vez al año, pero la magia de este lugar siempre estará con ustedes. Recuerden los momentos que han vivido aquí y compártanlos con los demás.
Los hermanos asintieron, comprendiendo que la verdadera magia de la feria era el amor y la alegría que habían compartido. Se despidieron de Pipo y los elfos, prometiendo regresar el próximo año.
Mientras regresaban a casa, el cielo se despejaba y las estrellas comenzaron a brillar. Lucas tomó la mano de Valeria y le dijo:
—Este ha sido el mejor día de nuestras vidas.
—Sí —respondió Valeria—. Y siempre recordaré la importancia de la Navidad.
Cuando llegaron a casa, se sentaron junto al fuego y abrieron sus nuevos libros. Mientras leían, compartieron las historias que habían vivido en la feria, riendo y disfrutando de cada momento.
Y así, en el pueblo olvidado, los hermanos aprendieron que la verdadera magia de la Navidad no solo se encuentra en los regalos, sino en los momentos compartidos con aquellos que amamos. Cada año, esperaban con ansias el regreso de la feria, sabiendo que la magia siempre estaría en sus corazones.